“Me parezco más a él que a mi propio padre”, dice mientras nos muestra una foto en sepia de su abuelo Alfredo Ghierra, campeón mundial de fútbol en los Juegos Olímpicos de París en 1924. El nieto, de idéntico nombre que su abuelo y su padre, recuerda que el atleta olímpico le llevaba confites que después resultaron ser homeopáticos, y que en primavera iba a su casa a pintar los cuartos. El abuelo futbolista era “parte del paisaje” de sus primeros años, tanto como su cuantiosa colección de animales de juguete y las ciudades hechas con libros, o cartón, que ocupaban buena parte de sus horas de diversión en solitario.
Entre sus primeros recuerdos también están los de una demolición, y el de la primera vez que vio el Palacio Salvo. A quien lo llevaba de la mano de paseo el edificio le parecía “horrendo” y así se lo hizo saber a Alfredo, que en silencio se maravillaba con su descubrimiento, “propio de un cuento de hadas”.
Desde que tiene memoria imagina, construye y dibuja ciudades reales e imaginarias, las transforma, las deforma, las combina con inspiraciones literarias como la de Jorge Luis Borges o la de Italo Calvino, y las convierte en vivas protagonistas de sus relatos. Pasa buena parte de sus días dibujando y reconoce en Montevideo su gran obsesión. Sus bocetos de la capital de Uruguay son grandiosos y optimistas, aunque también pueden resultar atemorizantes, acompañados de remolinos, rayos fantásticos o remansos paradisíacos de abundante follaje verde. Sobre los característicos rayos ha dicho que representan la idea de progreso, que aparece cada vez que se refiere a un momento en donde “todo era posible”.
Estudió cine, arquitectura, arte y se fue varias veces del país. Actualmente trabaja como artista visual y docente, y decidió quedarse aquí junto con la llegada del Frente Amplio al gobierno y su nuevo impulso.
Hace ocho años, en una de sus habituales caminatas se dio cuenta de que la casa de los Estévez tenía un cartel de venta y pensó que allí era donde quería vivir. De niño había pasado horas jugando a las escondidas entre sus pasillos y escaleras, en los cumpleaños de sus compañeros de clase de la escuela Francia, hijos de un veterinario de la zona. Préstamo de por medio, y ya suya, reformó la antigua morada a su gusto y la llenó de sus dibujos, plantas, animales de juguete, vajilla de sus tías y abuelas, artefactos de iluminación antiguos y coloridos, muñecos de Tintín, discos de Peter Murphy, The Cure y Depeche Mode, todo en perfecta y cuidada armonía. En su hogar el visitante atento también podrá descubrir parte de sus muestras, en ciudades y edificios en miniatura protegidos por campanas de cristal, alrededor de su luminoso lugar de trabajo.
Alfredo planifica una ciudad más habitada, la Ciudad Vieja libre de ómnibus y con techos verdes de plantas en cada azotea. “Para imaginar una ciudad más feliz no precisamos un solo peso”, dice, y se entusiasma cada vez que tiene oportunidad de compartir alguno de sus hallazgos edilicios perdidos en el paisaje de Montevideo. Piensa que no se debería demoler más nada hasta ocupar todo lo que está disponible, y adhiere a la idea de un mundo gobernado por ciudades, para rescatar su escala humana de la vorágine de la globalización y las empresas más poderosas que los propios países.
A principios de setiembre y junto con su equipo, presentará una nueva campaña de Ghierra Intendente, el proyecto artístico que mezcla ficción con realidad, y con el que desde 2010 ha llamado la atención por sus ideas, claras, simples e innovadoras. “Una ciudad sin gente no es una ciudad” es la idea que condensa su nuevo eslogan: “Somos la ciudad”.
Con café y torta de manzana, nos recibió en su casa y nos contó por qué cree que el patrimonio es el futuro.
Todo lo que hacés tiene algo de cinematográfico. Hiciste en forma muy temprana un curso de cine para niños y adolescentes en Cinemateca.
