Esa tarde la etapa del Teatro de Verano había sido suspendida por mal tiempo. Los Muchachos, el conjunto de parodistas que la vino a buscar este año, recién se subirá al Ramón Collazo el 5 de febrero y la fecha todavía algo lejana le resulta tranquilizadora.

La primera vez que la veo pasa corriendo, como en un sketch de enredos, hablando por su teléfono sobre asuntos a resolver con urgencia. Da vuelta la esquina de memoria, se detiene sobre un muro y comienza a explicarle a la persona del otro lado de la línea la conveniencia de afrontar el problema, considerando tres o cuatro variantes imprescindibles para entender cómo dar el próximo paso. Cuando corta, la saludo. Más tarde tiene ensayo, pero se hizo un rato para hablar con nosotros y, de paso, almorzar unas papas fritas con queso.

Antes de que llegue su plato, prende un cigarro y reflexiona: “Todo fue raro... El desfile allá abajo y que no haya sido en 18. Estos primeros días me generaron un poco de tristeza. Siento que no hay carnaval todavía. No sé exactamente qué es lo que falta, pero no es carnaval. Falta un ida y vuelta, como una alegría”, concluye, pero se quedará con eso dando vueltas. Pasa una señora que le grita “¡Arriba, Jige” y ella le devuelve una sonrisa.

En 2021, la actriz Jimena Vázquez fue Cecilia, una locutora de aspecto descuidado y gestos tensos que avisaba o informaba a los pasajeros de un transporte ficticio en la serie Metro de Montevideo, que se puede ver por TV Ciudad y el canal 5. También fue parte del elenco estable del programa de comedia La culpa es de Colón en el canal 12, adonde llevó algo de su personaje carnavalero, naíf y absurdo, y se ganó el respeto y el cariño de la audiencia televisiva. Antes, obtuvo el galardón a la figura máxima del carnaval por su labor en los humoristas Cyranos, múltiples ganadores del primer premio de la categoría.

“Ya de chica era el 9, el que cabecea y mete el gol”, cuenta sobre sus inicios en el Carnaval de las Promesas. “Con 11 años me pusieron a hacer un personaje que hacía reír. Imaginate, estaba jugando. A medida que fui creciendo, dije: ‘Qué bueno que está esto’. Con 16 empecé a hacer talleres de actuación, de clown, para profesionalizar algo que sentía pero que todavía no sabía qué era”.

Vivió hasta los seis en Barrio Sur y recuerda un balcón desde donde podía ver las Llamadas. Se mudó al Cerro y se quedó hasta los 27. Ahora vive en un apartamento del Centro y dice que se siente afortunada de trabajar como actriz y no tener que pasar ocho horas en una oficina. Charles Chaplin y Mister Bean son los héroes del oficio que aprendió.

¿Cómo es tu rutina en carnaval?

Cuando estamos en pleno concurso me levanto a las dos de la tarde. Te cambia todo el horario. Si te toca el tablado del Géant, llegás para acostarte a las cuatro de la mañana. Antes, con Cyranos tenía otras responsabilidades. Acá en Los Muchachos soy sólo una componente más. Antes, en Cyranos, además de ensayar, me juntaba sólo con [Jimena] Márquez para reescribir cosas que no funcionaban. Estás como todo el tiempo en la máquina. Incluso a veces me bajaba del escenario en la primera ronda del concurso y ya estaba pensando: “Esto hay que cambiarlo, esto otro también”. Sentía que me tenía que decir: “Disfrutá un poco, Jimena”. También tenés que estar muy atenta a lo que va sucediendo día a día. El carnaval tiene mucha actualidad, y hay que buscar cómo generar humor, o crítica, o sátira con respecto a lo que está pasando. Pasás preguntándote “a ver qué pasó hoy” o “cómo puedo mechar esto nuevo”, incluso te fijás en cosas que hayan pasado con el concurso. No es sólo ensayar y hacer tablados; tenés que estar en constante movimiento para sorprender.

¿Este año te fueron a buscar?

Yo no iba a hacer carnaval. Cuando decidimos no salir con Cyranos, me contactó el Vela [Edward Yern, director de Los Muchachos] porque estaban interesados en mí. Yo estaba con algunos problemas familiares, pero fueron muy amables y me dieron muchísimas posibilidades, y el grupo me gustaba. En ese momento todavía estaba Lucía Rodríguez, que es mi compañera de La culpa es de Colón, y con el Ruso [Gastón] González salimos juntos en el Carnaval de las Promesas; había mucha gente en la vuelta que conocía de diferentes lugares y dije: “Bueno, vamos a darle”. Y aquí estoy.

