Varios motivos llevaron al comediante Fabio Alberti hasta Mataojo, cerca de Pueblo Edén (Maldonado): “Hace 17 años que tengo acá la casa, hace cinco que abrí el restaurante en mi casa y hace tres que me vine a vivir, escapando del ruido de José Ignacio. Yo veraneaba allá, en un momento me compré un terreno en La Juanita. Cuando quise construir, ya José Ignacio explotaba, era muy caro todo, y a la vez tenía ganas de cambiar un poco de ambiente, de clima, de gente. Así fue que llegué hasta acá, compré un rancho, con los años lo fui modificando un poco: plantando muchos árboles, haciendo una huerta, poniendo un gallinero, alambrando, cortando el pasto... y acá estamos”.

“Acá” es Choto, el comedor “a puertas cerradas” aunque queda en el medio del campo, al que se accede sólo con reserva, en el que Alberti ejercita la hospitalidad. Recalca que no quiere ser esclavo de la cocina: “Lo disfruto y lo hago de esta manera, no quiero que deje de ser placentero. Obviamente que es un trabajo y que me exijo como tal. La gente, entre un montón de oportunidades que tiene para comer en Punta del Este o en cualquier parte de Uruguay, me elige, así que es una exigencia para mí estar a la altura de lo que propongo, más allá de que la gente que llega acá a la vez busca una experiencia”.

Si se anotan para la cena del 14 de febrero, por ejemplo, el mismísimo Peperino Pomoro, uno de los personajes más conocidos de Alberti, hará acto de presencia en las sierras, al momento del postre, para bendecirles el festejo de San Valentín. El cura sanatero inspiró una línea propia de salsa de tomate con el eslogan “Il mio orto sul vostre piatto”. Pero salvando estos aditamentos ocasionales del actor, lo que Alberti reivindica siempre es la comida casera. “No soy chef, no soy cocinero, me gusta la cocina, investigo mucho”, se ataja, al tiempo que promete placer en platos abundantes (“Porciones grandes, porque el tamaño importa” es el lema de la casa).

Talante de calendario

Es posible que el lector no tenga voluntad, tiempo ni presupuesto para tirarse hasta ahí, aunque le diera ganas de compartir un rato con el tipo que lo hizo reír en programas como Cha cha cha y Todo por dos pesos. O capaz que no sabe de qué estamos hablando, pero un intercambio de saberes de cocina no le hace mal a nadie.

El año pasado Alberti estaba con una amiga enóloga, Fiorella Faggiani, y cayeron en la cuenta de que el 16 de enero era el día de la croqueta. “Como somos fans, nos juntamos ese día a comer croquetas de todo tipo: de papa, con queso, de arroz, de acelga, de pescado, de pollo”, cuenta. Aparte de la comilona, salió una obsesión: agendarse el día de la pizza, ver cuándo es el de la tortilla, y así. Es que en el calendario pagano hay un altar para cada plato.

Fue cuestión de seleccionar media docena por mes e imprimir el almanaque gastronómico –en el zócalo figuran los emprendimientos que apoyaron– que regala a los comensales. Ayer tocaba sopa, hoy se celebra la nutella, el 9 de febrero es el día del bagel, el 13, del cheddar y el 22 todo gira alrededor del boniato. Cada fecha es una excusa para ir dando forma a “una comunidad festiva sibarita culinaria”. Porque la idea es ir más allá del objeto útil, el señalador en la pared. A nivel virtual el calendario va cobrando otras posibilidades, en particular, de intercambio de recetas.

Muchas veces Alberti encontró que existen días nacionales e internacionales de determinada comida, y optó por uno, en otros no se sabe el origen y en ciertos casos dio con historias más o menos creíbles, como que “desde el siglo no sé cuánto, parece que en Carnaval, en España la gente peregrinaba a otras ciudades y era costumbre llevar una tortilla”. Hay básicos ineludibles, como la papafrita, la empanada, el vino, la milanesa, el raviol, el día del choripán, del asado. Resulta que si uno fuera a arrancar el año como se debe, el 1º de enero habría que tomar, sí o sí, Bloody Mary. Por eso Alberti invitó al bartender Tato Giovannoni a mostrar en redes una de sus muchas versiones del clásico trago –con tomates grillados que le dan un toque ahumado–. Cuando fue el turno de la apreciada croqueta estuvo Fernando Trocca con unas de morcilla que Alberti acompañó con un chutney “dulce y picantito” de durazno, y a la hora del tempura –el 7 de enero– llamó a Takehiro Ohno.

Desde su rol de gastrónomo, el tipo con experiencia en medios explica que empezó con los amigos y conocidos famosos pero que quiere que cualquiera, incluso “si la abuela de alguien sabe hacer longaniza”, se anime a aportar una foto, un video, una receta. “Hago las cosas por convicción y por placer; después, el resultado ya no me pertenece”, se despide.

Para seguirlo en Instagram: almanaque.gastronomico y choto.uy (por reservas: 091 647 030).


Vino improvisado

Vino improvisado

Tomando a las risas: cata, comida y show de improvisación

Es cierto que “cada vino tiene una historia para contar”, y Vino improvisado busca darle un formato más distendido. Con base en una idea original del actor y técnico en gestión de vinos Mathías de León, la primera prueba fue en diciembre en el bar Sin Nombre, con la participación de las bodegas Fripp, Quinta Santero, Castillo Viejo y Ariano. La segunda función será el martes 22 de febrero a las 21.00 en el restaurante Dueto Cocina Urbana (Bartolomé Mitre 1386).

¿En qué consiste el evento? Se cata un vino a ciegas (es decir, sin saber cuál es) con la guía de Mathías de León. Los asistentes hablan de las emociones que les genera a nivel sensorial y los recuerdos que les trae. Basados en el feedback del público, los improvisadores crean una historia. Luego se descubre el vino y la conversación apronta para el próximo descorche.

“Una copa me llevó a la otra y, casi sin darme cuenta, ya estaba maridando comunicación con turismo y gastronomía”, resume Lala Antúnez, directora de la agencia de comunicación Rara, que coorganiza el evento. “Mi objetivo es descontracturar el consumo del vino mediante el humor lúdico, contando historias y generando momentos que perduren como recuerdos. Para mí, el vino son momentos compartidos, anécdotas, risas, llantos, encuentros con otros y con uno mismo.

Independientemente del precio, el envase que lo contenga o el diseño de la etiqueta, el momento es lo que hace bueno a un vino”.

El ticket de $ 1.500 incluye el show, la degustación, el tapeo, los panes artesanales elaborados por Mariana Tucuna y agua mineral. El menú consiste esta vez en tortillas, arrolladitos primavera, gazpacho y pinchos caprese, mientras que las bodegas que participan son Artesana, Bresesti, Cerro del Toro, Cerro Chapeu y Viggiano. Actúan Emilio Coco Gallardo y Alejandra García, con la moderación de Mathías de León. Consultas y reservas: 092 143 651.