Ese curso fue increíble. Lo encontró mi viejo. Para él, hijo de un olímpico del 24, debe de haber sido frustrante que a mí no me interesara el fútbol. Y sin embargo, estaba siempre atento a mis intereses. Por ejemplo, me apuntó en un curso de escritura que llevaba adelante Luis Neira en AEBU a finales de los 70. Y un día me dijo: “¿Querés hacer un curso de cine”?, Y le dije: “¡Cómo!”. Después me di cuenta de que era un lugar de resistencia durante la dictadura, Cinemateca toda y ese curso. Se juntaba una camarilla muy interesante, comandada por Eloy Yerle. Era los sábados de mañana, pero nos llevaba el día. Yo estaba en primero o segundo de liceo.
¿Ya tenías un gusto muy particular por el cine?
En realidad, lo que me pasaba era que me interesaba todo. La gran dificultad era qué iba a estudiar. Si me decías abogacía, me parecía fascinante. Astronomía, arquitectura, cine, todo me gustaba. Hacer un curso de cine en ese momento no tenía ninguna relación con el mercado laboral, y sin embargo filmábamos en súper ocho, hacíamos animaciones, documentales, era impresionante cómo lo llevaban adelante.
¿De qué películas te acordás de esa época?
Algo que me marcó para siempre fue un corto documental con animación (Cosmic Zoom, de Eva Szasz, 1968). La secuencia arrancaba en una mano que la picaba un mosquito en un jardín, y entonces la cámara se elevaba y veías el jardín la casa, la ciudad, el país, el continente, el planeta, y te ibas yendo fuera del sistema solar, a toda velocidad, y llegaba a Plutón, ponele, y la cámara volvía; cuando llegaba a la mano, entraba en la célula, e iba avanzando hacia lo más pequeño. Yo pensaba: “Chau, dios santo, qué maravilla”. Pero veíamos de todo: El acorazado Potemkin, Buster Keaton, no importaba la edad. Todos los años hacíamos un fotorreportaje, una animación y un corto en súper ocho. Editábamos en Moviola con cinta, cortábamos y pegábamos. Inolvidable. Muchos años después, empecé a trabajar en publicidad y en audiovisual, pero indudablemente todo eso me había quedado. Y siempre vi mucho cine.
Tus dibujos y los relatos que los acompañan recuerdan mucho a la película El ciudadano.
Claro, sí. A veces, cuando me preguntan qué artista te inspira muchas veces no sé ni cómo se llaman, porque probablemente sean directores de arte o escenógrafos. Me acuerdo desde que tengo memoria de fijarme en las escenografías, sin que nadie me dijera nada. Ahora que lo pienso, es raro. Miraba una peli y miraba atrás, el decorado; me parecía siempre increíble.
Con esto que contaste de tu desinterés por el fútbol, siendo tan importante en Uruguay, ¿te sentías un niño diferente?
Totalmente. Pero no era antisocial. Jugaba con mis amigos pero también jugaba mucho solo en casa a armar ciudades. En los 70 no había mucha cosa. Punta Carretas era un barrio lateral, el barrio de la cárcel, no venía nadie por acá. Jugábamos al cordón en 21 de Setiembre. Imaginate. A lo sumo, decíamos: “Ahí viene el 116”. Jugábamos en la calle tranquilazos y a ninguna madre se le ocurría pensar que eso era peligroso. Me siento un anciano diciendo estas cosas, pero es verdad.
¿Con qué armabas las ciudades?
Mi juguete en la infancia eran los animales, y les hacía ciudades. Primero las hacía con libros, y después iba a la casa de mis tías y de mis abuelas y les pedía cajas de pasta de dientes o de perfumes, y les hacía las ventanitas y las puertas. Después me dieron ganas de hacer edificios que terminaran en cúpulas, o en cuatro aguas, y ahí empecé a desarmar las cajas, y después las empecé a hacer yo en cartulina. Es como que siempre hice lo mismo.
En algún momento te definiste como de vieja escuela. ¿Qué quiere decir eso para vos?
