A duras penas, sale el sol de una mañana de martes. Un pequeño muñeco de Superman que le regaló su hermano nos mira sentado desde el borde de madera de un modular antiguo. Su hijo Simón corre como un remolino por las habitaciones al grito de “¡Soy la reina Popi!”, y Victoria (su pareja y la otra mamá del pequeño niño de dos años y medio) lo persigue con una gelatina en la mano mientras esquiva autos de juguete en el suelo.

“Si no estuviera en esta situación estaría de la mente. Hay que hacer esto, aquello, rutina. Si él está bien, toda la familia está bien. Es un swing”, dice Samantha sobre la forma en que su cabeza logra adaptarse a la nueva realidad. Sus madres me cuentan que su hijo está encontrando su propio espacio y creó un mundo imaginario a partir del de la serie animada Trolls. A Victoria le toca el papel de Diamantino, y a Samantha el de Sky Toronto, aunque luego Simón será Flash, Victoria, Batman, y Samantha, la Mujer Maravilla.

En el videoclip de “Santo redentor”, una de las canciones que formarán parte de su nuevo disco Amor, Samantha ya no se esconde entre sus rulos y sus lentes de nerd de las épocas de su clásico álbum Mujeres rotas (1999), y se muestra glamorosa, sexual y vestida de santa mientras le rinde tributo a Ricky Martin.

“Es un disco re raro”, dice sobre el sucesor de Saltar al tiempo deseado (2015), su anterior disco solista. Para este nuevo material ensambló diferentes proyectos con los que venía trabajando desde hacía cinco años (música para teatro, experimentación con el programa Garageband, canciones hechas con su hermano Martín Rivero, y otras con los productores Guillermo Berta y Nicolás Panzl), y si bien ya está pronto, decidió mostrarlo de a poco y en forma de tres islas. La Primera Isla ya está disponible en la plataforma Spotify, y quise saber un poco más. De forma inevitable comenzamos intercambiando impresiones sobre la pandemia.

Un momento así perfectamente se te podría haber ocurrido como escenario para una de tus canciones.

Es que yo leí mucha ciencia ficción de chica, y esto ya lo leí. Me siento un poco como en un cuento de ciencia ficción o de literatura fantástica.

¿De qué lectura o autores te acordás?

Me acuerdo de un libro de cuentos rusos que tenía. Después de René Barjavel; creo que era La noche de los tiempos, que empieza con una marcha gigantesca de embarazadas contra la guerra y la contaminación. También me acuerdo de revistas científicas y semicientíficas.

Una vez hablamos de hacer música para publicidades, y mencionaste que para el artista era un mundo con muchas limitaciones pero que, al mismo tiempo, te obligaba a explorar en tu creatividad y a llegar a lugares diferentes. ¿Cómo vivís las limitaciones que impone este tiempo de pandemia?

Es bastante terrible. Se corta todo: los ensayos, ir a ver toques, encontrarse con gente en la calle. Vas por 18 y te cruzás con alguien que conocés y es hermoso, y vas a AGADU a declarar un tema y ves a otro músico y te ponés a conversar. Toda esa parte de input, de ponerte cosas adentro, como ir al cine; se te re corta esa jugada. Todo bien con Netflix, pero ir al cine es ir a un templo, y la salida tiene un montón de condimentos. Ni hablar de la necesidad del divague.

En tus primeros discos siempre me imaginé a una Samantha como de caricatura, recorriendo Montevideo, con un humor un poco extraño, sola, con todos sus mambos. Pero en los últimos años, cuando además fuiste madre y te casaste con Victoria, tus canciones tienen una apariencia más serena. Parece que este mundo nuevo es menos loco, ¿o nada que ver?

No sé si es más loco, al final. Una nunca sabe. Pero es muy impresionante.

¿Cómo te sentís ahí?

Yo tuve la época de esa Samantha que decís, que fue mutando zarpado a lo largo del tiempo, pero siempre tenés puntos de contacto con quien fuiste. Curiosamente, en este momento me siento muy conectada con mi Samantha adolescente, una anterior a cuando empecé con mi carrera, y estaba más en plan llevarme al mundo por delante, un poco en el estilo que tenemos más asociado a un varón joven. Pero en este momento estoy volviendo a esa adolescente muy idealista y, en un punto, muy confiada en el futuro. Una cosa rara.

¿Por qué será?

Capaz que es porque estoy ordenando, entonces me encuentro con papeles. Guardé el cuaderno de Química y el de Física (sexto de liceo, orientación Medicina), me había olvidado que los tenía. Un viaje.

