Ana Bermúdez partió de Puerto La Cruz, Venezuela, con sus dos hijas de seis y diez años el 27 de noviembre de 2014. Tras un largo viaje por tierra, llegó a Manaos, al norte de Brasil. Allí compró los pasajes hacia Montevideo. Una vez en Uruguay, se enfrentó a las dificultades de verse inmigrante en un país desconocido y con la necesidad de empezar desde cero. En ese momento, “obtener una vivienda era como un sueño muy lejano”, comenta Ana. A poco más de un par de años en nuestro país ese anhelo comenzó a materializarse cuando se unió a un grupo de venezolanos que perseguían el mismo sueño: tener una casa propia.

La Cooperativa de Vivienda Venezuela República Oriental del Uruguay (Covivenerou) está integrada por 32 familias. La composición de estas varía: matrimonios con hijos, hogares monoparentales, parejas e incluso personas solteras, pero cuentan con algo en común: todos tienen algún vínculo con Venezuela. De todas formas, este no es un requisito excluyente para formar parte de Covivenerou. Reciben a todo aquel con la voluntad de luchar por su propia vivienda.

Detrás de todo gran proyecto, hay una gran idea. Según cuenta Ana, esta idea la tuvo Óscar Gil, “un compañero venezolano que tenía familia acá en Uruguay y conocía un poco el sistema cooperativo”. Óscar se encargó de difundir un encuentro entre venezolanos en el Parque Rodó. Se reunieron para compartir un momento entre pares. A partir de allí se constituyó un grupo de interesados en estructurarse como cooperativa. Tras una serie de charlas, el grupo se fue reduciendo hasta que quedó una decena de compatriotas dispuestos a fantasear y trabajar para lograr su hogar propio.

Al inicio el grupo estaba conformado por 40 familias, pero algunos se fueron quedando por el camino y “terminaron tirando la toalla”, comenta Ana. Los integrantes de Covivenerou se conocieron todos en Uruguay. La mayoría llegó de distintas partes de Venezuela y no se habían cruzado antes. “Hemos hecho una familia aquí”, expresa Ana.

A esa familia se unió Alejandra Martínez tres meses después de iniciados los encuentros. En la escuela a la que concurre su hija conoció a una pareja de compatriotas que le comentaron sobre un conjunto de venezolanos que estaban iniciando una cooperativa. “Eran las primeras reuniones antes de que se hiciera todo lo legal. Simplemente era empezar a soñar”, cuenta.

Alejandra metió su vida en una maleta y con ella emprendió viaje con destino a Uruguay. Luego de un pasaje por Chile, llegó a Montevideo en febrero de 2016. Como bailarina de ballet profesional, conoció Uruguay en 2006. Desde ese momento le gustó la tranquilidad del país y la amabilidad de su gente. En setiembre de 2015 se postuló al Ballet Nacional del SODRE. Apenas le llegó el contrato, dejó Caracas, tras despedirse de su madre y su hija, que tres meses después se reunirían con ella en Montevideo. “Fueron los tres meses más largos de mi vida. Volver a empezar a vivir de cero, en un apartamento vacío”, comenta al repasar ese momento.

Tras las primeras reuniones, los miembros del grupo empezaron a indagar qué debían hacer, contrataron una escribana y buscaron asesoramiento de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua. Redactaron los estatutos en tres meses y se constituyeron como personería jurídica. En octubre de 2016 la cooperativa estaba formalmente constituida. Ese fue el principio.

Postres en Tristán

“El proceso es costoso desde un principio y todo sale del bolsillo de los cooperativistas”, señala Alejandra. Para recaudar fondos vendieron postres típicos venezolanos los domingos en la feria de Tristán Narvaja. Quien pasara por la esquina de Tristán Narvaja y Uruguay seguro iba a escuchar los gritos “postres venezolanos, venga y pruebe”, recuerda ella. Tortas tres leches, arepas andinas y quesillos eran algunas de las variedades que ofrecían, entre otras comidas típicas de algunas regiones de Venezuela. Con el dinero recaudado lograron cercar el terreno para reforzar la seguridad, pagar los trámites y documentos necesarios, contratar a una escribana, entre otras cosas.

Se turnaban para cocinar y vender. Los que una semana cocinaban, la siguiente se encargaban de la venta en la feria y viceversa. Se trataba de “empezar a poner cada uno su granito de arena”, comenta Alejandra, que resalta “todos somos todo”, refiriéndose a la participación colectiva y rotación de las tareas. Por ejemplo, todos participan en las guardias nocturnas en el terreno y las jornadas de limpieza. Actualmente, Alejandra trabaja en la comisión fomento de la cooperativa. Se encarga de dar charlas de introducción a los nuevos ingresantes. Ana, en cambio, forma parte de la directiva de Covivenerou; se desempeña como secretaria.

Las costumbres vivas

Con el frío del invierno Alejandra siente la casa un poco lejos, pero se permite imaginarla rodeada de espacio verde y árboles, con habitaciones coloridas y decorada con objetos alegres para no olvidar de dónde viene, explica.

