De todos los subgéneros que comprende el horror –que son muchísimos; probablemente ningún otro género haya logrado tantas subdivisiones–, el de los zombis es uno complejo. Con algún antecedente literario, el género llegó al cine entre las décadas del 30 y el 40 del siglo XX, con notables exponentes como White Zombie (1932) y I Walked with a Zombie (1943). Pero no son estas películas, basadas en relatos caribeños y relacionadas con el vudú y la idea del muerto que regresa a la vida esclavizado usualmente por una maldición o un hechicero maligno, las que tenemos presentes hoy día cuando hablamos de zombis.
El zombi “moderno” nace de la mano de Geoge A Romero en 1968 con La noche de los muertos vivientes, y ahí sí podemos encontrar el monstruo que tantos años nos ha horrorizado. Por las razones que sean –mágicas, científicas, poco importa–, los muertos regresan a la vida y lo hacen con un apetito voraz. Reglas y pautas quedaron bien claras ya desde ese “reinicio”: vuelven a morir con un disparo en la cabeza (la destrucción total por fuego o explosivos también sirve) y propagan su maldición mediante la más simple herida. Aquel que resulte mordido por un zombi queda inexorablemente condenado a transformarse en uno.
Éxito y agotamiento
A raíz del éxito de la película de Romero, el zombi se volvió un monstruo habitual en nuestras pantallas. El propio Romero haría varias secuelas de su creación y el genial Dan O’Bannon les insuflaría nueva vida a partir de su saga El regreso de los muertos vivos, pero no fue sino hasta 2004 que vivimos la verdadera explosión del subgénero. Ese fue el año en que Zack Snyder debutó en cine y lo hizo, justamente, con un remake a partir de una de las secuelas de Romero: Dawn of the Dead. Así, los zombis entraron en el siglo XXI por la puerta grande.
Más allá de la indiscutible calidad de la película, el gran aporte de Snyder está en la transformación del propio monstruo. Lo volvió más rápido, más voraz, más similar a una enorme plaga de langostas que avanza devorando todo a su paso. El zombi se transformó en una verdadera ola de destrucción que en casi ningún caso tiene final feliz. La oscuridad imperante –bien propia de los desencantados tiempos en que vivimos– transformó al subgénero desde aquella alegoría sobre el capitalismo que planteaba Romero en horror rápido y del mismo consumo barato que originalmente se criticaba.
Con decenas –si no cientos– de producciones de zombis que buscaron prenderse de la misma teta, el subgénero implosionó en menos de una década y hartó hasta al más fanático (¿todavía queda alguien mirando The Walking Dead?). Nadie quería saber más de los muertos vivos. Hasta que se metieron los coreanos.
Resurrección
Tren a Busan no se diferencia demasiado de los cientos de películas de zombis que ya hemos visto, excepto porque la impronta coreana la transforma en algo... distinto. El vértigo, la acción, el terror sin misericordia (porque si algo no tienen los cineastas coreanos es piedad) hacen de la película de Yeon Sang-ho –estrenada en 2016– un soplo de aire fresco para el género. El cine coreano viene pisando fuerte a partir de los tempranos 2000 y su visión de los zombis no es la excepción. El éxito internacional de Tren a Busan fue tal que las expectativas respecto de con qué iban a seguir los coreanos eran altísimas. Como siempre, no decepcionaron.
La serie Kingdom nos ubica en Corea durante la dinastía Joseon (que gobernó entre 1392 y 1897), y para ser más precisos, en la decadencia de esa familia. Tensas rencillas internas ocurren en el palacio, a partir de que una carta secreta llama a alzarse contra el emperador, quien recientemente realizó una alianza política –casándose por segunda vez– con una familia de grandes aspiraciones políticas y poderío militar que de manera muy poco sutil planea hacerse con el trono.
Mal parado queda entonces nuestro protagonista, el príncipe heredero, que ve en el ascenso de la familia rival no sólo el fin de sus aspiraciones políticas sino el de su propia vida. Amén de todo lo anterior, lleva más de diez días sin poder ver a su padre, aquejado por una misteriosa enfermedad.
No estamos adelantando nada al decir que el emperador está mucho más que enfermo y, a raíz del clásico contagio, pronto nos veremos ante una plaga zombi con todas las letras.
La diferencia de la serie –que tiene sus seis episodios dirigidos por Kim Seong-hun, responsable también de ese tenso policial de 2014 que es A Hard Day– es que más allá del horror (que lo habrá, en enormes cantidades) está la fastuosa reproducción de época, las complejas relaciones políticas, lo cuidado de la construcción de sus personajes (nos interesamos por todos ya desde el principio) y lo agobiante de su realización. Lo dicho: hay pocos tan crueles como los coreanos a la hora de filmar.
Kingdom –originalmente un cómic web realizado por Kim Eun-hee y Yang Kyung-Il– es, en esta primera temporada en Netflix, y con la segunda ya confirmada que comenzará a producirse en febrero, una notable muestra de ficción de zombis, una que les es fiel a sus padres y que desarrolla además impronta propia. Una que nos muestra, una vez más pero de forma efectiva, que incluso en un universo plagado de voraces muertos vivos nada es más peligroso que un rival político que esté bien vivo.