Un sobrio texto sobre fondo negro detiene repentinamente el transcurrir de las primeras escenas y avisa: “Este documental fue realizado sin el consentimiento de su protagonista”.
Ella, la protagonista, es Flora Schvartzman, la tía abuela de Iair Said, el director, guionista y también actor de Flora no es un canto a la vida. “Es la tía de mi mamá, la hermana de mi abuela, y quiere morir desde que nació”, explica el sobrino nieto.
Lo que vimos, antes de la irrupción del fondo negro, fue el hall del edificio donde vive Flora.
Iair y su madre vuelven a visitarla, luego de doce años sin verse ni hablarse.
Iair, que lleva una cámara, comienza, con la complicidad de su madre, a filmar el reencuentro.
“Saludá, tía”, le pide el director-pariente, con una sonrisa. Flora se queja un poco por la sorpresiva intromisión y responde sacándole la lengua al lente.
Por esa época Iair vivía en la casa de sus padres. Unos días antes de la visita había sonado el teléfono y él, que había atendido, escuchó: “Hola, Iair, habla tu tía Flora, me estoy muriendo”.
“Flora es soltera y nunca tuvo hijos, por lo cual no tiene herederos directos”, explica el narrador. Quiere terminar todos sus trámites antes de su pronta partida, y especialmente el de la sucesión de su apartamento.
Iair es argentino, vive en Villa Crespo. Pasó toda la cuarentena trabajando como director de casting y escribiendo otra película. Nunca vio ninguna de Woody Allen, ni El Padrino, ni nada de la nouvelle vague, y la mitad de las que le indicaban cuando estudió guion cinematográfico le parecían aburridísimas. Miró mucha televisión, se reconoce fan de las tiras de Adrián Suar y de su productora, Polka, y prefiere las películas “muy particulares, que no se parecen a ninguna otra”. Comenzó su carrera como actor, y luego de un tiempo sin trabajo se acordó de que ya tenía un guion escrito para mantenerse ocupado. Ese punto cero lo convenció de que podía contar la historia que tuviera ganas de contar, desde cualquier lugar. Sin mucho plan, siguió escribiendo, actuando en un sinfín de cortos, largometrajes, programas de TV, con su rostro de piedra y su sensibilidad algo perversa.
Actúa como si le diera lo mismo estar frente a una cámara, un funcionario en el mostrador de una oficina pública, una cara más o menos conocida que se le cruzó en la calle, una vecina en el ascensor, una pareja de mormones, una jaula de leones, un incendio o un amanecer hermoso. Nunca tiene inconvenientes para iniciar un diálogo o prolongarlo al infinito, rara vez muestra sus sentimientos, salvo con palabras y raciocinio, puede sonar irónico y bondadoso al mismo tiempo, como cuando llama por teléfono a Flora, le hace chistes y le recuerda cuánto la quiere. Su mirada te convence de que no tendría ningún motivo para hacerte tropezar, y sin embargo, y en este caso, confiesa que se quiere quedar con el departamento de su tía abuela. Salvo por ese detalle, dice que lo importante de su película es que habla “de la muerte, las soledades, y los lazos familiares”.
Flora tiene una personalidad atrapante y un humor negrísimo. Suaviza sus modos con gentilezas al pasar por cada puerta. Es pilla, disfruta y reconoce algo de las travesuras de su sobrino nieto, pero no le importa ninguna consecuencia. Le preocupan sus dolores, sus culpas, y la propina que le dará al mozo.
la diaria conversó con el Iair Said, director, actor y guionista, pero no pudo evitar querer saber más sobre Flora.
Cuando vuelven a hablar, Flora te cuenta que conserva un recuerdo muy nítido de un momento con vos, entre cariñoso y humorístico. Te dice: “siempre tengo presente cuando fuimos al shopping del Abasto y vos te comiste tu plato (de ñoquis) y el mío”.
Sí, yo no había tenido tantos encuentros durante mi infancia con ella, pero le tenía un cariño especial. Nunca entendí bien por qué, pero ahora, con el tiempo, me doy cuenta un poco más de por qué vino Flora a mi vida.
Y sí, habíamos tenido dos o tres salidas, nosotros dos solos, y una fue cuando se inauguró el shopping del Abasto. Fuimos al patio de comidas, y después de esa vez creo que yo no quise salir con ella porque me daba vergüenza.
¿Fue para tanto?
