El antecedente directo es Piratas del Caribe. La creación de Gore Verbinski, que tenía a Johnny Depp en la piel de su personaje principal, el inolvidable pirata Jack Sparrow, generó tantos millones de dólares que no podía ser el único intento de Disney en eso de llevar una atracción de sus parques de diversiones a la pantalla. Así, buscando una nueva gallina de los huevos de oro, apareció Jungle Cruise.
Como atracción en sí, Jungle Cruise no está especialmente bien considerada –quien suscribe nunca pisó Disneylandia ni cree que lo vaya a hacer, pero la opinión es concilio general– y muchos la consideran algo arcaica. Consta de un crucero por la jungla (evidentemente) que atraviesa paisajes que emulan ríos de Asia, África y nuestro continente, así como interacciones con animatronics de fauna típica. El viaje en sí está presentado como una humorada, con un piloto de barco que constantemente hace chistes malos y presenta diferentes fraudes para tratar de impresionar a sus pasajeros.
Parece poca base para una película, pero eso nunca le ha impedido a Disney llevar adelante sus proyectos, sobre todo cuando cuenta con una fórmula exitosa para aplicar al cine de aventuras. Jungle Cruise no se aparta ni un centímetro de dicha fórmula, y poca falta le hace.
La intrépida estudiosa y el pícaro piloto de barco
Nuestra heroína es Lily Houghton (Emily Blunt), una dama atípica para la época –1916– que se mueve entre estudios y libros como pez en el agua. Aunque es una botánica de primer nivel, la sociedad científica apenas se lo reconoce, y sus investigaciones le han llevado a creer que en un lugar perdido en el Amazonas existe una flor que tiene el poder de curar todas las enfermedades. Acompañada por su hermano MacGregor (Jack Whitehall), no duda en lanzarse a la aventura de encontrarla.
Una vez en la selva, la científica recluta los servicios del reticente capitán Frank Wolff (Dwayne Johnson) y de su barco La Quila para remontar el río más allá de donde nunca ha llegado ningún otro extranjero. Por supuesto, hay dificultades con la naturaleza y los habitantes locales, y el propio capitán tiene cierto tufillo de estafador, pero además hay problemas externos, como un aristócrata prusiano que también busca la flor (Jesse Plemons) y cierto contexto sobrenatural que puede repentinamente volverse muy real de la mano de un grupo de conquistadores españoles malditos hace más de 400 años (el aporte iberolatino, de la mano de Edgar Ramírez, Dani Rovira y Quim Gutiérrez).
No hay que mirar dos veces para distinguir la hoja de ruta que utiliza el español Jaume Collet-Serra, quien ha cimentado una carrera en Hollywood de la mano de Liam Neeson y sus intercambiables películas de acción. Su mapa recorre esquemas ya vistos en La momia –de la que toma el tridente “conocedora experta, aventurero sagaz y hermano inútil pero gracioso”– y la propia Piratas del Caribe. “Si funciona, para qué tocarlo”, se supone que dicen los ingenieros, y en Disney comparten la idea: Jungle Cruise avanza, si me permiten el chiste, a velocidad crucero y, aunque nunca arriesga más allá de lo esperable, tampoco falla en momento alguno.
La película cuenta con dos de las mayores estrellas del momento –Blunt y Johnson–, a quienes les va muy bien en el intercambio de humor y acción, pero no tanto en la chispa romántica. Con menos minutos e importancia, se destacan tanto Whitehall como Plemons, y hay momentos tanto para los villanos sobrenaturales como para una breve aparición de Paul Giamatti, todos al servicio de una trama formulaica, por completo predecible, un poco larga pero siempre entretenida.
Acaso sorprende el CGI algo barato y mejorable –algo pasa si una producción de Disney no cuenta con el mejor CGI posible–, pero tampoco se llega a romper la ilusión, sobre todo si uno se sube al crucero sabiendo que es un mero paseo de entretenimiento, con unos cuantos chistes malos y otras tantas piñas, explosiones y persecuciones. Alcanza con dejarse llevar por la corriente.
Jungle Cruise. Dirigida por Jaume Collet-Serra. 127 minutos. En Disney+ y en salas.