El año era 1967. En plena efervecencia del movimiento hippie, el afamado director Arthur Penn se propuso interpelar su presente a partir del pasado y para ello incurrió en la reconstrucción romantizada del loco raíd que Bonnie Parker y Clyde Barrow (al frente de una banda más numerosa) llevaron adelante entre 1932 y 1934. En su ficción –e interpretados por unos jóvenes y hermosos Warren Beatty y Faye Dunaway– los bandidos eran unos Robin Hood que, en el desaliento y vacío de la Gran Depresión, hacian algo ante la gran nada: atacar al poder robando sus bancos.
La película –más que película, peliculón– se transformó en uno de los más grandes hitos del cine estadounidense y bandera flameante del Nuevo Hollywood que se estaba instalando por aquel entonces. Incluso para todo aquel que nunca la ha visto, esa secuencia final –con la muerte de la pareja de asaltantes– es claramente reconocible, ya que ha sido rescatada, homenajeada o resaltada innumerables veces.
Ahora el año es 2019. Y el romanticismo permanece pero no en la figura de los asaltantes –ni tampoco en los policías, como se apuraron a cuestionar las críticas cinematográficas políticamente correctas gringas– sino en dos cowboys, dos ex Texas Rangers quienes históricamente participaron y coordinaron la captura de Bonnie y Clyde. Se trata de Frank Hamer (Kevin Costner) y Maney Gault (Woody Harrelson). Aquí son presentados como dos veteranos –uno de retiro, el otro desocupado– que son traídos a completo desgano como último recurso para detener a los esquivos ladrones. Allí donde el FBI presenta métodos, técnicas y tecnología, estos dos “vieja escuela” van a tener éxito siguiendo caminos tradicionales, tan directos como violentos.
La historia real está allí para ser consultada y queda claro que no hubo héroes en ningún lado. Bonnie y Clyde participaron en dos docenas de asaltos y dejaron un reguero de sangre con más de 20 muertos en su haber. Y a la hora de su “arresto”, fueron abatidos por más de 150 balas que los dejaron prácticamente destrozados. Pero acá estamos ante una película, no un documental, que lo que propone es, antes que nada, un relato, una historia. Y lo hace muy bien, por cierto.
El foco está centrado entonces en los dos policías que siguen el rastro de los asaltantes y, aunque hay acción, es antes que nada una reconstrucción austera del método empleado en la investigación. Hamer y Gault reconstruyen patrones en el comportamiento desesperado de los asaltantes –quienes atacaban con el desespero del que sabe que tiene las horas contadas– y van logrando estrechar el cerco.
“Estás muy viejo para pasar días en un automóvil”, le dice en un momento Hamer a Gault y es un adelanto de lo que vamos a ver a lo largo de la película: Costner y Harrelson manejando, yendo de acá para allá y desconcertándose con la exacerbación pública y fascinación que Bonnie y Clyde despiertan a su paso. El director John Lee Hancock propone entonces, antes que nada, un policial realista, que se apoya en sus protagónicos –con kilos de química entre ellos– y un elenco (John Carroll Lynch, Kathy Bates, William Sadler, Kim Dickens) que construye un universo de caminos polvorientos, rostros desesperanzados y un matar y morir fácil.
Un western moderno, esencialmente, uno en el que los cowboys tienen muy poco espacio en este mundo, más allá de engendrar violencia para combatir violencia.