Me pareció muy particular esa decisión que tomó de ir a putear a los de la casa de pastas. Les dijo de todo, entre otras cosas, “acá no viene más gente porque las pastas de ustedes son horribles”. A mí no me habían parecido tan malas.
¿Vos te reconocés en algunas de las mañas de Flora?
No, lo que a mí me generaba más inquietud eran temas más universales de ella, y no tanto cosas de su personalidad. La película acá [en Argentina] tuvo mucha repercusión, y sí me pasa hasta el día de hoy que mucha gente me escribe diciendo “soy igual a Flora, yo soy Flora”, cosas por el estilo. En lo que sí podía sentirme identificado era con su humor. Ella era muy irónica. También era muy desconfiada, y yo no. Voy hasta la esquina y le puedo dejar mi billetera a cualquiera. Soy muy ingenuo.
¿Ella era consciente de su histrionismo, de su capacidad de provocar situaciones absurdas y graciosas?
No creo que fuera tan consciente, pero al mismo tiempo viste que era medio show woman. Sabía manejar todo lo que pasaba. Si lo hacía a conciencia, nunca me di cuenta. La camarita era muy chiquita, yo la tenía todo el tiempo, y es medio como esas entrevistas por Zoom: mirás a cámara dos minutos y después te olvidás. Y con esto fue igual. Al principio Flora se quejaba un poco: “Ay, otra vez con la camarita”. Después se acostumbró y en un momento la cámara ya era parte de mi ropa. No creo que ella tuviera nada muy preconcebido para nuestras charlas.
¿Cuánto tiempo te llevó filmar toda la película?
La empecé en 2012 y la terminé en 2019. Fueron siete años, más o menos, editando, hasta 2018, cuando la estrené en el BAFICI (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente). Después le cambié algunas cositas, muy pocas.
Tendrás cientos de horas de registro.
No tantas. Fue más la búsqueda hasta que llegamos con Flor Efrón [montajista del documental] a la versión final. Nos llevó mucho tiempo, y además en el medio pasaron un montón de cosas. Flora estuvo en un geriátrico y después internada. Ella murió en 2015 y recién en 2019 terminé la película. El proceso iba pidiendo un tiempo extra que fue necesario para contar todo lo que quería contar y de la manera en que quería contarlo. Incluso tuvimos varios prefinales. Brindábamos con Flor, y al otro día decíamos “che, al final no está la película”; al otro día lo mismo, hasta que en un momento estuvo.
A propósito, ayer vi Emilia Envidia (2017), otras de las cosas que hiciste y que casualmente habla sobre lo difícil que puede resultar terminar una película. Está buenísima la serie.
Sí, la escribí con Martina López Robol, y también fue una serie que le gustó a todo el mundo. Se movió, ganó premios en España. En ese sentido es medio parecida a Flora...
Ninguna de estas dos producciones es pretenciosa. Logré sentirme a gusto, y siento que me representan.
Que es un poco tu estilo, o tu marca. No ser pretencioso.
Sí, trato de no serlo.
Ayer hablaba con otro director de cine sobre vos. Me dijo dos o tres palabras, y coincidimos. Creo que fueron “cínico”, pero al mismo tiempo, “ingenuo”, y no me acuerdo de la otra, pero es como que se puede reconocer muy rápido tu estilo y tu forma de actuar.
Me gusta eso, porque de verdad que en todas las cosas que hago –te pueden gustar más o menos– no intento copiar a nadie, no tengo grandes referencias, y no lo digo con orgullo. Prefiero mostrar un poco más de mi alma que cualquier otra cosa. Una vez, por ejemplo, me llamó un conocido de una amiga porque quería que yo diera una charla sobre la película a un grupo de 20 personas que se juntaban a ver cine. Resulta que vieron la película y al poco tiempo me avisan que habían cancelado la charla. Raro. Averigüé, y resulta que a la mayoría les resultó irrespetuosa, como que los incomodó. Y me parece que por un lado está buenísimo que pase. Si te incomodó es problema tuyo, y después cada uno se tendrá que preguntar qué es lo que le molesta. Esa [la de su película] es la historia que quería contar. Como te dije, prefiero mostrar mi alma y caerte medio mal, o medio bien, sin dejar de ser transparente. Y medio cínico, puede que sea, también, un poco.
Me encantan todas las escenas en que van a almorzar los dos al bar. Es como que el espectador puede sentarse en esa mesa. Y además se nota que Flora disfrutaba de esas salidas.
