Farés es un pequeño narcotraficante parisino que sólo ansía una vida mejor, lo que se concreta en su sueño de una casa propia, con piscina de ocho metros al fondo y un pavo real para adornarle el jardín. Para poder adquirir esas posesiones, se anima a llevar su negocio a más y hacer una compra especial de su ilegal mercancía en España.
El asunto implica varios riesgos: primero, Farés (el tan magnífico y todavía poco conocido Karim Leklou) no sabe mucho lo que hace. Quizá a su escala pueda moverse, pero vive sometido a los caprichos de su dominante madre (Isabelle Adjani, quien no parece envejecer, muy a la altura de un papel antipático). Ella es la que le lleva –y controla– las cuentas y lo asesora prácticamente en todo, siendo la verdadera profesional del crimen en la familia.
Además, la “banda” que integra Farés se encuentra acéfala por la detención de su mandamás, y quien lleva ahora las riendas es Poutine, un bruto violento y muy peligroso (Sofian Khammes, divertidísimo) al que no conviene fallarle. En tercer lugar, el negocio en España involucra a El Escocés (Sam Spruell) un personaje poco fiable, y a su hija (la encantadora Gabby Rose), involucrada a su pesar en los negocios de su padre.
Con este panorama en contra, Farés va a por todas, acompañado de un pequeño equipo de inútiles que incluye a la femme fatale Lamya (Oulaya Amamra) y al criminal veterano Henri (Vincent Cassell en un generoso papel secundario), con funestos resultados, por supuesto.
Todo en contra
Como si nos encontráramos con los peculiares gángsters de Guy Ritchie pero francoparlantes y en más bonitos paisajes veraniegos, el director Romain Gavras y el guionista Karim Boukercha plantean una paradigmática comedia de enredos, en la que el humor negro se da la mano con la violencia contundente, más algunos momentos dramáticos que sorprenden por intensos. Todo funciona perfecto, en una trama de esas que, cual Castillo Encantado, sólo se complica más y más a medida que seguimos abriendo las puertas que se nos ofrecen.
Probablemente lo mejor –dentro de una historia muy bien construida y llevada con dinamismo y entretenimiento– pase por el muy entregado elenco, especialmente en el protagónico de Leklou, quien combina tragedia, comedia y patetismo en su mirada perdida, que recuerda a aquellos protagonistas de la época de cine mudo –Buster Keaton, por decir uno– imperturbables y a dos pasos del cándido asombro mientras todo les cae sobre la cabeza ante su mirada impávida.
Así, a medida que el entramado se va complejizando y los personajes se van involucrando más y más, llegamos a ese gran momento que incluye toda comedia “de criminales”, cuando el plan inesperado debe develarse para nuestro asombro y beneplácito. Acaso aquí es cuando podemos echar en falta algo más de sorpresa –aunque todo esté en su lugar, hay que poner mucho de uno para que resulte verosímil la cosa–, ya que nunca nos quedará en duda el resultado final, más allá de las notas dramáticas y los giros más pesarosos de lo pronosticado. Como sea, se trata de una muy buena opción para aquellos que bucean entre los logaritmos de Netflix.