Febrero nos trajo dos películas de ciencia ficción estrenadas directamente en streaming que forman parte de universos nacidos en la pantalla grande.

“Segundas partes nunca fueron buenas”, dice el refrán acuñado por alguien que solamente vio la primera entrega de El padrino o la Star Wars original y que nunca se deleitó con Terminator 2: El juicio final ni Ace Ventura: Un loco en África. Dicho esto, existe también una industria de secuelas que se realizan por una fracción del presupuesto de su predecesora y que solían editarse directamente en video. En esta categoría entran obras tan diversas como El rey león 2: El reino de Simba, El duende maldito 4: En el espacio y Ace Ventura Jr. La calidad variaba, mientras que lo único fijo era la necesidad de verlas en la comodidad del hogar. Pues el siglo XXI nos trajo otra clase de continuaciones.

Netflix (indiscutible campeón de la producción original en streaming, de ahí su continua presencia en esta sección) acaba de lanzar dos “secuelas” del rubro ciencia ficción. Las comillas no son caprichosas como las que se usan en el pizarrón de una frutería. Ya llegaremos a ellas.

»» El 4 de febrero quedó a disposición de los usuarios (se estrenó, vamos) The Cloverfield Paradox, tercera entrega de una franquicia que desde el comienzo dio una importancia capital al marketing guerrillero, sorprendiendo al espectador incluso antes de que comenzaran los créditos.

Todo comenzó en 2008, cuando Cloverfield llegó a las salas de cine en forma de tráiler que no mencionaba el nombre de la película, algo que sorprendió a unos cuantos. Una campaña a través de la web culminó con una atípica película sobre el monstruo que invade la ciudad con el formato de “filmaciones encontradas” y muchas preguntas sin contestar. Ocho años más tarde, 10 Cloverfield Lane se centró en la historia de una joven retenida en un búnker contra su voluntad, pero reveló una conexión con el Cloververso.

La novedad de la tercera entrega estuvo en que la gran mayoría del público se enteró de su existencia durante la famosísima tanda del Super Bowl del fútbol americano y pudo disfrutarla inmediatamente después.

Su trama gira en torno a una estación espacial que contiene la última esperanza de la humanidad. Un elenco internacional (que calza como anillo al dedo con la distribución global del filme) atraviesa situaciones que nos recuerdan a películas tan disímiles como Alien, Marea roja o Los locos Addams. La suma de referencias podría dar como resultado una brillante originalidad, pero no es el caso.

Ahora, como entretenimiento de sillón de la sala de estar, sin las exigencias de un traslado hasta la sala de cine y el desembolso de dinero (más allá de la cuota mensual), debería ser suficiente. Siempre y cuando soporten la referencia a Los locos Addams.

»» Pasemos entonces a la “secuela” entre comillas, aparecida en Netflix el 23 de febrero. Muchos conocen a David Bowie por su faceta de artista e ícono del siglo que pasó, pero este hombre que grabó su imagen en las retinas de los pequeños cinéfilos en la película Laberinto gracias a unos pantalones muy reveladores fue padre el 30 de mayo de 1971. Su hijo se llama Duncan Jones y saltó a la fama en 2009 con En la luna (Moon), película que seguía a un astronauta (Sam Rockwell) durante el final de su muy solitaria estadía en el satélite natural de la Tierra.

Luego de dirigir un par de películas que no mencionaremos ya que la cantidad de caracteres de esta nota no lo justifica, Jones estrenó Mudo, una historia de ciencia ficción de ambientación bladerunneresca situada en el mismo universo, como podrán descubrir quienes estén bien atentos a un par de escenas. Los menos atentos y los que no vieron En la luna no tienen de qué preocuparse... salvo que estuvieran esperando una obra maestra del género. En ese caso, preocúpense. Preocúpense mucho.

Comencemos por lo bueno: Jones y compañía se esmeraron en construir un mundo del futuro que suena convincente y coherente consigo mismo. Cercano a la realidad hiperintegrada de El quinto elemento o el cómic Transmetropolitan (además de la obra de Philip K. Dick y su ineludible adaptación cinematográfica), seremos testigos de un mundo con drones que entregan comida a domicilio, fetichismo de colores y un conflicto bélico de fondo que no logran maquillar una historia regular.

El tipo-común-convertido-en-investigador-privado es Leo, un barman mudo. ¿Cómo explicar su discapacidad en un futuro repleto de desarrollos tecnológicos, incluyendo en el mundo de la medicina? Pues se trata de un amish que sufrió un accidente de pequeño y debido a sus creencias jamás se sometió a la cirugía reconstitutiva de sus cuerdas vocales. El actor Alexander Skarsgård hace lo que puede en su papel de hombre recio y anticuado, pero cuando sus reacciones se limitan a abrir bien grandes los ojos, se pierde la seriedad que Jones pretende darle a su creación.

Por momentos Mudo se asemeja a una aventura gráfica, aquellos hermosos videojuegos en los que controlábamos a un personaje que intercambiaba objetos y obtenía información en sus diálogos con otras personas, destrancando sucesivos misterios. Las historias detectivescas suelen desarrollarse de esta manera, pero aquí cada nueva pista parece que está plantada convenientemente para que el lento de Leo no se quede con las manos vacías.

A esto hay que sumarle una subtrama acerca de un soldado desertor, su pequeña hija y su pareja ocasional, que se irá entremezclando en el mismo mundo de clubes nocturnos, prostíbulos y locales de comida rápida. Al final la película es como los avisos de esta clase de restaurantes que visualmente prometen una abundancia de ingredientes coloridos y al final uno se encuentra con el mismo sabor que conoce de memoria. Para algunos, eso les resultará suficiente.