Sus primeros pasos militantes los dio en Progreso, Canelones. Si bien relata que en el liceo estaba rodeado de jóvenes comunistas, fue su hermana, dos años mayor que él, la que le marcó la cancha: “Se afilió a la Unión de la Juventud Comunista [UJC] y cayó a casa con el carné. Mi vieja era tupa y mi padre, colorado. ¡Imaginate el escándalo!”. Un mes antes de la caída del muro, después de un acto de homenaje al Che, decidió seguir el impulso de su hermana y afiliarse: “Siempre digo que si me hubiera afiliado antes, no dejaba que se cayera el muro”, bromea.

Óscar Andrade, dirigente del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos, rescata haber podido colocar “algunos proyectos de ley importantes, como el de responsabilidad penal empresarial”, mientras estuvo en el Parlamento, pero agrega que “sin militancia social no hay cambio posible”. Dice que el Frente Amplio (FA) tiene que recomponer el lazo con su base social, y su posible candidatura, justamente, podría apuntar a eso. En el arranque de la entrevista, Andrade comentó: “Soy de los que reivindican que la izquierda tiene que tener en cuenta a la militancia social, aunque a veces eso no pasa”.

¿Y por qué no sucede?

Porque hay un divorcio entre la izquierda institucional y la social. Hay temas que generaron mucho daño. Te ponía como ejemplo las dificultades que hubo con la ley de responsabilidad penal empresarial, pero al año siguiente tuvimos la esencialidad en la educación, que para buena parte de la militancia del sector educativo fue una grieta. Hoy una de las mejores noticias que tenemos en términos de sociedad organizada es el movimiento feminista, pero simultáneamente tenemos una enorme dificultad para financiar la ley integral contra la violencia basada en género. Tenemos la necesidad de que la academia esté de nuestro lado, pero hay una enorme dificultad para cumplir con el 6% del PIB para la educación y el 1% para investigación y desarrollo. Tenemos a cientos de personas que militan para que se reconozcan los derechos de las personas con discapacidad –se juntaron medio millón de firmas, se acordó el proyecto con el Ejecutivo en diciembre del año pasado– y estamos esperando que el Senado se acuerde de aprobarlo. Cualquier madre, porque sobre todo son las madres las que dedican sus vidas a cuidar a sus hijos con alguna discapacidad, no puede entender por qué pasan los meses y no se aprueba el proyecto de ley de empleo para personas con discapacidad. ¿La izquierda cómo lo explica? En este último período, cualquier avance en la negociación colectiva que arranque medio punto por encima de lo que establece la pauta, el Poder Ejecutivo no lo acompaña. Suponete que estás en un colectivo de trabajadores, luchaste por el salario, lograste arrancar 1% más, pero ese convenio pasa a ser bipartito porque el Poder Ejecutivo se abstiene o no lo acompaña. ¿No es una señal muy complicada para tu base social? Tenés algunos enfoques en materia de seguridad que son muy complejos. Conozco gurises que dejan el alma para que el adolescente privado de libertad logre reinsertarse, pero algunos enfoques que damos desde la institucionalidad son represivos, y eso nos divorcia. ¿De qué hablamos cuando hablamos de seguridad? ¿Del joven pobre que rapiña? A veces nos falta integralidad en nuestro planteo; eso no quiere decir que vos tenés que combatir a los narcos de crimen organizado con tratados de filosofía, pero el enfoque específicamente represivo no es el camino.

¿Pensás que el FA descuidó a su base social?

