4.000 kilómetros en ómnibus. Ese es el trayecto que recorrieron el periodista Carlos Rollsing y el reportero gráfico Mateus Bruxel entre el norte y el sureste de Brasil (Acre y San Pablo), acompañando y documentando a un grupo de haitianos y senegaleses que viajaban hacia un refugio humanitario. Poco tiempo después publicaron su informe Infierno en la tierra prometida (2015, que recibió el gran premio de periodismo de Petrobras), en el que narraban el martirio que vivían los inmigrantes que llegaban al país cuando Acre era la principal puerta de entrada de esta población migrante.

El año pasado, Bruxel se reencontró con personajes e historias de ese viaje, que hoy recalan en la fotogalería de Capurro, con la inauguración de Tierra prometida. “Empujados por la crisis y miseria de sus países, decenas de miles de inmigrantes de Haití y Senegal han cruzado las fronteras brasileñas en los últimos años”, explica el fotógrafo, y plantea que si bien las puertas están abiertas, una vez que llegan son “abandonados” y deben enfrentar un largo proceso de marginación, lejos del mundo de oportunidades con el que soñaron.

Bruxel también se formó en periodismo, y actualmente trabaja como fotoperiodista para la agencia de noticias de Rio Grande do Sul RBS y para el periódico Zero Hora. En los últimos años se encuentra entre los reporteros gráficos más premiados, con trabajos que apuntan a iluminar distintas perspectivas de la supervivencia. En 2013, por ejemplo, ganó el primer premio de Periodismo de Derechos Humanos con Invisiveis: lixo como alimento, sobre cómo viven y quiénes son las personas que están por debajo del umbral de pobreza en la capital gaúcha, para lo que siguió a una familia que depende de los restos de basura para sobrevivir. En ese entonces, algunos medios registraban 700.000 familias que estaban afuera de los programas sociales, y dos millones y medio de personas que se consideraban invisibles por no tener documentos, domicilio ni perspectivas de vida.

En 2016 formó parte del proyecto Cliques do Rio Grande con Vilas fantasmas, un proyecto que registraba la acción del tiempo, el mar y las dunas en los pueblos costeros abandonados de Tavares, en la costa sur del estado, buscando reflexionar sobre el vínculo entre las ocupaciones humanas y la naturaleza. La mayoría de estos pueblos fueron abandonados por la creación del parque estatal Lagoa do Peixe, cuando había aldeas que albergaban comunidades de hasta 200 familias y pronto quedaron enterradas en la arena.

En ese entonces Bruxel le contó a Globo que su encuentro con la fotografía había sido en la facultad de periodismo, donde se había interesado por la posibilidad de contar historias visuales y por el desafío que implicaba “enmarcar y congelar un determinado momento con la intención de un discurso, de una narración”. Por eso, desde el comienzo concibió la fotografía como un “medio para explorar el mundo, relacionarse con las personas, comprender y expresarse a través de imágenes”.