Se ha dicho varias veces, pero no está de más repetirlo: con el final de Juego de tronos quedó un vacío en los fans de la fantasía heroica, que habían demostrado ser muchísimos más de lo que se podía llegar a suponer antes de que empezara la serie. Con todo y las disquisiciones sobre su final, el fenómeno Game of Thrones era algo único y, como tal, una gallina de huevos de oro que nadie quería soltar.
Obviamente ya están en camino derivaciones de la serie, pero antes aparecieron como hongos después de una tormenta una enorme cantidad de candidatos a sucederla o, por lo menos, a sumarse a su éxito. La gran mayoría fue un fracaso total, pero uno logró instalarse y, ahora, volverse el inicio de su propia franquicia por derecho propio: The Witcher.
Basada en la saga de novelas del escritor polaco Andrzej Sapkowski, The Witcher ya había saltado a la fama gracias a sus adaptaciones a videojuego, a cargo de CD Projekt Red Studio. Su universo fantástico es por completo reconocible –con magia, espadas, monstruos, reinos, batallas, etcétera– y quizá por ello tan atractivo.
La serie de Netflix hizo su estreno en 2019 y fue un éxito inmediato, gracias a su competente desarrollo, sus aceptables valores de producción y el gran protagónico de Henry Cavill en el personaje principal Geralt de Rivia, un brujo cazador de monstruos que recorre el mundo alquilando su espada.
Ahora, con la segunda temporada ya anunciada para el 17 de diciembre (más una tercera ya confirmada) y con todo el material de Sapkowski como respaldo, Netflix amplía este universo y nos cuenta el origen de Vesemir, el mentor de Geralt y el testigo de la época en la que los witcher eran moneda corriente.
Algunos decenios atrás
Lo más interesante de The Witcher: Nightmare of the Wolf es que funciona como precuela del relato ya presentado y, a la vez, como aventura autónoma en sí mismo. Así, la historia profundiza en la construcción de los diversos reinos –consejo: ni traten de acordarse los nombres, porque son decenas y los largan uno tras otro sin ningún contexto– y, especialmente, en cómo funciona la estructura de los witcher, esta casta de cazadores de monstruos llamada a salvar a la humanidad pero, para el momento que comienza esta película, ya en franca decadencia.
Nuestro protagonista será Vesemir, a quien acompañaremos desde su niñez hasta que llega a ser un witcher adulto (los saltos temporales son moneda corriente en esta narración, y hay que prestar atención para entender cuándo transcurre aquello que estamos viendo). Bastante más animado que el hosco Geralt de Rivia, Vesemir (con la voz de Theo James) es un protagonista atractivo y será el hilo conductor de un relato que no desprecia las conspiraciones palaciegas, las traiciones, las cacerías de monstruos e incluso las batallas francas y directas entre ejércitos.
Dirigida por el coreano Kwang Il Han, esta película retoma el mismo hilo conductor que recientes series animadas de Netflix –Castlevania y Masters of the Universe: Revelations– y propone antes que nada un relato adulto, complejo, entretenido y que no desprecia el gore o los momentos espantosos para impulsar su historia. Justamente, Castlevania está presente no sólo por la animación sino por el casting de voces que rescata a varios veteranos de esa serie, empezando por el propio James y siguiendo por Graham McTavish y Mary McDonnell.
Pieza fundamental para entender quién es Vesemir –que será coprotagonista en la segunda temporada de la serie principal–, pero al mismo tiempo una película contundente en sí misma, Nightmare of the Wolf es muy recomendable sea uno seguidor de The Witcher o no.
The Witcher: la pesadilla del lobo. Dirigida por Kwang Il Han. 83 minutos. En Netflix.