Yo soy mi propia tía abuela. No tengo ningún empacho en decirlo. Vieja escuela en muchos sentidos. No tengo televisión desde hace 25 años, pero escucho radio como lo hacía mi abuela. A mi generación le tocó pasar de lo analógico a lo digital. No reniego en absoluto de lo digital, ando con mi laptop para arriba y para abajo, me encanta Spotify, pero agradezco muchísimo no necesitar de ningún aparato para dibujarte una idea. Si me gusta un pantalón de tal forma, te lo dibujo; quiero que reconozcas una casa, la dibujo. Yo eso lo recontra defiendo, y lamento que se pierda.
En tu juventud de mediados de los 80 eras de muchas caminatas.
Sí, era lo que había para hacer. Por Parque Rodó, Centro, Palermo, Barrio Sur, Ciudad Vieja, Prado, Colón. Se caminaba muchísimo. Primero, porque nadie tenía un peso y la plata la gastabas en los bares.
Era una actividad, en principio, sin mucho sentido o destino.
Y tenés que imaginarte que la ciudad era una escenografía, completamente abandonada, vacía y en blanco y negro, y en esos periplos te ibas encontrando gente como vos, de gabardina. No andaba mucha gente, no eras amigo de todos, pero sabías quiénes eran, y jamás sentíamos peligro, salvo por las razias. El final de la dictadura coincidió con mi adolescencia: tenía 16 años. El país entero estaba adoleciendo una primavera. Fue magnífico, pero duró lo que un lirio. Fue muy frustrante también. Los 90 fueron una gran cachetada. Todos estábamos adelantados en nuestros deseos con lo que después terminó pasando en los 2000. En aquel momento teníamos mucha prisa y pensábamos que era posible vivir del arte. Ese período del 85 al 90 fue muy efervescente, pero después eso se pinchó, y causó mucha tristeza. Mucha gente quedó por el camino, se murió o se fue.
Vos te fuiste a San Pablo.
Acá era desesperante. Venías con ganas de hacer un montón de cosas y te dabas contra un muro. Ya había un Manini; eran todos los mismos, un poco más jóvenes. Todo se repite. Parece Dark.
Has hablado mucho sobre cómo se relacionan las personas con las ciudades en que viven. ¿Cómo cambia ese vínculo en este escenario de pandemia?
Mi otro trabajo, con mi álter ego de Ghierra Intendente, tiene que ver con la apreciación y la puesta en valor del espacio público. La pandemia vino a arruinar eso: nos sacó a todos del espacio público. Entonces que tu trabajo dependa de la defensa de algo que tenés que abandonar parece una ironía. Si bien internet y las redes ayudan, no son un espacio público. Yo doy clases en Bellas Artes (módulo Dibujo y Ciudad), di una clase por Zoom y le dije a mi jefe: “Bo, yo no puedo así, soy vieja escuela”. Es muy desesperante que el espacio público se haya abandonado por el peor de los motivos, el miedo, y que todos nos hayamos vuelto potenciales transmisores. Yo viví la pandemia del sida, pero esto es mucho más peligroso, alcanza con respirar. De todos modos, con Ghierra Intendente vamos a mostrar las propuestas que tenemos y presentaremos nuestro discurso en el canal que se pueda.
“En todas las ciudades hay una guerra silenciosa por la propiedad de la tierra”.
Más allá de este momento, siempre has reparado en Montevideo como un lugar con muchos agujeros, abandono, y en Montevideo, la bella durmiente, el libro que hiciste junto con Magdalena Martínez Vidal, decís: “Montevideo se conoció como la tacita de plata a principios del siglo XX. Buenos Aires era la reina del Plata y Montevideo, una tacita delicada y refinada. Esta metáfora nos recuerda que la plata hay que bruñirla de vez en cuando para darle todo su brillo”. ¿Por qué crees que ocurrió ese deterioro?
