Es hora de hacer una terrible confesión. El año pasado llegué a la primera temporada de Derry Girls por la más ridícula de las razones. No hubo logaritmo telépata que insistiera con ello, ni amigo recomendador que hiciera presión suficiente, por más de que alguno lo intentó. No, señor.
En un mundo que todavía produce series de más de 20 episodios por años (como Arrow, The Flash, Supergirl y otras que abandoné por razones de tiempo), Netflix subió a su catálogo una comedia que, descubrí, solamente tenía seis episodios de media hora. Perfecta para mechar entre tantas actividades que no aportan significativamente a mi presupuesto y que por ello acumulo como un jenga de supervivencia económica.
Por suerte no solamente era perfecta para mi agenda, sino que era perfecta y punto. Una demostración de que la mejor televisión puede llegar desde los lugares menos pensados. En este caso, Irlanda del Norte. A principios de agosto llegó la segunda temporada de Derry Girls, con otro bocadito perfecto para disfrutar entre el almuerzo y la cena. ¿Me acompañan a descubrir su sabor?
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La historia transcurre a mediados de la década de los 90, cuando Irlanda del Norte todavía sufría el extenso conflicto conocido como The Troubles, que enfrentó a unionistas protestantes e independentistas católicos y causó centenares de muertes.
Con el Ejército británico tan presente que termina volviéndose parte de la escenografía, seguimos a un grupo de jovencitas (y un primo recién llegado, que para peor es inglés) mientras atraviesa un nuevo año liceal, en medio de dramas relacionados con los estudios, la popularidad y la atracción por otros seres humanos.
Hay que decir que la primera temporada fue virtualmente perfecta. Comenzando por las actuaciones, que sorprendían en los primeros minutos por el fuertísimo acento norirlandés, pero que estaban acompañadas de una frescura y un humor capaz de superar cualquier barrera idiomática.
A la cabeza de la pandilla (y de la serie) estaba Erin, interpretada por Saoirse-Monica Jackson, a quien definí hace medio año como “una Emma Stone de algún universo alternativo” y sigo creyendo que es la mejor forma de definirla.
Especialmente en los primeros seis episodios ella llevaba la voz cantante y narrativa, aunque la clave está en el elenco en su conjunto, con actrices (y un actor) que aportan desde su lugar.
Tenemos a Michelle (Jamie-Lee O’Donnell), en supuesto control de su sensualidad y deseando perder ese control a cada rato; la buenuda Clare (Nicola Coughlan) que pasó la primera temporada escondiendo un secreto; Orla (Louisa Harland), la Phoebe Buffay de la serie; y el pobre primo James (Dylan Llewellyn), quien en la nueva tanda de capítulos protagonizará el momento más emotivo.
Ese es el quinteto protagónico, pero es necesario nombrar a la familia de Erin, en especial la forma increíblemente despectiva en que el abuelo Joe (Ian McElhinney) trata a su yerno Gerry (Tommy Tiernan). Del colegio, mientras tanto, se destacan la hermana Michael (Siobhan McSweeney) y la alcahuetísima Jenny (Leah O’Rourke).
Se va la segunda
Lo único que se le puede reprochar al regreso de Derry Girls es la falta de un elemento esfumado por razones obvias: la sorpresa. Esa sensación que surgía al devorar los primeros episodios sin tener idea alguna de lo que se podía esperar. Este regreso es el de una serie ya consagrada, que no tiene que ganarse su lugar sino defender el título. Y lo hace, sin grandes cambios. Casi que podría tratarse de la segunda mitad de la misma tanda de capítulos.
Los conflictos son otros, pero sacados de la misma fuente de risas y simpatía: el encuentro con alumnos de una escuela secundaria protestante, una nueva profesora, una nueva alumna, un concierto de Take That. Excusas para explorar la mecánica de este precioso grupo sin que ninguno de los personajes parezca atravesar cambios significativos en su persona.
En cuanto al conflicto armado, lo vemos en gran parte a través de los noticieros, que muestran una tensa calma que permite soñar con un proceso de paz. Como ocurrió en la temporada anterior, el cierre está directamente relacionado con el conflicto y por más que esta vez sea más positivo, no logra tener tanto punch como aquella escena del show de talentos y la familia uniéndose frente al televisor.
Aquel final de temporada logró que el tema “Dreams”, de The Cranberries, integre la selecta lista de canciones que logran humedecer mis ojos sin necesidad siquiera de escucharlos; alcanza con recordarlos.
Pero esta vez el final suena como un eco demasiado fuerte del final anterior, más allá de la opinión que uno tenga de cierto presidente de cierta nación, que visitó Derry allá por 1995. Sin embargo, sí hay un momento, quizás más corto, quizás más contenido, que nos recuerda que la serie creada y escrita en su totalidad por Lisa McGee es capaz de acariciarnos el corazón. Y es cuando uno de los integrantes de la banda saca su carné de Derry Girl. No literalmente, claro.
Party like it’s 1996
La popularidad de la serie en su tierra natal, sumada a la buena recepción global por parte de los usuarios de Netflix, hizo que ya esté anunciada una tercera temporada, aunque nadie los apura. A diferencia de lo que ocurre en ficciones infantiles, que deben apresurarse antes de que a los protagonistas les cambie la voz, aquí las actrices ya dejaron atrás la pubertad hace rato. Saoirse tiene 25 años, Nicola, 32 y el resto anda más o menos en ese rango.
Será cuestión de tener paciencia y esperar el momento en el que otros seis episodios, cargados de eficiente familiaridad, sean volcados en el servicio de streaming. Mientras tanto, cada vez que surja el síndrome de abstinencia, se me ocurre la solución perfecta: mirar los 12 episodios de nuevo. Para eso están las tardes de los sábados.