A los seguidores de Tute no les sorprenderá que el artista haya elaborado el duelo por la muerte de su padre con una cruza de cómic y psicoanálisis. Después de todo, hace un par de años publicó Humor al diván, donde recopilaba buena parte de sus numerosos trabajos sobre la peculiar relación de los porteños con las teorías y prácticas de Freud.

Tute, conviene saberlo, se llama Juan Matías Loiseau, y su padre, fallecido en 2012, era Carlos Loiseau, más conocido como Caloi. Caloi fue el creador del bípedo Clemente, un personaje enormemente popular en Argentina (también, con descuentos, aquí) hace 40 años. La tarea de Tute, entonces, era delicada: la relación con su padre tiene una dimensión extra, porque, en gran medida, al haberse dedicado él también al humor gráfico, es doblemente “hijo” de Caloi.

Así, la pena por la muerte del padre querido es acompañada también por un relato autobiográfico. El libro es, como sugiere el título, la historia del vínculo con el padre creador, y también un relato del propio origen como artista, con y en contra de la gigante figura paterna.

La historia principal, a fin de cuentas, es la de cómo Tute consiguió independizarse de su padre, volviéndose él también un artista exitoso, tanto en el sentido comercial del término como en el estrictamente estético. Por eso, por si acaso, aparecen también otros “padres” –el más encumbrado es Quino– que, con sus testimonios, legitiman la obra de Tute.

Melancólico, heterogéneo, atrapante, Diario de un hijo está repleto de guiñadas y pequeñas celebraciones, e incluye algunos cameos imperdibles, como el de Roberto Fontanarrosa, amigo de la familia y prologuista entrañable del primer libro de Tute.

Atento, filoso, Tute se sabe cerca del golpe bajo y, cuadritos antes o después de propinarlo, cambia rápidamente de tema o registro. Igual, difícil no emocionarse.

Diario de un hijo, de Tute. Penguin Random House, $ 790.