Eso no le pasa sólo a Montevideo. Le pasa a Berlín, a todas las ciudades. Y lo que está en el fondo es una guerra silenciosa por la propiedad de la tierra. En Montevideo vos tenés todo un corpus legal que te ayuda a sustituir estas casas de épocas anteriores por edificios que ocupan todo el terreno y le sacan el mayor jugo posible al terreno y a la altura. Si vos vas a hacer eso, el gobierno y el municipio te quitan IVA, te incentivan, te favorecen. Ahora, si la misma propiedad la querés comprar como casa, no tenés ningún tipo de ayuda. Entonces las personas que son dueñas de esas construcciones no es que sean malas, simplemente están ahí esperando que alguien les golpee la puerta y les diga: “Che, te compro la casa para hacer un edificio de diez pisos”. Pero ¿de quién es la culpa, del chancho o del que le rasca el lomo? Si la gente tuviera otra cobertura legal para poder vender su casa sin que tenga que ser demolida, tal vez tomaría otra decisión.
Esta casa, por ejemplo, no puede ser demolida, porque este barrio está dentro de unas pocas zonas donde vos podés levantar una edificación hasta la altura de tu vecino. Mi vecino tiene tres pisos y si bien esta casa es grande el terreno es pequeño. Quiere decir que si demolés esta casa podés hacer tres, cuatro apartamentos. Eso quiere decir que una buena solución sería bajar las alturas. Es un mamarracho la altura que tienen los edificios de Montevideo: es demasiado alta.
La población de Montevideo no aumenta desde hace décadas. Estás generando un stock de vivienda que la mitad queda en manos de los propios promotores, y eso hace que el precio no varíe. Otra cosa que podría estar pasando, si tanto se está construyendo...
Es que bajaran los alquileres.
Deberían estar bajando, ¿no?, pero no está pasando, porque en realidad se vende la mitad de lo que se fabrica. Es como cuando hay superávit de leche y se tira. Y lo otro a considerar es en qué momento la vivienda se transformó en un commodity, en qué momento se dejó de hacer hogares. Siempre se ganó guita haciendo un edificio y vendiendo los apartamentos, pero ahora es a unos niveles escandalosos. Si trazás una línea de los 60 a los 70, lo que se construía era para el beneficio de quien lo construía pero también para el beneficio de la ciudad. Por calidad, por diseño, por materiales. Y de ahí en más, a mí me da la sensación de que a partir de los 70 no sólo ganan unos pocos sino que pierden todos, porque lo que se construye no tiene calidad. Es raro encontrar algo de lo que digas: “Qué interesante, qué bueno”.
Eso te distorsiona toda la economía del país.
Todo. Pasó lo mismo con los alimentos. Hay un libro muy bueno de Martín Caparrós, El hambre, donde cuenta cómo los alimentos en un momento también se transformaron en un commodity. Es distinto cuando algo cotiza en bolsa y no tiene más nada que ver con demanda y oferta, sino que tiene que ver con el sistema financiero. La construcción se transformó en un commodity y no tiene más que ver con construir hogares para gente. Después tenés el grave problema de que no hay un gobierno, hasta el día de hoy, que acepte que no hay presupuesto para el plan de ordenamiento territorial. Nosotros tenemos unos planes fabulosos, estudiados, pero jamás tienen un presupuesto asociado. Y no se habla del tema, y lo saben los que gobernaron y los que van a gobernar. A mí me parece de una hipocresía gigantesca. Y así pasan las cosas que pasan. Yo entiendo que gobernar debe ser muy difícil, pero una cosa es no poder hacer lo que querés porque la dinámica de gobernar es complicada, y otra cosa es carecer de imaginación.
Si uno sigue tu discurso de corte más optimista, no resulta difícil pensar en una ciudad diferente, y hasta lo planteás de una forma muy sencilla. Pero cuando entrás en aspectos como estos da la sensación de que Montevideo tal como la conocimos va a desaparecer.