Más allá del rol que te toque interpretar sobre un escenario de carnaval, ya tenés tu marca; una especie de alter ego.

Puede ser, sí, como un estilo. Es como un personaje que sucede en carnaval y en ningún otro lado. Obviamente, en cada espectáculo va cambiando, pero sin duda hay un sello, desde lo físico hasta esa cosa medio ingenua, de humor puro, miedo tonto; soy eso en carnaval.

¿Cuánto se acerca eso a tu personalidad?

En realidad, muy poco. Si me ves por la calle soy medio parca, muy reacia a muchas cosas. Siempre jodo que soy como Krusty, el payaso divertido que se ríe y habla mucho y después es esto [hace una mueca de malhumor]. Soy así. Creo que a todos los comediantes les pasa algo parecido. A veces vas a ver a uno y decís: “Pah, qué gracioso”, y cuando baja del escenario anda con una cara de traste que no podés creer. Pero obvio que mi personaje tiene cosas mías exageradas.

¿Por ejemplo?

Soy medio calentona. A veces hago personajes que gritan o que rezongan, que terminan siendo tiernos en un punto, pero yo soy medio así también. Desde lo físico también hay algo de exageración. Soy una persona muy inquieta.

¿Hubo un momento en que encontraste ese personaje?

Fue sucediendo. Es como el ir haciendo en carnaval. Sin querer. Empecé a ver que eso que hacía causaba efecto en la gente y seguí ese camino, porque otros también te lo van indicando. Pero no fue que lo busqué. Fue pasando y se fue convirtiendo en eso que se ve en carnaval. Hay chistes que hace Leo Pacella que si los hago yo no hacen reír. Son identidades que se van formando arriba del escenario.

Tiene algo de caricaturesco.

Sí. A mí me gusta mucho el clown y expresar cosas a través del cuerpo. Creo que viene de ahí. Como lo que hacía en el cuadro de Rondamomo con los Cyranos. Esas cosas me encantan, tal vez mucho más que tener un monólogo con mucho texto. Márquez es palabra, palabra, palabra; yo soy más de la reacción y de hacer reír a través del cuerpo. Incluso a veces lo que digo no es tan gracioso, pero termina siendo gracioso por la forma en que lo remato físicamente. Cuando hago humor es como que las cosas salen del cuerpo.

Parecería que para vos no existe la vergüenza o el miedo.

No, muchísimo. Dudo todo el tiempo de todo lo que hago: “¿Esto estará bien?”. En la tele pasa pila eso. Es como que no podés probar. Escribís, vas y lo hacés. Me ha pasado muchas veces que decís: “Cuando lo armé en casa esto re era gracioso, pero acá no rindió”. En carnaval es diferente. En los ensayos podés probar, cambiar. Yo digo siempre que entretener es “tener entre”: hay una cosa acá y otra cosa acá. En carnaval tenés a la gente ahí en vivo y te fijás si mira para el costado, si se levanta, y ahí tenés qué pensar cómo tirás el gancho para volver a traer a esa gente. En la tele tenés una cámara y nada.

¿Cómo ganás confianza?

Ensayando. Para mí es una herramienta fundamental. Cuando trabajo con estudiantes siempre les digo: “Cuando se ensaya hay que hacer todo”. Suponete que en una obra te toca tener un libro en la mano. No es que lo agarrás así más o menos, como algo secundario al texto, no. Porque puede que el día de la obra se te caiga, o que las hojas sean difíciles de pasar. A veces estoy en el canal un rato antes de grabar La culpa es de Colón y me pongo a hablar sola repitiendo lo que voy a hacer. Mis compañeras me han filmado y ponen en las redes: “Jige está loca”. Yo siempre digo que “actuar” es un verbo que expresa acción. Entonces tenés que decir la letra, no pensarla. Si vas a actuar, acciones.

¿En tu casa también?

Sí, claro. Además ahora vivo en un apartamento bastante chico, y a veces tengo que gritar y me da vergüenza que los vecinos escuchen. Pero igual lo hago.

Cuando estuviste al frente de Cyranos con Jimena Márquez, ¿qué era lo más importante para ustedes a la hora de escribir un espectáculo?

