En estos días de tanta tensión, en los que parece haber un único tema sobre la mesa, debemos agradecer que exista la ficción televisiva como refugio. Sabemos que al llegar a casa después de discutir durante horas acerca del rumbo que tomará el país en el próximo lustro, podemos tirarnos en el sillón y pensar en otra cosa, al menos por un rato.
Por eso esta semana aproveché para ver The Politician, la serie de Netflix que cuenta la lucha electoral entre dos candidatos, incluyendo los debates entre ellos, y las vicisitudes ocurridas antes, durante y después de las elecciones. ¡Escapismo puro!
El programa, ambientado en el mundo adolescente, tiene una pata bien plantada en la comedia, pero coquetea con situaciones dramáticas. Y es que detrás de él está un señor muy acostumbrado a esta clase de cócteles. Antes de zambullirnos en la campaña electoral del liceo Santa Bárbara, repasemos brevemente la carrera televisiva de Ryan Murphy.
Rescatando al creador Ryan
A fines del siglo pasado (qué raro suena eso) llegaba a nuestros sistemas de cable la serie Popular, acerca de una porrista estrella y una ñoña que terminaban viviendo bajo el mismo techo, luego de que el padre de una y la madre de otra se enamoraran. Por entonces ya quedaba la sensación de estar viendo algo que se alejaba de los estándares de las series juveniles, con riesgos creativos y vaivenes emocionales, tanto de los protagonistas como de las historias.
Unos años más tarde llegaría Nip/Tuck, la serie sobre dos cirujanos plásticos que mostraba procedimientos médicos de manera muy gráfica, mientras contaba la vida de sus protagonistas de igual modo. Su siguiente producto sería Glee, que seguía la historia de un coro liceal compuesto por un montón de rechazados, que se convertían en estrellas de la canción cuando se prendían los reflectores y el micrófono. Como ocurre con 99% de las comedias adolescentes argentinas, hubo presentaciones en vivo que luego se proyectaron en el cine en forma de película en 3D.
Más adelante llegarían, entre otras, American Horror Story, una antología de historias de miedito; la sitcom The New Normal, sobre una pareja gay que vive con la mujer que les arrendó su vientre; y la serie Feud, que cuenta la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford.
La sucesión de éxitos llevó a que en 2018 Netflix abriera su chequera infinita y le ofreciera a Murphy un contrato de 300 millones de dólares para desarrollar productos por un período de cinco años. Para entonces la plataforma de streaming ya había dado luz verde a dos temporadas de la serie que nos une en esta oportunidad.
Payton es un hijo de pueblo
Nuestro protagonista se llama Payton Hobart (Ben Platt) y tiene un sueño. Cuando sus compañeritos afirmaban que de grandes serían astronautas, él decía que sería presidente de Estados Unidos. Con el correr de los años este sueño no se diluyó, sino todo lo contrario: el joven comenzó a desarrollar un plan tendiente a obtener ese cargo, que incluye, por ejemplo, estudiar en Harvard, porque la mayoría de los presidentes lo hicieron.
Claro que este plan se compone de varias partes, y la primera de ellas es ser elegido presidente de los estudiantes del secundario. Algo aparentemente sencillo para este carismático miembro de una familia acaudalada, que además tiene el don de la palabra. Sin embargo, en la vereda de enfrente se encuentra otro carismático jovencito acaudalado y verborrágico, con el que, además, mantiene una relación que por momentos se aleja de lo platónico.
Por esta y muchas otras razones es que en ocasiones parecerá que estamos viendo una precuela de House of Cards, antes de que Hobart decidiera cambiarse su nombre a Frank Uderwood porque suena mucho más estadounidense y porque F.U. son dos letras muy asociadas a la investidura presidencial.
Tal es el planteo de la serie, que durante ocho episodios verá a Payton y su equipo de asesores enfrentarse a las dificultades más diversas. La primera de ellas es elegir a su vicepresidente (¡escapismo puro!). Para encontrar a la persona ideal tendrá en cuenta la conformación de la fórmula rival y la necesidad de llegar a diferentes grupos, como los votantes haitianos... que son solamente un alumno llamado Pierre.
En el transcurso de los episodios conoceremos a la familia del candidato ideal, empezando por mamá Gwyneth Paltrow, su marido y los otros dos hijos de la pareja, dos gemelos tan desagradables que dan ganas de golpear el televisor. Por otro lado estará la ingenua Infinity (Zoey Deutch), su pérfida abuela (enorme Jessica Lange) y su novio Ricardo (Benjamin Barrett).
Un condimento muy presente en The Politician, que además es muy murphiano, es la naturalización de la diversidad. Con mayor o menor sutileza, el productor y guionista ha venido poblando a sus elencos de actores y actrices que representan el mundo que puede verse por la ventana, incluso cuando Hollywood siempre corra un par de metros atrás.
En esta ocasión, uno de los asesores de campaña de Payton es James, interpretado por el actor trans Theo Germaine. A diferencia de lo que ocurre en 99% de los casos, este hecho no es mencionado como parte de la trama. James no está definido por ello. La hipoacusia de la directora del secundario, mientras tanto, es algo que se comenta al pasar sobre el cierre de la temporada.
Vale todo
No estoy seguro de (querer) saber cómo funciona la política en el mundo real, pero al menos en Santa Bárbara todo es pose. En mayor o menor medida, todos los personajes fingen. Desde orgasmos hasta enfermedades, desde matrimonios perfectos hasta promesas de campaña. Tanto, que más de una vez se preguntan si fingir o actuar honestamente no son en definitiva la misma cosa.
Esta realidad brutal, combinada con los colores irreales de la fotografía del Murphyverso, forman en un combo entretenido y aterrador, que promete una segunda temporada de nuevos duelos electorales y la presencia de Bette Midler, que siempre suma.
A propósito de eso, una buena decisión de parte de los guionistas fue que el desenlace de la elección estudiantil fuera el penúltimo episodio de la primera tanda, mientras que el último funciona casi como un piloto del segundo arco. Como para dejar a todos los espectadores con el sobre de votación entre los dientes.