Una de las cosas que me encantan de lo que estamos haciendo con Ghierra Intendente es que le vamos a hacer un homenaje al barrio. Ya empezamos a salir a hacer fotos por La Comercial, Aguada, Parque Rodó, Cordón Norte, y no lo quiero decir mucho para no avivar giles, pero fue como un viaje al pasado. Los barrios están intactos y están ahí. Hasta me da miedo. Falta el marketing, o la educación, pero también el marketing, para concientizar a los ciudadanos y a los propietarios de esos barrios de que está buenísimo vivir en esas casas. Pero tengo la convicción, bastante pesimista, de que para muchas de esas personas que viven ahí el progreso sería irse a vivir a un edificio en torre de vista deseada. Es lamentable, pero sólo tenés ese marketing funcionando. Ojo, seguro que hay personas felices viviendo en sus casas antiguas, pero no figura entre los signos de éxito y de estatus de esta sociedad. Los invito a que caminen por Justicia, Miguelete, Nicaragua; es una belleza lo que ves. Y son barrios donde ves que la gente cuando tiene un mango más acomoda la fachada, pero muy mal. Le pone baldosas de baño, por ejemplo. Y ahí también te das cuenta de que no hay un diálogo entre el gobierno de la ciudad y la gente. Lo ideal sería que algún funcionario atento le dijera: “Yo te ayudo, no pongas eso”. Tenés que tener en el territorio una oficina que se encargue. Parece que estoy hablando de estética, pero estoy hablando de ética, claramente, de estar atento, de mirar la ciudad.
Ahora, ¿qué pasa con el ciudadano? Yo no voy ni loco a la intendencia; si voy a hacer algo en mi casa, rezo para que no lo vean. La gente lo que piensa es que jamás te van a ayudar, que están ahí sólo para multarte si hacés algo mal, y con suerte harán la vista gorda.
Lo que falta es una leve guía. Acá lo único que parece que funciona es la lógica de “ese barrio está decadente, lo haremos progresar cuando se demuela todo y construyamos alguna vivienda nueva”. Y en ningún momento se piensa en una solución intermedia, usando el potencial de los vecinos que quieren mejorar el barrio. No hay por qué tirar todo abajo. En lugar de hacer todo nuevo, veamos qué podemos hacer con esta madera que ya tengo, este piso a ver cómo lo puedo reformar...
Y no es más caro.
No es más caro. Y también está el argumento falaz de cómo la construcción crea empleo. Ni te digo la restauración, y el cuidado, la cantidad de empleos que crea, y mucho mejor pago. Así que no me jodan, como dice Mujica. Parece que le estuvieran tomando el pelo a la gente, cuando en realidad es como la maldición de Malinche que no termina de pasar nunca. Te doy vista deseada con muros de yeso, te demuelo el palacete a la francesa de principios del siglo XX, y el revoque al año y medio va a estar descascarándose. Seguimos haciendo lo mismo.
Cuando arrancaste con el proyecto Ghierra Intendente, en 2010, hablabas del “bajo nivel de la discusión política” sobre estos temas. Luego de diez años, ¿cómo la ves?
Te diría que empeoró. Hace unos días hubo una discusión vía Twitter entre Daniel Martínez y Laura Raffo acerca de quién conocía más la periferia y los asentamientos. Yo te juro que leía eso y pensaba: “¿Me están jodiendo?” Era de un nivel de infantilismo, ¿entendés? Es como que vos, con un grave problema –como es el de las personas marginadas que por esa guerra silenciosa por la tierra se caen del sistema y se tienen que ir cada vez más lejos– lo que hicieras es ir con una cámara, filmar las aguas servidas y decir: “Ay qué horror, qué espanto, no han hecho nada”. Es como intentar explicar el todo por una parte. Cuando en realidad el gran tema acá es que no hay presupuesto para el ordenamiento territorial. La teoría está, pero no está la plata para llevarla adelante. En Medellín, por ejemplo, usaron las empresas públicas. Una parte de lo que recaudan la vierten a aplicar lo que el ordenamiento territorial les sugiere. Redes de bibliotecas, liceos, equipamiento de calidad donde más se necesita. No hay mucho misterio.
“Ghierra Intendente es un método. No tenemos las soluciones”.
¿En algún momento desde el gobierno te llamaron por algunas de tus ideas?