Esa es una opinión que tengo. La militancia de izquierda y los partidos de izquierda estamos excesivamente institucionalizados. Esto no es un problema sólo de opinión: agarrá las direcciones delos cuatro o cinco sectores más importantes de la izquierda y mirá cuántos están militando en la gestión de gobierno y cuántos son militantes en lo social. La mayoría son militantes que vienen de una historia en lo social, pero hace dos o tres períodos de gobierno están en una función de gestión o legislativa. ¿Eso quiere decir que no tienen que estar? Tienen que estar. El tema es que también tiene que estar la otra izquierda, la que dedica su vida a luchar por la dignidad y el respeto de los derechos de las personas con problemas de salud mental, la que dedica su vida al movimiento cooperativo, a la educación, a los sindicatos. Quizás es una opinión un poco atrevida, pero uno halla que nos está faltando reflejo político. Un ejemplo de esto es la pasividad con la que hasta ahora estamos abordando la ofensiva patronal. ¡Tendría que haber carteles pintados en todos lados por las propuestas de flexibilización de las cámaras empresariales! Tendríamos que estar pensando que es contra nuestro proceso también. No es contra el PIT-CNT, nunca fuimos ajenos para la izquierda. En el marketing, una vez que llega la campaña electoral gana lugar la consigna de que representás a todos, pero no representás a todos.

¿Te preocupa que el FA se corra demasiado hacia el centro en el afán de captar más votos?

Hace unos días escuché a [Gerardo] Caetano decir que el problema era ganar el centro del electorado. Para mí el problema es que tus ideas ganen en la sociedad. Si el sentido común mayoritario pide mano dura, ¿vamos a plantearnos mano dura? Yo creo que tenés que pararte a defender tus ideas, a defender la tuya. Los cambios, en última instancia, los van a hacer los pueblos. Pero también tenemos que ser capaces de ver que muchos de los procesos que quisimos desatar están con una anemia de participación muy dura. Llevamos 28 años de gobierno departamental, pero ¿alguien puede pensar que los concejos vecinales son un espacio de poder popular? La izquierda tiene que replantearse cómo traduce la gestión de gobierno en más pueblo organizado. Si gana la derecha hay algunos candidatos que han planteado volver atrás con la despenalización del aborto; con la densidad que tiene el movimiento feminista hoy, ¿es posible que lo logren? Lo dudo mucho. En el movimiento obrero estoy seguro de que en dos días en algunos sectores nos decapitan, como en el sector rural, pero quiero ver si pueden pasar por encima del sector de la construcción. Nos tenemos que preguntar qué grado de organización generamos para hacer que los procesos de cambios tengan mayor sostenibilidad. Y eso es algo que la izquierda viene descuidando.

¿El FA tiene que renovar su agenda?

Tuvimos 12 años en los que las tensiones no llegaron a ser tan intensas como en este último período, en el que se achicó el margen del crecimiento económico. Si las tensiones van a ser mayores, no podés ir con una propuesta que siga siendo el lineal camino del venado en la pradera. Cuando hablo de saltos en calidad no estoy diciendo que tenés que quemar todo porque de pronto sos el oso rojo, lo que quiero decir es que en un momento de mayor tensión en la economía no podés tener los mismos equilibrios que tenías cuando no existían estos conflictos. Lo otro es que cuando se tensa la cuerda, tenés que pararte del lado de los tuyos. Cuando tenés una provocación como la de las cámaras empresariales, deberíamos tener a los legisladores de la izquierda indignados. Fijate lo que nos pasó en Santa Clara de Olimar: siete paisanos eligen un delegado, con todos los miedos que eso implica, pero un grupo de personas, varios productores rurales, algunos de Un Solo Uruguay, los provocan. ¿Cuál fue la postura del FA? ¿Por qué no dijo nada? ¡Ey! [Mueve las manos para los dos lados, como haciéndose ver entre una multitud]. Soy defensor del proceso de izquierda y de su lucha, tengo claro que hay dos proyectos de país, no hay tres, y uno es el del FA, pero este proyecto no logra revincularse con su base social organizada. Esto no implica decir a todo que sí, implica pararse del lado correcto. Corremos el riesgo de ir sin alma a una campaña electoral, en la que nos ganen las estrategias de marketing o lo que nos digan de costado los opinólogos, o que nos terminen recomendado hacer discursos de que no se va a tocar nada y nos gane una agenda del sentido común. Y el sentido común está muy orientado al sentido común que instala la derecha sobre seguridad, relaciones laborales, etcétera.