Esos los habías conservado especialmente.

Sí, me acuerdo que me dio un trabajo bárbaro hacerlos, la letra me había salido re linda; a mí me encanta la caligrafía. En la última hoja había pedazos de temas. Ya estaba en ese viaje, y fue fuerte volver a leerlos. También encontré casetes de cuando tenía 20. Tengo pila, con proyectos de canciones, cosas que ahora me parecen súper interesantes y en su momentos deseché.

Casetes con demos tuyos.

Muchísimos. Mi primer elemento de composición fue un pasacasetes JVC que me regaló mi abuela Nona, del lado materno. Siempre tuve esa cosa medio moderna de grabar, cosas de la radio que me interesaban y también ideas mías. Primero esperaba a que la canción sobreviviera sola y después la grababa. En una época en que eran muy baratos, tenía un montón de casetes y grababa pavadas a lo largo de la cinta, como una técnica para ir armando una idea.

¿Y a qué sonabas en ese momento?

Descubrí muchas búsquedas de voz, con la misma cabeza que ahora: cada canción tenía su espíritu vocal. A veces se nota mucho, como en Tengo recuperación [su disco solista editado en 2000]. Yo había leído eso de que cuando Los Beatles entraron al estudio con “Hey Jude”, Paul McCartney se puso a gritar y gritar, hasta que quedó medio roto, y ahí grabó. Yo aplico lo mismo, busco voces para diferentes temas, y la semilla de eso la encontré en estos casetes. Después hay otras re graciosas, otras más aniñadas, pero muchos de esos recursos los sigo utilizando hasta el día de hoy.

¿Sobre qué escribías?

Era una etapa de muchas dificultades amorosas, de toda índole, de la pareja, de las cosas que estaba haciendo. Tenía el mandato familiar de tener una profesión bien, las expectativas de ser toda prolija, hijos, dentro de una cultura patriarcal que la tenemos súper incorporada. Te das cuenta de más grande, pero a esa edad estás adentro, nadando ahí, podés ver sólo algunas cosas.

¿Hubo un momento en que te diste cuenta del caudal de voz que tenías y del potencial como cantante, o fue un proceso largo?

De adolescente me pintó eso. Mi di cuenta de que las alturas eran mías. Era como un superpoder, divino. Yo me creía que me cantaba todo; por supuesto que no, pero era esa cosa de la juventud, tontuela.

¿En tu cuarto?

En el living de la casa de mi madre. Era una especie de Groenlandia, grande. Tenía una pared de piedra laja, un techo alto en una parte y más bajo en otra. La casa la había hecho un ingeniero, tenía algunas particularidades.

¿Y estaba eso de algún pariente asombrado por lo bien que cantabas?

Siempre se resaltó mi creatividad, desde niña. Empecé de muy chica a hacer canciones, y dibujaba mucho. Participé en unos cuantos concursos de dibujo, y pasó que mi hermana melliza [Eloísa] ganó premios en dos de esos concursos, y a mí, que era la dibujante de la familia, ni siquiera me seleccionaron. Entonces dije ta y me alejé del dibujo. Durante un tiempo pensé que me iba a dedicar a la pintura. Mis sueños rotos.

La primera canción que mostraste de tu nuevo disco se llama “Pulso redentor” y tiene un videoclip increíble.

Es una canción de amor a los santos cotidianos; es una canción de confianza y de autoamor, en un punto. Yo tengo a San Expedito acá tatuado [muestra su brazo derecho]. Me salvó este diente [señala uno de sus incisivos centrales]. Me lo rompí por primera vez a los 11, después me rompí el arreglo; me probaron no sé cuántas resinas, y me lo volví a romper nadando. Durante mucho tiempo estuve con mi diente negro, y el año pasado me lo volví a arreglar, todo divino de porcelana, pero me dolía re zarpado, y dije “ta, se rompió la raíz”. Y ahí le pedí a San Expedito que me protegiera el diente y me lo salvó. Así que me lo tatué.

En esta canción Ricky Martin es como uno de tus santos cotidianos.

Lo siento como una persona muy crack. Empezó desde muy chico en el negocio de la música. Pasó por diferentes fases, adoptó a sus hijos, y en un momento pudo tomar una postura política propia, y supo utilizar su lugar en la industria de la música para transmitir un mensaje que es muy potente y muy útil desde lo simbólico. Tiene la misma edad que yo, además, siento algo de la hermandad. Y está divino, es un hombre muy lindo. Siempre hacemos chistes con Vito con que nos gustaría casarnos las dos con él, para que nos mantenga y nos enseñe a bailar. El de él, en definitiva, es un mensaje de amor.

