Empecemos con Rudy Ray Moore. Eran los comienzos de la década de 1970 y Moore ‒músico y comediante‒, de 43 años, trabajaba como vendedor de una tienda de discos y sentía que el tren le había pasado por delante, se le había escapado y nunca más podría subirse a él. Pero un día, en la misma tienda donde trabajaba, escuchó los chistes chabacanos que un vagabundo llamado Rico insistía en contarles a los clientes y se le prendió la lamparita.
Moore se reinventó a sí mismo y presentó en formato stand up a Dolemite, una parodia del proxeneta violento y sexista, con el que de la noche a la mañana saltó al éxito. Entre 1970 y 1971 grabó tres discos como el personaje y realizó giras por todo Estados Unidos. Su éxito a esta escala estaba asegurado, pero Moore apuntó a más y ‒en una movida desaconsejada por absolutamente todo su entorno‒ invirtió hasta el último centavo ganado en producir el salto de Dolemite a la gran pantalla.
Así fue que en 1975 escribió, produjo y protagonizó Dolemite, en la que su personaje resumía todas las condiciones de los héroes del blaxplotation que llenaba las pantallas: era un seductor irresistible, un héroe invencible y maestro de kung-fu, y por supuesto, afrodescendiente. Su gran diferencia con el resto de las películas de esta época fue una sola: se lo tomó todo para la chacota.
Padre del hip hop
Saltemos ahora a Eddie Murphy y Dolemite Is My Name. La película de Craig Brewer (Hustle & Flow, Black Snake Moan) reconstruye con detalles lo contado en el párrafo anterior y, qué duda cabe, es una biopic bastante tradicional en formato, presentación y narrativa.
Sin embargo, tiene dos grandes bazas a favor, que la vuelven particularmente recomendable. La primera es su historia. Este relato sobre Rudy Ray Moore, su personaje Dolemite y sus ganas y corazón para dedicarse al arte y vivir de ello es uno de esos que merecen ser contados. La segunda es nada más ni nada menos que la mejor actuación de Eddie Murphy en por lo menos 15 años.
El actor no sólo es perfecto para interpretar a Moore; sus carreras ‒y hasta historias de vida‒ son similares. Murphy también comenzó como comediante de stand-up (en su caso, unos diez años después que Moore) y el creador de Dolemite bien puede contarse entre sus influencias.
Además, en algún momento de su carrera Murphy también vio el tren del éxito y la fortuna alejarse indeteniblemente. Luego de ser uno de los actores más taquilleros de la década de los 80 ‒desde su surgimiento en Saturday Night Live hasta ser una estrella absoluta en películas como 48 horas, la saga Beverly Hills Cop y comedias inolvidables como Trading Places y Coming to America‒, los 90 comenzaron a resultarle cada vez más esquivos, y su producción se limitó a comedias de acción bastante olvidables ‒Metro, Yo Espía o Showtime‒ y películas familiares que desaprovechaban por completo su energía voraz y su talento: Dr. Dolittle, La guardería de papá y La mansión embrujada. Acaso si logró sostenerse, en cierto modo, con su participación en la saga de Shrek, pero el momento de gloria había pasado.
Su papel secundario en Dreamgirls (2006) parecía haber llegado para sacarlo de este pozo ‒fue incluso nominado al Oscar como mejor actor secundario, aunque no ganó‒ pero eso tampoco ocurrió. Y para todo aquel que ha visto a Murphy en acción, improvisando diálogos a una velocidad increíble, riendo descontroladamente con su carcajada grave o desplegándose en media docena de personajes en una misma película, era injusto. Un talento increíble desperdiciado.
Pues ahora todo este talento está puesto al servicio de Dolemite Is My Name y, para mejor, no está solo. El elenco secundario (Keegan-Michael Key, Mike Epps, Craig Robinson, Da’Vine Joy Randolph, Kodi Smit-McPhee, cameos de Chris Rock y Snoop Dogg, más un roba escenas absoluto de Wesley Snipes) está entregado a la labor por completo, generando momentos maravillosos. Todo el rodaje de la película Dolemite es desternillante, pero también muy emotivo.
Porque queda muy clara la importancia de Rudy Ray Moore (fallecido en 2008) para todos los involucrados: su marca como comediante, músico, actor e indetenible factótum capaz de derribar todo lo que se pusiera enfrente. Lo divertido de sus rutinas ‒es de agradecer que se sostenga y demuestre todo con la incorrección política de su época, como corresponde‒, el esfuerzo con el que impulsó su carrera y la de otros, y la generosidad con la que compartió su éxito, su influencia para todos los artistas que llegaron después (se lo considera el padre del hip-hop, por su costumbre de presentar sus rutinas de stand up en rimas); la película consigue mostrar todo esto sin romper ningún molde cinematográfico, pero logrando ser muy divertida, emotiva y brillantemente actuada.