Óscar Andrade

Óscar Andrade

Foto: Ricardo Antúnez

En un acto de la UJC, el 4 de agosto, manifestaste que la derecha ganó terreno en lugares donde antes no llegaba. ¿A qué te referías?

[Margaret] Thatcher decía que la economía es la forma, pero lo que importa es ganar el alma. Se trata de instalar una lógica de que ahora no hay otro camino que este: de ajuste y desregulación. En Argentina, un tachero me dijo: “Sí, ahora la cosa está brava, ¿pero qué querés? Estábamos muy bien”. ¿Cómo puede pasar que una persona estando contenta diga que prefiere que le apreten un poco más el cinturón? Tenés una batalla en la subjetividad. Eso es lo que permite que la derecha se instale y diga lo que hasta el momento no se había animado a decir: que son necesarios los allanamientos, la cadena perpetua y la militarización. ¿Cuál es nuestra respuesta? Quizás soy impaciente, pero lo que veo es que nos quedamos perplejos y le dejamos todo el terreno.

¿A qué responde esa apatía?

Las izquierdas de América Latina no organizaron pueblo. Yo milité acá siendo responsable joven del PIT-CNT. La CUT [Central Única de Trabajadores] de Brasil movilizaba un millón de trabajadores un 1º de mayo. Desde que ganó Lula dejó de movilizar, y cuando le dieron el golpe a Dilma no movilizó a nadie. La izquierda que asumió el gobierno a partir de luchas populares se dedicó a domesticar al movimiento popular que lo llevó a ser gobierno. Uruguay es una rara excepción: no lo domesticó, pero cada vez tenemos más enfrentamientos con el movimiento social. Seguramente sigamos teniendo dificultad para interpretar al movimiento por la diversidad si seguimos poniendo recortes a la ley trans. Seguramente tengamos dificultades con las personas con discapacidad si no aprobamos de una vez por todas esa ley. Seguramente tengamos problemas con los trabajadores si no salimos a enfrentar esta ofensiva patronal como una ofensiva que nos duele. Seguramente tengamos problemas con el feminismo si no encontramos recursos para la ley integral de violencia de género. No somos neutrales, estamos de un lado, pero a veces damos señales que están complicadas.

Hace poco te reuniste con un grupo de frenteamplistas independientes. ¿Cuáles fueron sus planteos?

Nos juntamos con muchos compañeros que vienen de la militancia social. Yo creo que no es sin estas barras o en contra de estas barras que vas a poder hacer los cambios. Eso provoca una percepción, que es peligrosa, de mirar al FA con ajenidad, casi como a un hijo no querido. Si nos ganan el alma, vamos a perder. La derecha el año que viene va a tener más recursos, más propaganda y más plata. La diferencia es que nosotros tenemos a miles de compañeros que dejan la piel por esto, pero está pasando que te encontrás con compañeros que te dicen: “El año que viene no hago campaña”. Otros te dicen: “Mirá, yo no sé si voto al FA”. Eso existe en nuestra militancia frenteamplista, hay algún que otro planteo que no es justificado, pero otros que sí, y hay que empezar a poner la oreja.

¿El FA está a tiempo de reencontrarse con los frenteamplistas desencantados?

Creo en el socialismo, ¿no voy a creer que se puede ganar una elección? Si lo logra en tan poco tiempo, de acá a un año, no lo sé. Vamos a tener que laburar mucho, pero para ganar necesariamente hay que pensar que la forja no es sólo electoral, es político-social. No sé cuánto acumula esto en términos electorales, capaz que nada, pero debemos tener en cuenta a la gente que dedica su vida a estas cosas. ¿Qué es la militancia de izquierda si no es un tipo que dedica su vida a que los gurises tengan alguna expresión en lo cultural? Capaz que eso electoralmente no se traduce en nada, pero en términos de la otra mirada sí. No desprecio al compañero que está en un gabinete o tiene una banca en el Parlamento, pero si sólo pensamos el cambio desde el Estado terminamos siendo una organización burocrática. A veces pareciera que la izquierda sólo se mira desde el gobierno y para una parte de la base militante, que luchó toda la vida por causas; eso genera una enorme desazón.

