Todavía quedan ejemplos de televisión comunitaria, y con esto no me refiero a señales pequeñas con programación dedicada a un pueblo o a un barrio, sino a aquellos programas que se vuelven tema de conversación, que copan las redes sociales y que coparían las charlas en la oficina si no estuviéramos todos trabajando desde la soledad de nuestras salas de estar.
¿Cómo saber si una serie X se vuelve tema de conversación? Porque aparecen aquellos que escriben en internet cosas como “Qué buena está X”, “No hablen de X porque todavía no la terminé”, pero especialmente “¿No tienen nada mejor que hacer que estar hablando de X? Es una porquería sobrevalorada. No, no la vi”. Ocurrió de manera masiva con Juego de tronos, ocurre cada vez que los canales uruguayos estrenan algún programa propio con bombos y platillos, y ocurrió con la serie alemana Dark, cuya tercera (y última) temporada llegó a Netflix hace poquitos días.
¿De qué se trata esta serie? Caramba, ya van dos párrafos que comienzan con una pregunta. Hoy será uno de esos días. La historia transcurre en Winden, una localidad con su propia planta nuclear, en la que desaparecen un par de jóvenes, y esto termina destapando una olla de traiciones, desapariciones y viajes en el tiempo.
Volver al pasado
Los protagonistas son los miembros de un puñado de familias de Winden, que descubren (algunos) que debajo de la planta nuclear existen unos túneles que permiten viajar en el tiempo, en saltos de exactamente 33 años. Esto permite visitar otras líneas de tiempo que corren “en paralelo” y conocer a los mismos habitantes del pueblo en diferentes edades de su vida.
Por suerte los encargados del casting hicieron un muy buen trabajo y en ocasiones es hasta obvio quién es quién. Y por suerte los internautas nos proveen de árboles genealógicos a gusto del consumidor, si es que no queremos tomar papel y lápiz y hacer el nuestro.
Las ficciones que incluyen viajes en el tiempo suelen dividirse en dos grandes corrientes: las que modifican constantemente la línea temporal y aquellas en las que las acciones de los viajeros contribuyen a que todo siga como está. En el primer grupo se encuentra, como ejemplo más representativo, la trilogía de Volver al futuro. Allí, cada mariposa pisoteada por Marty McFly en el pasado generaba cambios de ahí en más. Tanto, que estuvo a punto de eliminar su propia existencia por hacer que su madre se enamorara de él.
Del otro lado tenemos películas como 12 monos, que transforman la exploración temporal en una suerte de tragedia griega: el viajero intenta detener una catástrofe y termina dándose cuenta de que no hizo más que promoverla. En el medio anda la saga Terminator, que tiene un poco de cada una.
En las dos primeras temporadas de Dark, la tragedia griega era prácticamente una pieza de relojería. El mérito de los guionistas teutones estaba en tener bien clara la hoja de ruta desde antes de empezar a filmar, de manera de presentarnos las piezas de un gigantesco rompecabezas, en un orden que inicialmente parecía caótico. Más o menos lo que Lost nos quiso hacer creer que hacía, hasta que fue demasiado tarde y quedó de manifiesto que jamás pensaron que durarían tantas temporadas.
Volver al pasado 3
La primera temporada terminaba con la novedad de un futuro posapocalíptico, y la segunda volvía a patear el tablero. O lo pisoteaba, porque quizás el tablero todavía continuaba en el suelo. En el último episodio, nuestro protagonista Jonas (Louis Hofmann, entre otros) se encontraba con una Martha (Lisa Vicari, entre otras) que afirmaba venir de una Tierra paralela. (Así que Batman versus Superman: el origen de la justicia no es la única ficción en la que uno de los actores principales se queda mudo por una segunda Martha).
Esta revelación acerca de la existencia de un segundo mundo es la que impulsa esta última tanda de episodios, al tiempo que nos complica más la existencia a los incautos espectadores. Pero, no se engañen, Dark no es una serie inexpugnable. Simplemente nos exige estar más atentos y castiga a aquellos que tienen una memoria de mosquito. Como quien escribe estas líneas.
No vean esta serie al tiempo que revisan el celular. Menos que menos si está puesta en su idioma original y no manejan el alemán. Ahora no solamente tenemos a tres intérpretes en el mismo rol (muchos de ellos mezclados en el tiempo), sino que contamos con una “Tierra 2” al mejor estilo del Multiverso de DC Comics o aquella serie Fringe, para multiplicar los rostros unidos a cada nombre. Nombres que además pueden ser Ulrich, Tronte, Helge o Bartosz. Tengan mucho papel a mano.
Toda la historia termina girando alrededor de la prevención de catástrofes, lo que le quita cierto ritmo al comienzo, ya que hasta ahora nos han mostrado una y otra vez que no se puede cambiar el pasado. Para cuando empecemos a dudar de la inamovilidad de los mundos, habrán pasado varios episodios de más de una hora.
Más despacio, cerebrito
Por allí aparecerán conceptos cuánticos, símbolos extraños y más actores que infectados de coronavirus en el mundo, pero (de nuevo) no estamos ante un producto excesivamente críptico. A lo sumo presenciamos una partida de ajedrez con 150 piezas por lado.
Es cierto que hay dos o tres personajes que salen por una puerta y entran por la otra, y nos dicen una y otra vez que están elaborando el plan perfecto para derrotar a las blancas (o las negras). Pero pese a que el drama liceal y los conflictos de pareja dejaron su lugar a los planes de conquista de la cuarta dimensión, en el fondo lo importante son las relaciones entre cada uno de ellos. ¡Así que memorícenlas!