Cada tanto aparecen personas que se animan a decir lo que piensan, incluso si sus discursos “espantan viejas”. Es decir, generan un rechazo entre ciertos sectores muy vocales de la población, como esa idea que uno tiene de la “vieja” que levanta el teléfono y llama a un canal de televisión cuando están pasando algo que no le gusta.

Tarde o temprano, la sociedad se acostumbra a estas personas y dejan de ser tan polémicas. La vieja ya no se espanta, porque las escuchó decir muchas veces lo mismo. O porque en esta época cualquiera con una conexión a internet y un seudónimo dice cualquier cosa que le pase por la cabeza.

Esta normalización es dura de asumir para muchos de estos pendencieros del discurso, que añoran la época en la que sus escuchas saltaban como resortes. Y es así que aquellos que antes decían lo que pensaban aunque las viejas se espantaran, empiezan a decir lo que piensan que va a espantar a las viejas. Es una diferencia sutil, pero allí está.

Tengo una relación muy particular con la obra de Ricky Gervais, porque mi cerebro no deja de encasillarlo en el grupito recién descrito. De todos modos, abordé su nueva serie, After Life (con el aberrante subtítulo en español “Más allá de mi mujer”), intentando ser lo más objetivo posible dentro de mi galopante, cómoda y agradable subjetividad.

Después de seis episodios incluidos en el catálogo de Netflix, ni siquiera puedo decir que me haya espantado. Mientras trataba de entender qué historia quería contarme este comediante, que aquí es creador, guionista y director, la serie había pasado sin pena, gloria ni trazas de empatía.

Falta de empatía: "Humanity"

Si, por alguna razón, quieren escuchar a alguien a quien la explosión de fama lo alejó de toda empatía con la raza humana y lo transformó en una caricatura reaccionaria de sí mismo, busquen una entrevista a Alfredo Casero. O vean el especial de comedia Humanity, que se encuentra en Netflix.

Aquí, el talentoso Ricky Gervais hace un montón de chistes sobre cómo su vida es muy diferente a la del público, ya que es una estrella millonaria que viaje en primera clase. Pero si Ellen DeGeneres bromeaba con falsa vergüencita en su especial Relatable, aquí solamente construye un personaje irritante, que se burla de la gente común con 23 seguidores en Twitter que se ofende con alguno de sus comentarios.

El problema es que el más ofendido de todos, el que puede dedicar cinco minutos a destrozar a una persona ignorante que escribe con faltas y en mayúsculas, es él. Denuncia a los quejosos y no deja de quejarse. Sin mencionar que no hace el menor intento por (siquiera) entender a quienes argumentan que hacer humor con segmentos oprimidos de nuestra sociedad es similar al bullying.

Como un nene que busca malas palabras en el diccionario para enloquecer a sus padres, realiza una diatriba transfóbica contra Caitlyn Jenner en la que el chiste es negar que la haya ofendido al llamarla Bruce (su nombre antes del cambio de sexo), para luego llamarla Bruce una decena de veces. Todo mientras explica un chiste y nos quiere convencer de que es buenísimo.

Gervais controla la discusión, así que sus peleas con internautas anónimos son siempre exitosas: él es un tipo piola y mucho más inteligente que vos, que pagaste por verlo. Además es millonario, por si lo olvidaste desde la última vez que lo mencionó.

Se puede encontrar algún momento gracioso, como cuando habla de invitar a Hitler a cenar o cuando menciona el largo de sus testículos. Pero incluso en los ratitos en los que baja de su pedestal y se muestra como imperfecto, no es tan gracioso.

La muerte le sienta bien

La historia gira alrededor de Tony Johnson (Ricky Gervais haciendo de Ricky Gervais, pero con menos sonrisas sardónicas que de costumbre). Tony enviudó hace unos meses, después de que su esposa muriera de cáncer, tras un cuarto de siglo del matrimonio perfecto, algo que el público deberá creer a partir de flashbacks en forma de videos caseros, en los que la pareja solamente aparece en situaciones risueñas, ya sean bromas pesadas o momentos de distensión.

