El sonido monótono e insistente de una gota de agua que cae sobre una superficie de metal a nivel del suelo, sumado al mismo sonido que reproduce una pantalla colocada en una de las paredes de la sala donde se expone La meditación, la última instalación de Fernando Foglino, advierte al observador que lo que está viendo no es meramente una estatua de mármol de Carrara de 1916, sino también una figura sólida pero con manos y pies de hielo que se derriten ante sus ojos.
El autor de la obra original es el italiano Emilio Fiaschi (1858-1941), pero el responsable de esta restauración/recreación es Foglino, poeta y artista visual de 40 años formado en la Facultad de Arquitectura, ganador de varias distinciones, entre ellas una beca de estudio en Berlín otorgada por el Museo Nacional de Artes Visuales, una residencia artística en China y el segundo premio del Paul Cézanne, en 2012.
Foglino, quien también ganó un Fondo de Incentivo Cultural para hacer un relevamiento de monumentos de Montevideo, se encontró con la estatua mutilada en un centro comunal mientras hacía su investigación. Fue así que ideó esta nueva obra, que trata sobre lo impermanente y lo efímero en la vida y en el arte, mientras al mismo tiempo llama la atención sobre la violencia ejercida hacia el patrimonio cultural y la figura femenina.
La meditación es una figura de mujer semidesnuda, con ropa casi transparente que demarca todas sus curvas, sentada en un banco, en actitud contemplativa, al lado de un libro abierto que parece deslizarse de su regazo.
Según el artista, está emparentada con la estatua que se encuentra en la rambla de Montevideo, cerca del hotel casino Carrasco, justo frente a la parada del 104, en una actitud de espera y agotamiento que dio pie a un grafitero para escribir sobre ella: “No pasa nunca” (el bus), algo que sabe todo uruguayo que haya intentado tomar esa línea de ómnibus.
El artista afirma que la “pariente” de esta estatua, colocada originalmente una a continuación de la otra en la rambla de Carrasco, fue encontrada por él en 2016 en el patio de un centro comunal de Colón. “Es claro que en algún momento fue violentada; tiene la cabeza pegada en una forma poco ortodoxa y perdió pies, manos y parte de la nariz”, cuenta Foglino, extremidades que luego el artista diseñó en base a fotografías antiguas y dibujó en computadora con un sistema de escultura electrónica digital que, según sus palabras, “es como modelar arcilla pero con el ratón y la pantalla”, previo escaneo tridimensional de la estatua. Esto le permitió crear figuras perfectas en tres dimensiones, modeladas luego en caucho siliconado, con las que crea periódicamente piezas de hielo que duran aproximadamente cinco horas y que van mutando ante los ojos del público convirtiéndose en garras, muñones o huesos hasta llegar a ser nuevamente agua que se vuelca sobre un suelo metálico, especialmente diseñado por él para recoger el líquido; una cita explícita a la película Roma, de Federico Fellini (1972), en la que se muestra el poder destructivo de la civilización y se plantea la paradoja del avance y el retroceso de la cultura.
Una vez más, una metáfora de la desaparición o de la impermanencia, atravesada por la violencia de una cultura que todavía está aprendiendo a respetar su patrimonio cultural. Y a lo femenino.