Los tubos luz de los costados aportan frialdad a una figura que es historia latente: una silla de ruedas con una mujer de espaldas (Lucía Trentini). Sólo están habilitadas las gradas frontales de la Sala Zavala Muniz (del complejo Solís). Un guitarrista (Juan Martín López Cariboni) trabaja desde un lugar discreto, no ficcional, a la izquierda. La mesa de control integra el espacio escénico y desde allí acciona una segunda actriz (Josefina Trías), doppelgänger al servicio de Ana, la que camina y filma, y que quiere forzar una narración dolorosa.

“El cuerpo es una cárcel”, afirma la cuadripléjica, la “cuadripléjica de mierda”, como la azuza la segunda. Cuando parece que no habrá concesiones entre ambas, que sólo los gritos, las repeticiones y el resentimiento serán expresados in situ y en el velo que cae y es usado para proyectar lo filmado, se abre paso la paciencia –o la culpa– para seguir escuchando sobre las penas de la carne y del orgullo propio. Ana se queja de su cuerpo llagado, tiene rabia, quiere que la ayuden a escapar de él. Pide un cigarillo y al mismo está pidiendo que se lo alcancen, se lo enciendan, se lo acerquen a la boca. “Hay tantas Anas”, pronuncia mordiendo las palabras, confundiendo sueños con recuerdos, el verano aquel, un accidente.

Si bien el tema puede ahuyentar a unos cuantos, el montaje busca estrategias para “mover” a un personaje que suponemos estático. Inconfesable fue escrito y dirigido por la misma Trentini, que llamó la atención de la crítica con el unipersonal Música de fiambrería, hace tres años, y que desde entonces, además de ser una de las actrices fetiche de Marianella Morena, y de ganar un premio Florencio, siguió cantando, escribiendo y arriesgando.

Inconfesable: sonata para dos actrices sigue en la Zavala Muniz sólo por dos funciones más: hoy a las 21.00 y mañana a las 20.00 con entradas a $ 390 (2x 1 para Comunidad la diaria).