Vamos a perdonar la falta de profundidad en la relación. Uno no suele filmar las conversaciones existenciales, y si lo hiciera no son las que consultaría en su laptop mientras transita el duelo. Sin embargo, la serie nos repite una y otra vez que fue lo mejor del amor lo que ha vivido con ella. Por eso ha perdido cualquier esperanza en volver a sentirse feliz, y solamente espera que la muerte se lo lleve de una puñetera vez.

Hay un hallazgo interesante que no logra ser explotado del todo. Tony siente que, siendo el suicidio una posible solución que está a la vuelta de la esquina (o en el botiquín del baño), tiene la libertad de hacer y decir lo que se le cante mientras tanto, un superpoder que utiliza a diario para hacer sentir mal a los demás.

Extras

Extras

El problema es que es imposible separar a Gervais del personaje que hace sentir mal a los demás, ya sea porque creen en Dios (la serie recoge algunos de sus clásicos razonamientos ateístas) o porque desperdician sus vidas al no tener una relación como la que él tuvo con Lisa (Kerry Godliman en flashbacks). Ni siquiera tienen una bocina de aire comprimido con la que torturar a sus parejas con una carcajada.

Además, la serie en ningún momento nos presenta evidencia de que Tony haya sido un rayito de sol antes de la muerte de su mujer. El duelo, que su personaje no tiene el coraje de abordar antes del cierre, parece ser simplemente una carta blanca para espantar viejas sin que ellas puedan ofenderse, ya que “pobrecito, después de lo que le pasó”.

Ricky para arriba: "Extras"

La decepción de After Life es mayor si uno recuerda algunos de los mayores éxitos de Ricky Gervais. Entre 2005 y 2006, por ejemplo, la BBC emitió una deliciosa comedia acerca de las vicisitudes de un actor condenado a esquivar el éxito para siempre, y de lo terrible que puede ser una vez que ese éxito llega.

Extras seguía la miserable carrera de Andy Millman (Gervais), cuyo currículum se limitaba a apariciones de fondo en películas y series de televisión. Acompañado de Maggie, una amiga tonta y de buen corazón (Ashley Jensen, quien hace un pequeño papel en la serie de Netflix), verá cómo sus colegas logran dar el salto, mientras él se arrastra por un miserable parlamento.

Andy es igual de desconsiderado que el viudo Tony. Tiene el mismo odio hacia la humanidad, que no reconoce su talento. La diferencia fundamental es que Andy es realmente un estúpido que el destino se encarga de castigar como tal. Cada vez que parece estar cerca de la victoria sucede algo que le impide disfrutarla, como el Homero de las primeras temporadas de Los Simpson.

Tan fundamentales como la dupla protagónica son los invitados, tanto que los episodios están titulados con sus nombres. Los guiones de Ricky junto al enorme (desde todo punto de vista) Stephen Merchant se encargan de mostrar el “lado oculto” de las estrellas de Hollywood y de la industria británica. Y resultan ser muy humanos, en especial por lo egocéntricos, depravados o vanidosos.

Cuanto más conocida por el espectador sea la estrella invitada, más disfrutable será el capítulo. Ver a Ben Stiller enumerando las cifras de recaudación de sus comedias es tan gracioso como Chris Martin utilizando campañas de bien público para promocionar su disco o (sir) Patrick Stewart imaginando una comedia digna de Benny Hill.

La segunda temporada incluye una feroz crítica al mundillo de la televisión, cuando finalmente Andy logra que aprueben su comedia televisiva. Con reminiscencias del arco de Seinfeld, en el que sus protagonistas preparan el piloto de una serie acerca de la nada, el abnegado extra la pega con un programa visto por seis millones de británicos. El problema es que las interferencias de la BBC lo convirtieron en una basura.

El actorcito intentará disfrutar de las bondades de la fama, mientras debe soportar las críticas muy bien fundamentadas que lo destruyen. La más feroz de ellas llegará de la mano de David Bowie, en (quizás) el momento más alto de toda la serie.