Total. Ella no me quería ver nunca. Pero cuando se le metía en la cabeza “nos vemos en tal fecha”, todos los días previos me llamaba y me decía “acordate de que nos vemos, si no podés avisame”, planificaba todo. Era su salida del mes, y era cuando ella quería.
¿Y dónde estaba ese bar al que iban siempre?
Rivadavia y Gavilán. Ella vivía ahí, por Plaza Flores.
Además de la confianza que te tenía, ¿qué otras cosas sentís que la conectaban contigo?
Obvio que había empatía entre nosotros, pero creo que lo que encontraba en mí era compañía. Cuando el mozo del bar le daba bolilla también se quedaba charlando con él.
Charlaba con el que podía. Y es raro, porque ella se jactaba de ser muy antisocial, pero todo el mundo la saludaba. Íbamos a una galería en Flores y todos la conocían por su nombre, y ella se sorprendía a veces de que la conocieran.
Vos tenés cierta fascinación o interés por el universo de la vejez.
Sí, es un tema que me interesa particularmente, y me llama mucho la atención. Me parece muy injusto, desde lo social, cómo se trata a la vejez. Me da mucha intriga saber qué es lo que piensan, cuáles son sus sueños, sus fantasías. ¿En qué momento uno jubila a la otra persona? O ¿a partir de qué edad uno empieza a ser viejo? Yo le tengo miedo a la jubilación. ¿Ahí se acaba todo? Flora es una persona que tiene 90 años y un mundo tremendo. Generó un año de una película en cartel, y a la gente le resultaba magnética su personalidad. Un montón de pibas y pibes, que eran la mayoría del público, me mandaban dibujos de Flora, que no es una señora divina de “ay, mi amor”. Cada viejo de este mundo debe tener una historia para contar, una historia para vivir, un futuro, y de lo que nos encargamos como sociedad es de jubilarlos antes de tiempo. Hace poco murió el abuelo de una amiga mía. Parece que nunca se había caído, nunca le había pasado nada, y es verdad que en un momento los viejos se empiezan a caer, y que a partir de ahí les cuesta más levantarse, pero la cabeza nunca deja de funcionar. Por eso creo que hay que encontrar caminos para que esas cabezas sigan sintiéndose igual de valiosas que cuando tenían menos edad. Quizás están más cansadas, puede ser, pero a mí me parece mucho más rica la vida de un viejo que va a la ferretería todos los días que la de un pibe que sale a bailar los viernes a la noche. Quiero saber qué hace ese viejo en su casa durante las 24 horas. ¿Por qué va tantas veces a la ferretería? No sé por qué ese terreno no está tan explorado.
Quizás un poco más en el cine de Oriente.
Acá, cada tanto, aparece alguna, como Amour, de Michael Haneke. Esa película me gusta.
O si no, se cae en el lugar del viaje final, o el último milagro.
Exacto. Además, a las películas sobre viejos les va muy bien. Tienen su público. Y yo no quiero tener que jubilarme a los 60 y no aparecer más. Tiene que surgir un mercado en que los viejos no sean tirados a la basura.
En la película se ve un montón de regalos que Flora te hizo. Más allá de su utilidad práctica, ¿con qué cosas te quedaste?
Con todo. Mi mamá me quiere matar. Tengo un anillo con mis iniciales que ella mandó a hacer, una camarita que creo que es de los años 40 y no sé si anda, y me quedé con un mueble que me gusta mucho. El problema es que casi todas sus cosas, su ropa, un buzo que me regaló, tenían mucho olor a pucho, porque ella le ponía tabaco a todo para espantar las polillas.
¿Y hoy cómo es tu relación con Flora, de qué manera está presente en tu vida?
Está presente todos los días. Justamente, esa es la gracia de la película. Más allá de la superficialidad del vínculo que yo puedo tener con ella, el mensaje para mí es que cuando uno se muere, sigue vivo. Y nada me lo vino a mostrar más que Flora. Murió hace cinco años y estamos acá hablando de ella hace una hora. La vida no se acaba cuando uno muere.
Flora no es un canto a la vida se puede ver en peliculasnobles.com/peliculas/flora-no-es-un-canto-a-la-vida/
Sus tres preferidas de Polka
Poliladron (1995). Lo que me gustaba era que la serie la actuaba y producía la misma persona (Adrián Suar). Me parecía increíble eso y muy lejano para mí.
Culpables (2001). Mostraba gente de clase media intelectual y mayores de 40, me enganchaba con sus historias reales.
Locas de amor (2004). Esa locura me hacía llorar.
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