“Nosotros no somos de ninguna época, nosotros hacemos algo que está atemporalizado a partir del día que se creó, que es el rock & roll. No sé si es clásico o no, es un estilo de vida, una forma de vivir”. Como no podía ser de otra manera, estas palabras, de Juan Sebastián Gutiérrez, más conocido como Juanse, son las que dan inicio al documental Rocanrol Cowboys, sobre la banda de rock argentina Ratones Paranoicos, que acaba de estrenar Netflix. La frase fue dicha por el guitarrista, cantante y líder del grupo en una entrevista televisiva hace añares, en la que explicaba que se diferenciaban de la media del rock argentino, que en los 80 trataba de imitar el sonido del rock de esa década.
Pero, como también era de esperar, esas primeras palabras que aparecen en el documental son una cita de la autobiografía de Keith Richards (Life), guitarrista y compositor de los Rolling Stones, la principal y casi única influencia de los Ratones: “En Argentina nos recibieron con un pandemonio que no se veía desde principios de los 60. Los Stones nunca habían estado en el país, y nos tropezamos con una beatlemanía a gran escala, congelada en el tiempo y desatada con nuestra llegada... El ruido y la energía fueron increíbles”. Segundos después, el documental se encarga de aclarar que durante esos años, en Argentina, “una banda local mantenía viva la llama del rock & roll”.
Vamos por partes. Ya no debe quedar gente que no sepa, al menos del palo del rock, que los Ratones, fundada en 1983 en Villa Devoto, es la banda latinoamericana que más buscó imitar el sonido de los Stones, acorde por acorde –amén de la imagen: Juanse solía copiar algunas poses de Mick Jagger en escena, como se muestra al principio de este documental–, al punto de que se puede hacer una biopsia de casi cualquier canción del grupo y extraer el ADN de una canción original de la banda inglesa. 15% de “Tumbling Dice”, 25% de “She’s So Cold” y así.
Entonces, un nudo lógico a desatar en un documental sobre los Ratones sería las motivaciones para esa decisión estética o, algo más simple, contar qué encontraron en esa música. Gustavo Gauvry, quien produjo los primeros discos de Ratones, dice que ellos en cuanto a la música eran “bastante punks”, no tenían “nada de ‘stoniano’”, y que en realidad el guitarrista del grupo, Pablo Sarcófago Cano, era “el que más tiraba para el lado de los Stones”.
Pero a lo largo de la hora y cuarto que dura el documental vemos cómo los Ratones no hicieron otra cosa que ir tras las huellas de la mítica banda británica, con episodios que se cuentan como grandes mojones en su carrera: teloneros del show solista de Richards en el estadio de Vélez Sarsfield (1992), varios discos producidos por Andrew Loog Oldham (mánager y productor de los Stones entre 1963 y 1967), teloneros de la primera visita de la banda británica a Buenos Aires (cinco shows en el Monumental de River, en 1995) y la oportunidad de tocar, tanto en estudio como en vivo, con Mick Taylor (guitarrista “líder” de la época dorada de los Stones: 1969-1974). Todo esto –sin contar las veces que tocaron canciones firmadas por Jagger y Richards– resulta bastante raro para una banda que “no tenía nada de stoniano”, ¿nocierto?
Así como los comentarios sobre las motivaciones para el vínculo estético con los Stones brillan por su ausencia, también falta la ubicación del grupo en el contexto del rock argentino, ya sea por sus semejanzas como por sus diferencias, más allá de una brevísima mención a que surgieron dentro de un contexto de “pop”, de bandas como Virus y Soda Stereo. Por ejemplo, se muestra a la banda tocando “Ya morí”, que según la leyenda fue dedicada al Indio Solari, pero nadie dice nada al respecto. Parece que los Ratones fueran algo aislado que salió del under sin tener contacto con su entorno, y que de vez en cuando se codeaban con los popes británicos.
Tampoco se pone el foco en las características del rock barrial o chabón, que es donde se suele colocar a los Ratones, y que contó con varias bandas con estéticas sonoras similares, como Viejas Locas, Jóvenes Pordioseros y La 25.
Jesús y el gato
El documental utiliza material de archivo y entrevistas a los integrantes de la banda y su entorno más reducido (los dos productores más importantes con los que contaron, Gauvry y Oldham) para mostrar la intimidad del grupo: ensayos, grabaciones, entretelones de entrevistas y picardías en pasillos de hoteles, además de momentos arriba del escenario (se hace un breve repaso de sus hits, como “Rock del gato”, “Vicio” y “Sigue girando”).
En las imágenes de archivo queda al descubierto el ida y vuelta interno entre los integrantes en que afloran los egos. Por ejemplo, hay una escena, en el hotel donde pararon los Stones en su primera visita a Argentina, en la que Juanse se da dique porque Oldham se quedó un rato con los Ratones y no les daba cabida a Jagger, Richards y compañía. Muchos de estos momentos se podrían catalogar como “pomeleros” y son muy graciosos.
La preponderancia de las imágenes de archivo es tan grande que las entrevistas actuales a los integrantes se reproducen con voz en off. Esto a veces puede marear un poco, porque, excepto por la voz de Juanse, la más reconocible, se puede perder la referencia de quién es el que habla. Además, cuando los músicos comentan las diferencias entre ellos, vendría bastante bien verles las caras, por simple morbo, nomás, pero ya que se muestra el barro, que sea completo.
Al final del documental se narra la disolución del grupo, allá por 2011, y el vuelco de Juanse hacia el cristianismo, que lo llevó a dejar las drogas y el alcohol y arrancar su carrera solista; luego, en 2017, el grupo volvería a juntarse. “Jesús es lo más importante que tenemos, y lo más importante que ocurrió en nuestras vidas es descubrir que Él venció a la muerte”, dice el cantante arriba del escenario, frente a un montón de gente, a la que luego le hace levantar sus manos para alabarlo –a Jesús, no a él–, en una imagen más digna de Pare de sufrir que de un documental sobre una banda de rock. Pero después toca “Rock del gato” y todo vuelve a la “normalidad”. “Quiero verla en el show, es como un gato siamés”...
En definitiva, el documental servirá para que los que apenas sacan de nombre a la banda estén enterados de qué iba el asunto, pero a los espectadores más atentos a su música e historia les quedará gusto a muy poco.