No fueron pocos los que esperaban lo peor, sobre todo a partir de los antecedentes. Netflix anunció que llevaría a la acción real la que quizá sea la más grande serie de animé de todos los tiempos, Cowboy Bebop, y vino a la mente de todos el desastre acontecido a partir de Death Note, ocurrido apenas un par de años atrás.
Pero la compañía de la gran N dio una muestra de confianza al estrenar apenas unas semanas atrás la serie original, creada por Shinichiro Watanabe en 1998. Fue casi como declarar “Vengan, miren y comparen. Verán que lo hicimos bien”. Y eso haremos: apreciar las dos versiones de Cowboy Bebop, la original y la serie con actores adaptada por Christopher Yost, disponible desde hace unos días.
Un clásico sin parangón
Incluso para aquellos cuya relación con los animés es precaria, Cowboy Bebop es una referencia ineludible. Probablemente sea la única serie que pueda compararse a las dos películas que escapan al nicho –hablamos de Akira y Ghost in the Shell– y que son apreciadas no sólo por los amantes de los dibujitos animados japoneses (eso si no contamos clásicos infantiles vistos así sea de reojo como Supercampeones, Dragon Ball Z, Naruto y un larguísimo etcétera que varía según la generación).
Probablemente ayuda su extensión concreta –26 episodios de 25 minutos– y que sea una entrega única y autoconclusiva (hay una película estrenada en 2001 que amplía un poco el relato, aunque no es imprescindible). Eso, sumado a la temática de comedia, acción y disparatada ciencia ficción y a más su ritmo arrollador, hace que todo el mundo quede rendido al verla.
Bebop es el nombre de la nave de una pareja de cazarrecompensas –a quienes se cataloga como cowboys– llamados Spike Siegel y Jet Black, que recorren el sistema solar trabajando aquí y allá. Son muy buenos en lo que hacen, pero una tremenda dosis de mala suerte los acorrala siempre al borde de la bancarrota. En algún momento de su recorrido, las cosas comenzarán a cambiar, pero quién sabe si para bien: una misteriosa mujer llamada Faye Valentine se sumará al dúo y luego lo hará una niña andrógina (que es una endemoniada hacker) llamada Ed, lo que volverá cada capítulo en una serie de encuentros y cruces tremendos entre los personajes. Ah, y además hay un perro que bien puede no ser un perro.
La serie se divide en dos líneas narrativas muy claras: por un lado, capítulos autoconclusivos con tal o cual misión; por otro, los que alimentan la historia personal de sus protagonistas –Spike es un exmafioso que dejó asuntos pendientes detrás, Jet es un expolicía que todavía tiene contactos con la ley, Valentine es una amnésica en busca de su pasado, Ed es una huérfana siempre pendiente de encontrar a su verdadera familia–, lo que a medida que avanza la serie va ganando más importancia (de hecho, los pocos capítulos “flojos” o de relleno caen en la primera categoría, los autoconclusivos) hasta copar por completo la serie sobre su recta final.
Para cuando llegamos a ese punto estamos tan involucrados con estos adorables personajes –calentones, leales entre sí, graciosos y tremendamente humanos– que el desenlace de la serie nos sacude como una pedrada en el medio de la frente.
Eso y la música de toda la serie –bebop, free jazz y hasta tango si tercia– más su presentación inicial, son una reverenda y absoluta maravilla para ver y escuchar una y otra vez.
Una adaptación muy digna
Empecemos por decir lo justo: la serie de Netflix está muy bien. La traslación del universo no tiene mella y ya desde la presentación inicial (que es prácticamente una emulación de la del animé, con la misma banda sonora) hay una intención de respeto casi reverencial con el producto que adapta. Pero no sólo es fiel, sino que se permite presentar la trama a su modo.
Así, aquella idea de dos narrativas –una autoconclusiva y otra que alimenta los relatos “mayores” de sus protagonistas– se vuelve una sola y pesa por encima de todo el relato mayor de Spike, Jet y Faye (Ed quedó reducida a un mero secundario con apenas una breve aparición), que se desarrolla a lo largo de diez episodios que componen esta primera temporada (y que no es autoconclusiva). Por momentos, parece que demasiado fue comprimido para que todo cuajara (por ejemplo, el pasado de Jet se desarrolla apenas en un episodio y gracias) y que hay ciertos matices que el animé trataba con más cariño. Sin embargo, la adaptación funciona y por momentos lo hace muy bien. Comienza allá arriba, con muchísima potencia, presentando casos, perseguidores, perseguidos y aventuras que remiten directamente a tal o cual episodio. Pero lo serial está más presente, y no pasa una sola entrega sin que avance el relato de Spike y su rivalidad con Vicious, su antiguo amigo mafioso, haciendo a la postre de esta historia la principal.
Ayuda mucho un gran casting. Tanto John Cho (cuesta recordarlo en aquellas comedias adolescentes como American Pie o Harold y Kumar) como Mustafa Shakir (un tipo que hace todo bien, sea un papel secundario en The Deuce o el mejor villano de Luke Cage) en los papeles de Spike y Jet parecen nacidos para el rol, y la serie les permite espacio para desarrollarlos. Menos suerte tiene Daniella Pineda como Faye, en buena medida porque es el personaje al que más aristas se le suman y por momentos parecen demasiadas. Con todo, sobre la recta final de esta tanda de episodios se une con armonía a los otros dos.
Para que exista esta coherencia, mucho se agradece que no haya mil manos en el plato. Son dos los directores de todos los episodios: Alex García López y Michael Katleman, y es el realizador argentino (veterano de series de Marvel como Punisher o Daredevil) quien marca la impronta de toda la serie desde el piloto.
Lógicamente, para aquellos que vieron el animé hay pocas sorpresas. Pero eso no quita que estamos ante una gran serie de ciencia ficción, visualmente imponente, muy divertida y que por momentos está a la altura de su versión original. La que siempre se puede escoger y volver a mirar, si acaso tal cosa no conforma.
Cowboy Bebop (animé), de Shinichiro Watanabe. 26 episodios de 25 minutos. Cowboy Bebop (live action), dirigida por Alex García López y Michael Katleman. 10 episodios de entre 39 y 51 minutos. Ambas en Netflix.