Quiero hablar sobre esta pandemia que nos infecta a todos: padres sufriendo, abuelos muriendo, nuestros hijos mal mirados como especiales portadores del virus, envidiados y confinados física y mentalmente en un problema que les es totalmente ajeno, pero que jamás olvidarán.

Hablar del punto de vista político, y los lugares que cada uno de nuestros representantes democráticos ocupa como gobernante y, por lo tanto, “decididor” y responsable de dar órdenes, emitir decretos, disposiciones, de “poner orden” al futuro de nuestro presente, en medio de esta pandemia. De decretar las pautas que decidirán sobre nuestro futuro laboral en el combate a la crisis pospandemia, como si fuera una reconstrucción posnuclear o un desastre natural de inconmensurables dimensiones, una nueva era glacial...

No entiendo cómo esto es manejado de forma tan egoísta, tan unilateral, como si se tratara de un problema diferente según la frontera artificial dibujada y borroneada en los mapas políticos que se fueron haciendo a través de los siglos y que partieron un globo en montones de reinos, territorios y países.

Sólo pasaron unos cuatro meses desde el comienzo de este desparramo viral, y ya están más concentrados en cómo poner en movimiento la “maquinaria” que sostiene la economía mundial, ya que de otra forma auguran más víctimas que por la pandemia misma.

No se pueden anteponer bajo ningún concepto los intereses o problemas económicos a los sanitarios cuando estamos en medio de la pandemia y sin saber a ciencia cierta si las famosas curvas se aplanarán o, gracias a la “flexibilización laboral”, el virus retomará su escalada.

Hablan y deciden los políticos, los gabinetes, los presidentes electos, supuestamente bien asesorados por sus gabinetes médicos y por las estadísticas que supervisan día a día dibujando y tratando de convertir curvas en rectas.

En general a nivel mundial no están hablando los científicos, los epidemiólogos e investigadores, sino los especialistas nombrados para ejercer sus funciones. Tienen poca libertad de acción y, sobre todo, deben acatar las órdenes anteponiendo su juramento al cargo político, al hipocrático o al moral.

Angela Merkel y los Países Bajos no creen que ellos, los ricos de la Unión Europea, deban pagar los platos rotos de las irresponsabilidades del resto. De los que deben mucho dinero prestado para refinanciar deudas de otras crisis pasadas, como la inmobiliaria de 2008, y que no se ocuparon de devolver cuando los años de bonanza se lo permitieron. Es razonable, pero deberían haber exigido el pago en ese momento en lugar de seguir prestándoles dinero para seguir acumulando más deuda e intereses.

Y así también el mundo y sus habitantes debemos entender que esto que llaman sistema económico es un sistema perverso y no una forma de administrar y repartir los bienes del mundo equitativamente. El dinero que prestan las bancas mundiales, sea el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, el Club de París o cualquier banco, es a costa de condiciones de tal usura que nadie debe pensar que estos entes están haciendo un favor o un acto de bien, sino únicamente un enorme y millonario negocio más, que redundará en beneficio de las arcas de los países o corporaciones, y eso no quiere decir que ese enorme crecimiento de divisas vaya a ser devuelto de alguna manera a sus habitantes, ni mucho menos a los del mundo. Sólo repartirán unas migajas para que los pueblos ricos queden tranquilos con sus seis horas laborables y sus excelentes sistemas educativos y sanitarios, y dejen de una vez de salir a protestar a las plazas.

Los sistemas económicos sirven a intereses individuales y no comunes. No existen hoy en el mundo demasiados síntomas de solidaridad que demuestren lo contrario.

Entonces hay que tener claro por qué una pandemia, cuya definición engloba al globo más allá de fronteras, es tratada como si fuera un problema de cada país.

Los sistemas económicos sirven a intereses individuales y no comunes. No existen hoy en el mundo demasiados síntomas de solidaridad que demuestren lo contrario. Donald Trump retira sus ya magros 159 millones de dólares anuales de apoyo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la acusa de no llevar ni rendir cuentas y de no proporcionar la información en tiempo y forma. Pelea con sus contrincantes demócratas a sólo meses del comienzo de esta “gripecita”, como la llamó al principio.

