Ya el año pasado el “Juramento de los Treinta y Tres Orientales”, que Juan Manuel Blanes pintó entre 1875 y 1878, fue protagonista del Día de la Investigación, una jornada anual en la que la Intendencia de Montevideo promueve, junto con distintas instituciones, la divulgación científico-tecnológica. En 2016 el Museo Blanes, que alberga el cuadro, presentó el proceso de restauración aplicado a la obra y las investigaciones científicas de sus diferentes capas. Para este nuevo Día de la Investigación, Cristina Bausero, directora del museo, convocó al artista Diego Masi, quien insistió en trabajar sobre algo que conectara con su obra sobre la generación de sonido; para los que siguen su carrera, esta veta aparecerá como una evolución de sus investigaciones sobre lo cinético.

El disparador de Blanes / Códigos sonoros, la instalación que dará a conocer del 7 al 12 de noviembre, fue una reciente visita a Santiago de Chile, cuando Masi fue invitado al Seminario de Artes Mediales. Allí comenzó a concebir la obra desde el lugar de la investigación del procesamiento de datos y de cómo se pueden traspasar situaciones visuales a creación sonora.

Para usar el cuadro icónico como partitura, convocó a Leo Secco en el diseño del sonido. Con el programa Pure Data traspasaron la información contenida en el cuadro de Blanes a una escala de grises. “Codificamos la luminosidad de la obra y eso se traduce. Buscábamos sonidos contemporáneos que contrastaran con la época histórica”, cuenta Masi. Al inicio, pensó en la asignación de notas, pero finalmente el sistema no fue tan lineal. “Tomamos tres puntos del cuadro a través de un lente y vamos creando tres canales sonoros al mismo tiempo, en tiempo real, por medio de un sistema mecánico”.

En la mecánica robótica del asunto entra Pablo Benítez Tiscornia, quien ya colaboró con montajes escénicos. Aquí es responsable de colocar una cámara a la que incorporaron un ojo de pez, un lente que escanea al cuadro desde unos tres metros, montado en un trípode, amplificado por dos parlantes. De esa forma, la lectura de la imagen es más abarcativa y también el sonido cambia. “Todo el tiempo es completamente distinto, porque es un recorrido mecánico y azaroso, un eje vertical y otro horizontal, que van generando una elipse que nunca se repite, como una improvisación”, dice Masi. Sin embargo, la acción de los visitantes no opera sobre la pieza. “A veces las obras demasiado interactivas me terminan molestando, como cuando vas al teatro y el actor hace intervenir al público”, explica el artista. Entonces, ¿cuál es el efecto o qué prueba todo este ensamblaje, finalmente? “Es la traducción del color al sonido, porque existe el fenómeno de la sinestesia, y mucha gente por una condición natural puede escuchar notas al probar una comida, por ejemplo. Lo interesantes es que parece que de bebés todos tenemos esa condición, que luego perdemos en el desarrollo. Es algo bastante explorado. Kandinski, que aparentemente era sinestésico, decía que sentía música en los colores”.

Masi dice haber corrido el riesgo de que no llegaran a sonidos de interés. Pero habla ya superado cuando afirma: “Doy fe de que Blanes suena muy bien, como electrónico y contemporáneo”.