“Todo migrante lleva la tierra que dejó muy adentro y uno siempre está arraigado a sus raíces”, sostiene Ana. Por eso es que para los miembros de Covivenerou es muy importante mantener el vínculo con Venezuela, que hace que la cooperativa se proyecte como un pedacito de su país aquí, con sus tradiciones, expresiones y sentimientos. Además, se constituye como una referencia y punto de apoyo para otros compatriotas que llegan al país.

Alejandra está de acuerdo con la visión de Ana. Para ella el terreno “es como una salchicha venezolana dentro de Nuevo París”, y agrega que “es un pedacito de nosotros”. La ilusiona pensar que la cooperativa mantenga el legado cultural venezolano, sobre todo para que los niños “no pierdan sus raíces”. También para que a los grandes no se les olvide de dónde vienen. Se imagina un rincón en el que “se va a comer arepa, se van a vender tequeños y cosas típicas”.

Cooperativismo uruguayo

Esta forma de adquisición de vivienda era nueva para la asociación de venezolanos. El sistema cooperativo de vivienda en Venezuela “existe, pero no funciona”, sostiene Ana. “Es algo a lo que el venezolano no está acostumbrado porque no es redituable. Hay mucha malversación de fondos y las casas están mal construidas”, explica, y agrega: “Estamos conociendo lo que es un sistema realmente cooperativo aquí”. Para Ana en Uruguay hay un control más efectivo de parte de los organismos y entes involucrados en los seguimientos a las cooperativas y los contratos.

“Cada vez que pasamos por una cooperativa que tiene 20 o 30 años y está intacta vemos que realmente funciona el sistema”, sostiene. La secretaria de la cooperativa se manifiesta muy agradecida con Uruguay y afirma: “Nos hemos incorporado muy bien aquí porque la gente es buena y solidaria, no tenemos los problemas que tienen en otros países”.

En Venezuela, Alejandra formó parte de una cooperativa durante cinco años. No obtuvo su casa. Lleva tres años viviendo en Uruguay y hace poco tuvo noticias de que la cooperativa venezolana está moviéndose. Aquí se encontró con muchas personas que viven en cooperativas y eso la motiva a seguir adelante y afirmarse en el esfuerzo por la casa propia mediante esta vía. “Da aliento, porque es tiempo que una invierte, esfuerzo, plata y trabajo, pero va a valer la pena. El día de mañana vamos a tener nuestra casa”, expresa Alejandra.

A pasos agigantados

En octubre de 2016 la casa propia continuaba dibujándose en un horizonte muy lejano. No se imaginaban que la cooperativa repentinamente avanzaría a pasos agigantados. Un día, navegando en internet, Ana se encontró con una publicación del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) que anunciaba la apertura del llamado anual de la Cartera de Inmuebles para Viviendas de Interés Social (CIVIS) para acceder a terrenos disponibles para construcción. Junto a otros compañeros, se presentó en el MVOTMA para saber los requisitos y documentos pertinentes que debían presentar en el sorteo.

A esta instancia siguieron días intensos de trabajo; redacción de expedientes, buscar documentos, contratar un instituto de asesoría técnica, asistir a talleres y capacitaciones. Durante semanas, los integrantes de la directiva se dividían las tareas para trabajar las 24 horas del día de forma intensa. Ana dedicó a la elaboración de documentos largas madrugadas, hasta las siete de la mañana, cuando pasaba la posta a sus compañeros. Detrás de todo este esfuerzo e ímpetu estaba aquella imagen de la casita propia que parecía acercarse lentamente. Lograron presentarse al sorteo de la CIVIS y en marzo de 2017 fueron beneficiados con un terreno en el barrio Nuevo París.

“Fuimos una cooperativa que en menos de seis meses de haber sido constituida logró adquirir un terreno por medio del ministerio”, dice Ana con orgullo. Los cooperativistas venezolanos no creen que el resultado del sorteo sea producto de favoritismo, sino del esfuerzo surgido de la necesidad.

Una vez aprobado el estudio de factibilidad y viabilidad y recibido el comodato del terreno en octubre de 2017, el siguiente paso era preparase para la solicitud del préstamo y trabajar en la proyección de las viviendas. Esta es la etapa en la que se encuentran actualmente. El anteproyecto de la cooperativa debe presentarse en el llamado de agosto y setiembre para poder solicitar el crédito en diciembre. Además, continúan capacitándose. Los talleres en el Centro Cooperativista Uruguayo son de asistencia obligatoria, puesto que los integrantes de la cooperativa deben capacitarse en todas las áreas de trabajo: administración, arquitectura, cooperativismo.

Habitualmente el MVOTMA realiza dos sorteos por año para la construcción de viviendas por las modalidades de ayuda mutua y ahorro previo, pero este año se hará una única instancia en diciembre. “No hemos perdido tiempo. No nos presentamos a un sorteo anterior porque no hubo”, comenta Ana. Van contando los días para el sorteo y una vez obtenido el crédito queda “ponerle corazón y empeño” a la construcción de las viviendas, dice Alejandra.