¿Cómo ves el debate de las candidaturas?

Sin herir a nadie, tirar nombres de candidaturas sin saber para qué me parece un error. Se tiran uno, dos, tres nombres, pero nadie sabe para qué. A veces incluso parecería que se tiran para que el otro no salga como candidato. Eso termina colocando un mensaje de que es una disputa del poder por el poder. La izquierda, sobre todo, tiene un problema de relato y estrategia global. Está tan chupada por la dinámica cotidiana que todos sus debates mueren ahí. Nos cuesta salir de la agenda, pero también es un problema que está instalado en la sociedad: estamos extremadamente fragmentados. En ese escenario, colocar proyectos colectivos cuesta diez veces más. El manejo sólo de los nombres nos genera problemas, lo que hay que decir es “la candidatura es para esto”. Con o sin candidaturas, tiene que haber un debate de ideas. Con lo que hay hasta ahora no alcanza.

¿Cuáles son las ideas que tienen que estar presentes en esta discusión?

El FA tiene que proponer medidas concretas para evitar la deserción en el sistema educativo, que implica mucho más que el presupuesto en general; tenemos un problema de desigualdad. ¿No tendríamos que plantearnos ir hacia un sistema de becas que se aplique para un tercio de los uruguayos más pobres que están haciendo secundaria? Para eso tenemos que pensar propuestas en lo fiscal. Me encantaría ir a una iniciativa en la que digamos “vamos a mover el Impuesto al Patrimonio y vos pagás 0,5% después de que ganes determinado monto y después aplicamos 0,25%”. Hicimos las cuentas y con esa modificación –que no es una medida expropiadora, es tenue– recaudaríamos unos 150 millones de dólares. Y a la derecha, que está tan preocupada por la deserción, le diríamos que no van a desertar porque van a estar becados. ¡Festejen! Creo que hay que ir con una serie de medidas para atender la infantilización de la pobreza y la primera infancia como un elemento prioritario y ético. En los barrios más complicados precisás un megaoperativo social y llevar un vagón de plata e impulsar más teatro, más actividades y otras cosas. La dimensión de clase detrás de las políticas es fundamental.

Llegado el momento, ¿qué es lo que te motivaría a aceptar ser candidato?

Hay una pregunta que para mí es el abracadabra: ¿la candidatura ayuda para que el FA gane el año que viene? Es evidente que mi candidatura no es favorita, pero si ayuda a organizar la presencia política de trabajadores, jóvenes, sectores vulnerables, así como a convocar a determinado frenteamplismo, y eso termina ayudando a que el FA gane la elección, voy para adelante. Si ayuda a ganar y además ayuda a colocar algunas ideas, voy con un grisín mojado. Unos 90 compañeros independientes se están moviendo para que se incluya la posibilidad de mi candidatura, porque entienden que ayudaría a la izquierda. Ahora, entre medio tengo que pasar muchos filtros. En primer lugar el Partido Comunista tiene que definir si acompaña mi nombre, y si no lo acompaña no voy a lanzarme en una campaña. Lo segundo es lo que defina el Congreso del FA. De acá a las elecciones nos propusimos trabajar en una estrategia, presentar determinadas ideas. Las ideas tienen que hacerse carne en los sectores populares, necesitan su respaldo para que caminen, eso también lo tenemos que evaluar. En algún momento hay que ver si con eso alcanza. Yo no le quiero errar. El otro día un compañero decía que tenemos un FA parado en la cabeza de la pirámide que tiene que pararse en su base social. El desafío, entonces, es cómo lo paramos de nuevo sobre su base.