Fantasmas discretos, congresos misteriosos, hoteles envolventes. El mundo que armó Claudio Burguez es calmo y, a la vez, sobrecogedor. La inquietud puede partir de la observación sobre un detalle incongruente, o de una confesión apenas esbozada. Excepcionalmente, como en “Purga”, corazón emotivo de la colección de cuentos –se trata del entierro del padre–, somos testigos de una explosión. En el resto de los relatos, la turbulencia es interna.

En una sofisticada edición de Pez en el Hielo Las cosas que quiero no se quieren entre sí es la primera incursión en narrativa de Claudio Burguez, conocido por sus trabajos como poeta (Finlandia, Perro de Aeropuerto), artista y agitador cultural (fue cofundador del centro cultural Amarillo, entre otras cosas). Con él conversamos sobre este libro que se presenta el martes a las 20.00 en Tundra Bar (Durazno y Convención), con actuación de un repatriado Maxi Angelieri, el músico autor del verso que da título al libro.

¿Cuándo y por qué el salto de la poesía a la narrativa? ¿Fue un salto?

En realidad no fue un salto sino una toma de conciencia. Mi poesía siempre fueron microrrelatos poco adjetivados, fotos o más bien pequeños cortos sobre temas que me interesan, escenas sacadas de contexto que adquieren cierto poder de reflexión. El salto fue el trabajo de “abrir” esos poemas y encontrar un montón de detalles tan importantes como la historia original, que merecían ser contados.

Tanto tu poesía como estos cuentos tienen elementos muy cosmopolitas.

Yo nací en Santa Lucía, un pueblito de Canelones, y desde muy chico siempre quise irme y viajar sin parar. Muchos amigos de mi generación se fueron del país al menos dos veces, yo también, y aunque viajo mucho menos de lo que querría, encontré que es una poderosa inspiración para mí. Si bien yo no hago literatura de viajes, moverme me pone alerta, me despierta del sopor nacional. Hay una frase del genial Mark Strand que me gusta: “Todos tenemos razones para movernos, yo me muevo para mantener las cosas enteras”.

Hay un ensayo fotográfico en el medio del libro, que también es tuyo. ¿Podés contar un poco sobre eso? ¿Qué separan esas fotos, además de los relatos más extensos de los primeros, más breves?

La fotografía es una cosa nueva en mi vida, y se cuela porque además con Diego Vidart, el curador, tenemos un proyecto de fotolibro. Pero lo fundamental es que el libro está dedicado a mi hermano Raúl Burguez, que era fotógrafo y, entre otras cosas, me enseñó mucho de eso. El ensayo fotográfico que contiene el libro dialoga oblicuamente con los textos, son pistas indirectas que completan el clima de Las cosas que quiero... Con la obra de Juan Fielitz que aparece en la tapa pasa exactamente lo mismo. Con la editorial trabajamos mucho en hacer un libro compacto, que mantenga determinado clima en todos los detalles. Las fotos están puestas en el medio como una pausa en el flujo de la lectura pero también cuentan cosas, podrían ser relatos en un formato diferente.

Se puede leer una versión de “Los forenses”, uno de los relatos de Burguez, en nuestra revista Lento.