Como ciudadanos de este trajinado mundo, podamos cambiarlo o no, debemos ser capaces de ver que la economía mundial se parece más a un juego de casino barajado con cartas marcadas que a un sistema que trate de equilibrar la riqueza y, por ende, la pobreza global.

Tengo un grave problema con el uso de la palabra economía. Y quizás se me pueda entender al leer la definición en el diccionario de la Real Academia Española: “Economía. 1. f. Administración eficaz y razonable de los bienes. 2. f. Conjunto de bienes y actividades que integran la riqueza de una colectividad o un individuo. 3. f. Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos. 4. f. Contención o adecuada distribución de recursos materiales o expresivos. 5. f. Ahorro de trabajo, tiempo u otros bienes o servicios. 6. f. pl. Ahorros mantenidos en reserva. 7. f. pl. Reducción de gastos anunciados o previstos”.

No encuentro un espejo que refleje demasiado fielmente alguna de las intenciones o significados que estas definiciones de la palabra economía contiene. Encuentro que estamos inmersos en un juego llamado bolsa de valores, con inversores enormemente ricos y poderosos bancos que arriesgan inmensos capitales, compuestos sobre todo con dinero ajeno, y con ello mueven la balanza a su antojo.

Si con esta forma económica se funden sistemas hipotecarios en Estados Unidos y Europa, se desploman bancos en Islandia y América del Sur, y países enteros entran en profundas y curiosamente cíclicas crisis, pero a pesar de ellas las riquezas se multiplican exponencialmente, concentrándose más y más en individuos, evidentemente este agujero negro que absorbe divisas a la velocidad de la luz no se debe considerar un “sistema económico”, ya que “sistema económico” supone “un conjunto de acciones que contribuyen a la situación económica de una sociedad y el desarrollo de la misma” (Wikipedia).

Aceptando el método económico mundial (ya que no lo debemos, por lo arriba expuesto, considerar sistema), creo que el estado actual de esta acumulación de capitales debería servir para distribuir estas riquezas, si no de manera equitativa, de forma solidaria, para al menos terminar con los problemas sanitarios y económicos urgentes de esta pandemia.

¿De qué hablamos cuando el FMI y los bancos mundiales se permiten “asesorarnos” advirtiéndonos que se avecina la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial o desde la Gran Depresión de 1929? ¿Acaso quieren decir que las riquezas de estas entidades y de los países que las componen, sumadas al resto del mundo rico, no alcanzan para paliar estos meses de “paro forzoso” mundial? ¿Para qué sirve un “sistema” económico basado en la acumulación de riqueza si no es para usarla cuando se necesita? ¿O sólo nos van avisando que de ninguna manera ellos prestarán o emplearán estos billones guardados para ayudar a los habitantes del mundo a superar los daños ocasionados en este pandémico momento?

¿Otra vez van a jugar a prestar el dinero con la sola intención de que les sea devuelto con intereses millonarios? ¿Por culpa de qué esta vez? En esta ocasión no hubo malas intenciones ni guerras ni crisis hipotecarias. Es posible que yo no comprenda que esta economía de “libre mercado” en la que estamos sumergidos y casi ahogados no se corresponde con la etimología de las palabras o el valor que contienen sus definiciones. Tendría que dejar de buscarles alguna forma que las relacione con el sentido común. Sólo debería entender el juego de la bolsa como la ciencia económica que rige con desatino nuestros destinos. Debería economizar palabras y ver en silencio cómo los pobres pagan el “déficit” de nuestra mundial economía. Y seguir buscando un lugar donde no me encuentren, no sea cosa que se les ocurra intentar aislarme y asilarme en un lugar sitiado por las extrañas normas que rigen este mundo.

Hernán Baigorria es técnico audiovisual y docente residente en España.