¿La conexión con los santos ya la tenías?

Desde niña. Siempre fui creyente. No soy monoteísta. Se me ocurre que todo tiene una base, como mínimo dual, o más. Me parece hermoso el mundo de los sacrificios de los santos. La hagiografía es impresionante. San Expedito, por ejemplo, tiene una historia genial. Es como un santo por error, era un general romano poderoso que vio el sufrimiento de los cristianos, quedó asombrado de su fe, y en ese momento cambió su espíritu y empezó a protegerlos. Me encantó eso.

Una de tus canciones nuevas la escribiste para tu hijo.

Sí, “Centeno”. La escribí cuando él todavía era una idea. Y en realidad me di cuenta después de que la había escrito para él. Primero era una canción de amor incondicional. Así, como alguna gente que es de Peñarol, esa cosa súper religiosa; tiene el costado horrible del que tira una garrafa, pero la otra parte es hermosa.

Me pareció una canción muy optimista y, al mismo tiempo, como escrita para estos tiempos. Pero la escribiste antes.

Mi amiga Paula Maffia, una compositora re crack, estudiante de Filosofía y de Botánica, dice que hoy por hoy todo está resignificado por el momento en que estamos viviendo. Y yo personalmente –va a sonar un poco creído lo que te digo pero no me importa– pienso que cuando una canción tiene un punto muy profundo supera las variables y se mete en una intensidad humana mucho más larga. Esta canción la debo de haber hecho en 2016 o 2017, como parte de un proyecto de disco con mi hermano, y calculo que, de repente, con otra formulación de arreglos, va a estar vigente dentro de 20 o 40 años. Puedo ser ambiciosa.

Ya que nombraste a Peñarol, no puedo evitar preguntarte por una canción que tiene muchos años y me gusta mucho. El personaje de “Tengo recuperación”, que tiene cosas de muchas personas, ¿tenía vínculos con cosas tuyas?

Había muchos vínculos. Por un lado, la relación de amor-odio con Peñarol que tenemos algunos hinchas de Nacional. Yo estoy más cerca del lado del amor, porque de niña fui muy hincha de Peñarol y súper enamorada de Fernando Morena. Me acuerdo de cuando me enteré de que se había casado con otra. Fue horrible. Al rato me di cuenta de que mi abuela era de Nacional, mi padre, y mi vecinito que no me daba bola también. Y ahí me hice de Nacional. Después de más grande, en 1999, teníamos una vecina que era re de Peñarol y las amigas la venían a buscar con remeras, todas vestidas con ropa deportiva amarilla y negra. Y una vez, ya tenía casi 30 años y me pasó de subirme a un ómnibus lleno de gurisas hinchas de Peñarol, cantando. El personaje de la canción es una exageración de esas cosas. Es una canción que está hecha con mucho amor. Yo soy esa, no tengo la energía de ese personaje, pero me ponía en ese lugar. Y ella, además, es como la contraparte del personaje de la canción de ese mismo disco [Tengo recuperación], “Ana Lía”. Como una novia, o el otro lado de la persona. Ana Lía sería hincha de Defensor, más paz y amor.

Los ómnibus son una temática recurrente en tus canciones.

Me encantan. Desde niña. El ómnibus, si no implica una rutina que no te gusta, es hermoso. Si vos tenés que ir a laburar como anchoa –o una sardina– en lata, es horrible, pero si tenés el privilegio de usar el ómnibus para ir a un lugar que te guste, en un horario en que no seas una sardina, o apretadito pero en una onda más relajada, puede llegar a ser una experiencia muy agradable. Ves un montón de gente que sube, cada uno es un planeta. Es un viaje; hay una persona que maneja, a veces con muy buen gusto musical, otras no, pero eso también es información. De repente, silencio, los motores esos diésel increíbles, los vidrios a veces llenos de mugre, o muy limpios. Bueno, “I love you”, una de las canciones de esta Primera Isla, surge de un embotellamiento arriba del 116.

¿Preferidos?

El recorrido del 104 me encanta, vas todo por la rambla. El 105 lo tomé mucho. En el momento en el que baja por el túnel de 8 de Octubre es como entrar en otra dimensión. En una época me sabía todos los recorridos.