Desde hace 15 días las salas 1 y 4 del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) alojan una muestra de la producción pictórica de Manuel Rosé. Comprende pinturas del acervo del museo y un autorretrato perteneciente a la pinacoteca del liceo 1 de Las Piedras, institución que lleva el nombre del pintor desde 1982, año en que se conmemoraba el centenario de su nacimiento.

Quiso el destino que, mientras Juan Rosé, el hermano de su bisabuelo, fuera militar a la diestra de Napoleón Bonaparte, Pedro Rosé viajara al continente americano para instalarse en un pequeño rincón del Cono Sur como acopiador de cueros, donde presenciaría, desde la azotea de su casa, una batalla que fue consecuencia de las acciones del hermano del emperador en España, José Bonaparte: la batalla de Las Piedras.

Quizás una de las obras más reconocidas de Manuel Rosé sea Artigas frente a Montevideo el año 1811, que se encuentra en el Palacio Legislativo. Fue realizada en su taller de Las Piedras, como parte del encargo para la celebración del centenario del Uruguay, cuando tenía 43 años de edad.

Entre las pinturas solicitadas se encontraba también Batalla de Las Piedras, realización que además cerraba el círculo de su propia historia familiar. Aquella casa en que moraba su ancestro Pedro Rosé poco tiempo después de su llegada a América es conocida aún como “La azotea de Rosé” porque incluso el Jefe de los Orientales habría pasado luego de terminada la contienda a visitar a su amigo, a quien además le compraba los cueros curtidos para los correajes y aperos de sus tropas. El dueño de casa lo habría invitado a pernoctar esa noche pero Artigas se negó, ante la urgencia de sitiar Montevideo. Este relato es quizás uno de los más notables que la familia Rosé transmitió de generación en generación.

Manuel Rosé reconocía haber investigado sobre la vestimenta usada en la época. “Las damas de entonces, 1808 en adelante, ¿usaban sombrero?”, se preguntaba. “Y Artigas, ¿usaba uniforme de Blandengues? En la Epopeya de Artigas hay una página de Vedia en que se asegura que Artigas usaba levita, con una espada al cinto”, afirmaba al cronista de La Razón R Ferreira en 1925, cuando lo entrevistara en su taller, mientras pintaba las telas más impresionantes en tamaño de toda su extensa carrera.

Luces y sombras

Su infancia transcurriría entre Las Piedras y los campos de su familia en Flores, de donde obtendría la cercanía con la clase de paisaje claramente manifiesta en la obra. A diferencia de otros artistas renombrados de la época que se veían en la necesidad de pintar retratos para sustentarse económicamente, Manuel Rosé gozó de una holgura económica que le permitió no sólo instruirse, sino también vivir, veranear y viajar junto a su familia y desarrollarse libremente en su quehacer.

Fue tal vez esta posición social y económica heredadas, y el hecho de que le tocara presenciar períodos de la historia nacional mayormente destacados por la pujanza y el progreso, lo que lo volvió un optimista. Al menos, ese fue el distintivo que se le adjudicó en muchas ocasiones. Murió en 1961, cuando iniciaba el declive.

“Nadie sabe decir cuánto vivió en París. Allí los años se hacen semanas. París es una cosa que atrae y que no se olvida jamás. Se vive en perpetua inquietud, en actividad mental permanente. Cuando se deja París para ir a cualquier otra parte, es como caerse del cielo”, contestaba al cronista de La Razón cuando este le preguntaba por el tiempo que había pasado viviendo en la capital francesa.

En 1905, su primer viaje de estudios en Europa lo sumió en los encantos de la Belle Époque sin saber que pronto aquello acabaría. La Primera Guerra Mundial hizo estallar las estructuras del arte en expresiones múltiples que rompían con las formas y las formalidades de un mundo que estaba, de un momento para otro, en ruinas. Los artistas manifestaron su propio quiebre mediante los “ismos” que estaban también al alcance de Rosé. A pesar de la sangre francesa que corría por sus venas y sus estudios en las corrientes en boga, con una nueva mirada impresionista adaptó la representación a la sensibilidad de su tierra, fiel a su propio estilo figurativo y naturalista.

Resaltan en la obra de Manuel Rosé los temas históricos y sociales; entre ellos la figura del gaucho, paisajes mayormente naturales, su propia casa y el circo en la estampa del payaso.

Nariz roja y alma gris

“Rosé ha conseguido con el dominio de su arte dignificar las visiones corrientes que desfilan ante nuestros ojos cantando un poema a las cosas que tienen alma”, escribía Carlos Alberto Herrera MacLean para El Plata en marzo de 1915.

Se dice que en el rostro de Rosé destacaban sus ojos siempre muy abiertos y atentos, nerviosos, curiosos ante la vida y aquello que se convertiría en motivo para plasmar en una tela. Su mirada, con estas condiciones, queda claramente revelada en las tonalidades puestas en los lienzos: la espátula de figuras rosas, las luces intensas y las sombras violáceas de sus paisajes y auras más luminosas. “Puede decirse que hay tres etapas para el desarrollo armonioso de la personalidad y el temperamento. Estudiar, comprender, para libertarse luego y ser uno mismo. Y hay que amar, amar intensamente las cosas para pintarlas luego. Hay que amar la forma, gustarla, vivirla, para realizarla acabadamente”, revelaba Rosé a R Ferreira.

Es en la atmósfera de la paleta donde el pintor empieza a crear el mundo de su imágenes. Así las luces y los tonos que otrora resplandecían en Rosé fueron decayendo con el devenir de los años, con el ocaso del tiempo que se va y que se lleva, impregnado de aconteceres y pérdidas como en toda vida. En este período, su fascinación con el mundo del circo se convirtió en el espacio del simulacro, en una escena repetida hasta el hastío en una arena reducida en la que el payaso es visto pero no ve, en la búsqueda de un santuario donde ríe por fuera y llora por dentro. No hay rostros, sino maquillaje. Hay luz en esos cuadros, pero predominan entornos de tinieblas.

La muestra

Premiado en numerosas oportunidades tanto a nivel nacional como en Europa, ya sobre el final de sus días Rosé comenzó a ser relegado. Olvidada la repercusión de su obra en la pintura uruguaya, la mayor parte de sus pinturas se encuentran en museos o colecciones privadas.

La selección para esta muestra corrió por cuenta del equipo del MNAV y los textos que acompañan la exposición e integran el catálogo corresponden a Marcel Suárez y Ramón Cuadra. Enrique Aguerre, director del mueso, explica que con esta muestra fundamentalmente se pretende “rescatar la figura de Manuel Rosé y su obra. Hacía mucho tiempo que no se exhibía su pintura y consideramos que era oportuno hacerlo. Por otro lado, la exposición está enmarcada en políticas del museo en cuanto a exhibir e investigar sobre su colección”.

Para Aguerre, la muestra pone de manifiesto “la vigencia de un maestro y el desarrollo de la pintura figurativa en la primera mitad del siglo XX en nuestro país”. Según su criterio, la importancia del pintor en nuestra pintura es la de “dar el testimonio de un Uruguay optimista y moderno”. Las 26 obras del MNAV que incorpora la exposición comprenden paisajes, escenas de batallas, tradiciones rurales y payasos.

La exposición está abierta al público con entrada libre y gratuita de martes a domingos de 13.00 a 20.00, hasta el domingo 5 de agosto en el Museo Nacional de Artes Visuales (Julio Herrera y Reissig esquina Tomás Giribaldi, Parque Rodó).