Con un elenco brillante, una impecable química entre la pareja protagónica y un humor negro que recibe su justo castigo, es un entretenimiento ineludible. Yo la compré en DVD, cuando cerró el videoclub del barrio y liquidó todo.

La vida es bella

Los verdaderos héroes son los personajes que rodean a Tony, que soportan sus ataques constantes y se niegan a darse por vencidos, algo que él hizo hace mucho tiempo. Sin embargo, la historia (al igual que Tony) tarda demasiado tiempo en reconocerlo; está más preocupada por que el público se ría de los comentarios “incorrectos” de este hombre al que no le importa caer mal, porque no tiene nada para perder.

Esto incluye a sus compañeros del periódico local, a una prostituta con la que tendrá una relación salida de una comedia de Judd Apatow, a un yonki con el que tendrá una relación salida de un drama de HBO y a una viuda muy conveniente que le dará un montón de consejos bien digeridos acerca de cómo lidiar con el trauma. En general, los momentos que permiten el desarrollo de la trama están más explicados que mostrados.

Pese a ser tan cínico, Gervais acudió al libro de recetas de Disney acerca de la recuperación de los personajes. Después de que Tony toque el punto más hondo de su existencia y participe en un hecho terrible sin mostrar el menor remordimiento (y sin recibir su merecido), comenzará el telegrafiado proceso de vuelta al lado Coca-Cola de la vida. Cada uno de esos pobres miserables que lo rodean, mucho menos inteligentes que él, siguen teniendo esperanzas en la vida, así que para él, alguien mucho más inteligente, debería ser una pavada.

Habrá tiempo para que cada una de sus “víctimas”, incluyendo su senil padre (el siempre brillante David Bradley), reciba migajas de bondad de este hijo pródigo. Pero el hijo pródigo de la parábola bíblica al menos se sentía horrible por haberse reventado la herencia en juegos de azar y mujerzuelas; Tony simplemente se cansó de sentirse mal.

La serie ya fue renovada para una segunda temporada, pero si la primera se apoyaba en un superpoder poco aprovechado (decir o hacer lo que uno quiera), ¿qué pasará si ni siquiera tiene eso?

David Brent, el peor jefe del mundo

Ricky Gervais, que comenzó a ganar notoriedad en la tevé británica a fines de la década de 1990, se volvió megafamoso gracias a su creación para BBC The Office (2001-2002), en la que encarnaba a David Brent, el encargado de una pequeña sucursal que se creía el mejor y más gracioso jefe del mundo.

La serie fue un impacto absoluto gracias a una técnica narrativa que le permitía exhibir un humor descarnado y próximo: se mostraba como un documental con cámara invasiva y testimonios avergonzantes, una especie de Gran Hermano gris, oficinesco y, desde acá, semibenedittiano.

La serie Extras, que Gervais acometió pocos años después, en 2005, es de alguna manera una indagación sobre qué habría pasado si The Office no hubiese sido filmado con una técnica tan atrevida, sino de manera más lavada y tradicional. No fue el único derivado de The Office: hubo también una versión estadounidense, que impuso a Steve Carell en el papel de Brent (y lanzó también a figuras como John Krasinski) durante ocho largas temporadas.

El más reciente subproducto de The Office se lanzó en 2016, y desde hace un tiempo también puede verse en Netflix. Se trata de la película David Brent: la vida en la carretera, que nos pone al día con la vida del pobre personaje luego de que es despedido de la oficina en cuestión.

Además del estilo de falso documental, la película recupera algo del atractivo The Office, como los elementos autoparódicos con los que Gervais le insufló vida a su mejor –o único– personaje. Así, volvemos a ver a David Brent alternando entre los márgenes el mundo del espectáculo (Gervais fue mánager de bandas, entre ellas Suede) y las rutinarias tareas de visitador comercial. Sobre todo, volvemos a ver la mirada huidiza pero a cámara, la inseguridad entrañable en la sonrisa fugaz, que separan al ficticio y desgraciado Brent del exitoso Gervais. Y siempre es reconfortante reencontrarse con ese personaje que nos recuerda que la negación militante del fracaso puede ser una estrategia de supervivencia.

JGL

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