Cyranos, sobre todo en los últimos años de carnaval, tuvo un discurso muy claro. Es decir: “Esta es la idea”, y todo lo que hagamos tiene que estar en función de eso que estamos diciendo. Si planteamos, por ejemplo, “estamos en contra de los camiones en Montevideo” y ese es nuestro discurso, si hacemos chistes a favor de los camiones en Montevideo hay algo que se está contradiciendo. Era un grupo en el que todos tirábamos para el mismo lado, en el decir del discurso y en la forma de hacerlo. En eso era en lo que más estábamos encima con Márquez: tratar de mantener lo que estamos haciendo dentro de ciertas pautas, y que eso no se transformara en un panfleto. Otra cosa que teníamos en cuenta en Cyranos, sobre todo en los últimos años, era que siempre decíamos que un cambio artístico responde a un cambio en la sociedad. Entonces había chistes que ya no hacíamos más, pero no por lo que nos dijeran, porque lo pensábamos así. Eso era lo interesante de Cyranos. Pensábamos mucho en qué tipo de humor íbamos a hacer, cómo queríamos decir lo que habíamos escrito, y a la hora de meter una mecha, cada integrante estaba en la misma sintonía.

Saliste muchos años en la categoría humoristas y este carnaval estás en parodistas. Da la sensación de que el parodismo cada vez tiene más humor. ¿Cómo la ves?

Es que creo que hoy el humor tiene una gran demanda. Como que todo tiene que tener humor. Todo tiene que hacer reír, y si no lo hace puede ser considerado como algo que está mal. Y no es así. El que sí tiene que hacer reír es el humorista. En una parodia tiene que haber momentos de humor, y ridiculizar los personajes o la historia original, pero también debe tener otros ingredientes.

¿Cómo te sentís en la categoría?

Para mí está de más, como actriz y carnavalera, porque me permite hacer cosas nuevas. En Cyranos era hacer reír de principio a fin; acá, en Los Muchachos, tengo pasajes de humor pero también cosas más emotivas, bajadas a tierra, y un tipo de actuación más terrenal.

Cyranos tenía un ritmo muy acelerado de actuación y Los Muchachos también tiene algo de eso.

Hoy en día todo tiene un vértigo, y más en carnaval, porque creo que estamos todos así. Es cierto que el humor de Los Muchachos puede ser vertiginoso, pero es algo distinto a lo de Cyranos. Los Muchachos, por ejemplo, tiene hinchada. En Cyranos eso no existe. Para mí fue descubrir un mundo nuevo, el de los ensayos abiertos, que el Canario Luna [su lugar de ensayo] esté lleno y la gente cante la despedida. Decís: “Ah, claro, después cuando van al Teatro de Verano, la gente sabe la letra”. Con Cyranos nadie cantaba nada. ¿Por qué? Porque Los Muchachos tiene hinchada y ensayos abiertos. En Arteatro ensayábamos en un subsuelo y la gente se sentaba en la escalera y miraba con la cabeza torcida lo que hacíamos. Este es otro carnaval, pero lo estoy disfrutando mucho.

Y esa hinchada termina siendo parte del espectáculo.

Es 50 y 50. Carnaval es eso; si no hay gente, no hay nada.

Venís de la escuela de Arteatro y del humor de Los Buby’s. ¿Cómo te llevás con los otros estilos de humor?

Antes de entrar a Cyranos y conocer ese mundo, yo era hincha de Sociedad Anónima. Me encantaban los Gauchos Patones. Me hacían reír muchísimo con esa cosa de humor inocente, puro. Sin saber mucho de qué se trababa, porque era chica, ya me daba cuenta de que me atraía ese tipo de humor.

Y también sos fan del humor de Leo Pacella.

No sé si de su humor. Me gusta lo que hace él. Esa capacidad que tiene para decir cualquier bobada. No sé si me gusta ese estilo, pero lo que hace Pacella con esas pavadas es brillante. Verlo en el Teatro de Verano, cómo se mete a la gente en el bolsillo en un segundo, es notable. Él sale al escenario y la gente se ríe sin que haya hecho nada. Como [Horacio] Rubino. Es algo mágico que tienen algunas personas con el público. Y es algo que pasa sólo en carnaval. Vos vas a hacer stand up a un teatro y no pasa lo mismo. En carnaval a esas figuras reconocidas el público las quiere y las acepta de una forma especial. Ponele, más allá de que el espectáculo de un año no sea muy bueno, es Rubino.