Sí, a un nivel más de conversación de bar. No te olvides que la mayoría de los cargos los tienen que ocupar con militantes, y yo no milito en ningún partido. No estoy ni ahí. Yo hago un proyecto artístico que involucra la política, y aplico lo que los políticos no hacen, que es la interrelación de las disciplinas para lograr la mayor diversidad de voces posibles. Invito a arquitectos, diseñadores industriales, directores de arte, artistas visuales, gente que piensa la ciudad pero que no está invitada a ningún tipo de foro o equipo de gobierno, y los pongo a trabajar juntos. Una de las cosas que nos enseñó la crisis de la covid-19 es que está bueno recurrir a la investigación y a la ciencia. Para la ciudad es lo mismo. En lugar de estar discutiendo quién fue a más asentamientos, hay estudios serios de qué barrios tienen las necesidades insatisfechas y cuáles no, dónde se precisa qué, dónde está la tierra vacante, y por qué no se usa, y se permite que se especule con esas tierras.
Tu personaje de Ghierra Intendente juega entre la ficción y la realidad pero tiene propuestas reales.
Es un método. Nosotros no tenemos las soluciones. Ahora vamos a presentar más de 50 proyectos, pero muchos de ellos son preguntas, reflexiones. No esperes encontrar la solución a todos los problemas de Montevideo. Tenemos proyectos, pero no es eso. Lo que nos interesa rescatar es una nueva forma de hacer política que no implique esas nimiedades de mirar el detalle en vez del todo.
¿Cuáles son los principales problemas de Montevideo?
Primero, el transporte, la movilidad, que increíblemente la intendencia se lo puso al hombro pero para hacer todo mal. Y aparte siempre con el fantasma del señor Juan Salgado, que te da la sensación de “¿quién hace la política de movilidad de la ciudad?”. Es increíble que no tengamos más que ómnibus como transporte público, cuando fue una ciudad que tuvo tranvías, trenes, trolebuses, vaporetto, y ahora parece que fuimos para atrás. ¿Usted no desconfiaría? La movilidad es lo primero, porque cuando la resolvés le devolvés vida a la gente. Si a vos ir y venir del trabajo te lleva dos o tres horas, ta, yo no voy a trabajar, no sé, como pasto. Es una maldad. Cómo podés pretender que la gente se instruya o consuma cultura si gastó tres horas en viajes.
El segundo, los residuos, y a no confundirlo con basura. Residuos es una industria, y es mucha plata. Necesitamos una campaña continua de educación de cómo utilizar los contenedores. Hay que gastar ahí.
Y el tercero tiene que ver con el patrimonio. Pero no entendido como Día del Patrimonio, “visitemos unas casas viejas”, sino como qué estamos haciendo para el futuro. El patrimonio no es el pasado, el patrimonio es un concepto de futuro. Hay que cambiar el paradigma que tenemos, que es completamente erróneo. Además, en Montevideo no es que tenemos un lugar específico donde conservamos todo lo de valor; acá en cada rincón hay cosas valiosas. Hay que hacerse cargo de eso de una forma más dinámica, y enseñarle a la gente. Lo que tenés que hacer es favorecer que la gente ocupe esas casas. Lo peor que te puede pasar en una casa, y por ende en un ciudad, es el abandono, que no viva nadie.
Yo tengo amigos que viven en la avenida Uruguay. Entre Libertador y Ciudad Vieja es una de las zonas más lindas de la ciudad. Pero ¿qué pasa? Cada una cuadra hay un baldío, mugre en la vereda, unos carteles horrendos, le sacaron los faroles, le cortan los jacarandás, pasan 700 líneas de ómnibus. No estás haciendo nada para que la gente se instale ahí. No tenés que gastar un peso más que en educar, en marketing si lo querés hacer más atractivo. Vos tenés que hacer un cuento de que la avenida Uruguay es el mejor lugar para vivir. Es un tema de todo el sistema político. Falta imaginación y falta sensibilidad.
¿En tus dibujos imaginás a Montevideo en algún año o época en particular?
Siempre pienso que en un viaje en el tiempo me gustaría ir al futuro, que no extraño ninguna época, y que esta es la mejor época; es lo mejor que pudimos lograr como humanidad hasta ahora, desde la esperanza de vida, el acceso a la educación, la igualdad de sexos, y tantas cosas que hasta hace poco eran espantosas. Y me da mucha curiosidad lo que vendrá. Mis dibujos son como visiones de posibilidad, no de algo que existió, sino de hasta dónde podríamos llegar.