La princesa y el porquero (o El amor hace la diferencia) es la obra que los titiriteros de Teatro en la Tabla de Planchar presentarán hoy a las 18.00 en Kalima (Durazno 1952). Se trata de una adaptación “muy, muy libre”, según sostienen, del cuento de hadas homónimo de Hans Christian Andersen, llevada a escena con títeres de varilla y que promete “diversión inteligente para chicos y grandes”.

“La princesa se quiere casar y pretendientes hay de sobra. Ricos son la mayoría y aburridos todos, salvo uno. Ese príncipe sí que es inteligente y además, divertido. Lástima que el primer encuentro termine en desencuentro. Pero la obra recién empieza...”. Así resumen Soledad Domínguez y Hinnerk Berlekamp el espectáculo que se podrá ver esta tarde.

Domínguez es uruguaya y vive en Berlín desde hace 19 años. Berlekamp es alemán. Son pareja y padres de Paula, que completa el trío protagonista de esta historia. Domínguez cuenta que antes de irse a Alemania estudió en la escuela de teatro de Puerto Luna y, al poco tiempo de egresar, viajó a Berlín.

“El teatro quedó un poco dormido, pero en determinado momento en el barrio se creó un proyecto para artistas extranjeros, que contaba con apoyo municipal y consistía en brindar apoyo logístico, lugares de actuación, espacios para conocerse y reunirse. Surgió un grupo de gente interesante, que hasta el día de hoy perdura. La organización que promovió el proyecto trabajaba con inmigrantes que llegaban a Berlín y tenían pocas herramientas para buscar trabajo en su área. Colocar a un plomero, a un ingeniero, a un arquitecto, a un pintor de paredes no es difícil, pero ¿qué hacés con un artista? La idea era que se organizaran entre sí y se dieran una estructura que les permitiera apoyarse mutuamente”, cuenta Domínguez sobre los inicios de esta historia.

Si bien su formación era como actriz y no como titiritera, como le fascinaban los muñecos y hacer títeres con su hija como pasatiempo le propusieron probar con una obra breve, ya que esto le permitía superar una dificultad: como el alemán no es su lengua materna, seguramente le resultara difícil desempeñarse como actriz.

“Al principio no me copó mucho la idea, porque quería actuar. La idea era que Paula, mi hija, que entonces tenía ocho años, actuara, y eso me convencía menos. Pero cuando le pregunté, a ella le gustó la idea y decidimos hacerlo. Nos dimos cuenta de que los muñecos que teníamos no eran títeres: eran para jugar pero no para actuar. El proceso de crear los títeres y la obra nos llevó unos cuatro o cinco meses, durante los cuales nos íbamos entusiasmando cada vez más. Hinnerk la había escrito pero miraba de afuera, y en un momento nos trancamos y llegamos a la conclusión de que necesitábamos un rey... Así quedó el proyecto familiar, algo que lo hacía muy simpático: eran papá, mamá y la nena. Pero el producto era bueno, realmente interesante, realmente lindo. Esa primera obra se llamaba El campesino astuto y era una adaptación de un cuento popular ruso. Era un cuento que le contábamos a nuestra hija en situaciones en las que era necesario tener paciencia y esperar. Había un personaje, después venía otro, y se repetía lo mismo con personajes diferentes, por lo que se podía extender tres horas o tres minutos”, relata Domínguez.

Hoy en Kalima van a presentar su segunda obra, que crearon para evitar ser tildados de “mosca de un día”, como los alemanes refieren a los proyectos efímeros, que no permanecen. La princesa y el porquero fue la prueba de fuego y tuvo como primer requisito la incorporación de algún personaje femenino: “Muchos niños venían y cuando terminábamos de presentar la primera obra, que tenía cinco personajes masculinos, nos preguntaban: ‘¿No tienen una princesa?’”.

Hace un tiempo estrenaron la tercera, De visita en lo del diablo, “seriamente inspirada en el Fausto”. “Es una versión de Mefisto para niños”, define Domínguez, y Berlekamp corrige: “Para niños y grandes. Ese es un punto importante: todas las obras están hechas para que los niños las puedan disfrutar, pero la mitad de los chistes están dirigidos a los adultos. Realmente se da una dinámica completamente distinta si tenés sólo niños en el público o niños y grandes. A veces los niños se ríen y los adultos miran como preguntándose por qué, y en otros momentos los adultos se ríen y los niños miran”.

“Salvando las distancias y con la modestia requerida, me hace acordar a la fascinación que cuando éramos chicos teníamos con Mafalda. La amábamos, pero entendíamos un tercio. Es eso. En los textos hay un hilo rojo con el que los chiquilines se identifican perfecto, pero el subtexto y la sátira son para los adultos”, apunta Domínguez.

La cita, entonces, es en Kalima, donde se sintieron muy cómodos en su primera presentación montevideana, hace tres años: “Fue un descubrimiento poder trabajar ahí. Cuando decidimos volver con la segunda obra no hubo ningún tipo de duda acerca de dónde la íbamos a presentar”.