Estrenada hace algunos días sin propaganda especial, la serie coreana El juego del calamar da muestras de la efectividad que tiene todavía el boca a boca, o, más bien, su equivalente en redes sociales y sitios web específicos de género (sean de horror o de cine/tv asiática). Lo cierto es que el comentario sobre la serie creada por Hwang Dong-hyuk ha corrido como reguero de pólvora y alcanzó para colocar a esta producción en el número uno del mayor streaming del mundo, por encima de éxitos recientes como el drama romántico histórico Bridgerton o La casa de papel.
¿Qué tiene El juego del calamar que la hace tan popular? Para los viejos fanáticos del cine asiático, nada demasiado original. La serie combina aspectos fundamentales de la producción de esa parte del mundo, recogiendo el mismo testigo que dejaran, con la vara en alto, Battle Royale, del legendario Kinji Fukasaku (de 2000, aunque adapta la novela homónima de Kōshun Takami publicada un año antes), o más acá en el tiempo la adaptación del manga de Muneyuki Kaneshiro y Akeji Fujimura As the Gods Will a cargo de nada menos que Takeshi Miike en 2014 (referencia directa y confesa para Hwang Dong-hyuk en El juego del calamar, según ha dicho en entrevistas).
Lo que no se puede negar es la efectividad que tiene el relato de esta nueva serie que llega a nuestras pantallas, logrando sorprender algunas veces (sobre todo al inicio) y mantener pendiente al espectador a lo largo de los nueve episodios que la componen.
456 desgraciados atrapados en juegos infantiles mortales
Nuestro protagonista es Seong Gi-hun (Lee Jung-jae, protagonista de películas recomendables como The Handmaiden, The New World y Deliver Us From Evil), también conocido como Número 456. Ludópata descontrolado y agobiado por las deudas, Gi-hun aceptará participar del juego que le da título a la serie.
A pesar del entramado infantil (la propia presentación del lugar donde se encuentran, con sus camas en cuchetas y sus recorridos que parecen escapados de un cuadro de Escher), tanto él como los otros 455 participantes descubrirán que los juegos de niños en los que participan son salvajemente mortales.
El esquema queda claro desde el principio: 456 participantes equivalen a 456 millones de wones (la moneda coreana), porque cada uno de ellos vale un millón. Aquellos que terminen los seis juegos que el “concurso” propone se llevarán el dinero. Los juegos en sí son más o menos reconocibles para el espectador occidental, dado que hay bolitas o tirar de la cuerda, y aquellos menos familiares pronto se explican en la misma narración, dado que hay entre los participantes algunos que no son locatarios.
Aunque no logra realmente que el espectador avezado dude de quién ganará finalmente el juego, la serie se propone generar un puñado de personajes atractivos e interesantes por los que hinchar o lamentar su destino funesto. A Gi-hun se le suman Número 218, un corredor de bolsa vecino del protagonista y amigo de su infancia; Número 1, un anciano con un tumor cerebral; Número 67, una desertora norcoreana; Número 101, un violento mafioso perseguido por bandas rivales; Número 212, una mujer mentirosa y manipuladora, y Número 199, un desgraciado inmigrante pakistaní, entre otros.
Una vez que la cosa se pone en marcha, el vértigo y la intensidad de las competencias, así como los bandos que se van formando y desarmando, permiten pasar por alto algunos aspectos bastante inverosímiles de la premisa (y está bien que así sea), siempre y cuando uno se deje llevar. No sólo la narración de la competencia tiene su espacio: la historia de un policía enfrentado entre los organizadores de los juegos (que por traje y máscaras recuerdan poderosamente a los ladrones de La casa de papel), así como una doble agenda que tienen parte de los “malos”, va a distraer un rato, aunque ninguna de estas historias terminan por hacer pie en el gran cuadro.
Cada vez que uno empieza a preguntarse más cosas de la cuenta, la serie lo atiza con sus juegos demenciales, sus momentos tensos, sus grandes sacrificios (el capítulo de las bolitas, acaso el pico de toda la serie), sus muertes espantosas, sus revelaciones inesperadas. Queda todo servido, además, para una lógica continuación que deberá encontrar su propio camino, o, al menos, variar los juegos.
Los juegos del calamar de Hwang Dong-hyuk. Nueve capítulos. En Netflix.