Hace un tiempo, en plena cuarentena, Natacha Ortega y Mauricio Gelardi, los integrantes de Dragón Dorado, convocaron en las redes a compartir canciones de cuna. Las que recordáramos de nuestra propia infancia, las que cada uno repitiera en el ritual de hacer dormir a sus bebés. Era imposible no viajar en el tiempo a infancias propias y cercanas, y que ese viaje no fuera sólo de ida y que, a medida que las canciones que nos acunaron o con las que acunamos llegaban a la memoria, no fueran justo a lo más sensible, a lo más profundo. Porque ahí están instaladas, en el rinconcito más oscuro y feliz de la memoria; y desde ahí fueron surgiendo, en mi caso, bien rodeadas de emoción, desde “Chiquillada”, de El Sabalero, hasta “Érase una vez un lobito bueno”, de José Agustín Goytisolo pasado por la música y la voz de Paco Ibáñez, pasando por la tradicional boricua “El coquí” y variantes infinitas del arrorró, sólo un ejemplo que se multiplicó en las redes de Dragón Dorado.
El interés en este tipo de material se vincula con el lugar que ocupa la canción de cuna como primer vínculo con la poesía, con la música, con el texto, unida al abrazo, a la caricia, al momento íntimo y mágico de hacer dormir a un bebé. En ese contexto, ¿qué vendría a ser un cunario. Así lo explican ellos: “La palabra ‘cuna’, en sus orígenes, hacía referencia al conjunto de materiales y elementos con los que se conformaba un espacio segurizante, una envoltura, un nido. De la unión de imaginario y cuna llegamos a ‘cunario’, tratando de dar nombre a un espacio metafórico. El espacio que rodea al bebé es un pequeño gran universo que podría entenderse como un escenario. El primer escenario. Un espacio vacío, como diría Peter Brook. Si lo ves así, el cunario es un conjunto de experiencias que se habilitan cuando existe un lugar respetuoso y amoroso, donde el bebé puede explorar y jugar en libertad. Un mundo estético para crecer desde el placer”.
Lo que recolectaron fue tan vasto y tan variado, y traía consigo tantas historias y sensibilidades, que, por supuesto, dio para mucho. Como primer paso, recopilaron esa riqueza que las familias compartieron con ellos y lo hicieron público en formato PDF y a través de playlists, y siguieron trabajando en torno a ese universo durante los meses siguientes. “Nos sorprendió la enorme participación. Estos textos y melodías que se remontan a las culturas y tiempos más diversos, tienen información que es vital. Es un hecho colectivo muy poderoso el que hermana la palabra, el canto y la poesía. Paralelamente abrimos un espacio de investigación en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza), que tiene la finalidad de recopilar, pero también de producir nuevos contenidos, destinados especialmente a las primeras infancias. Todo esto se inscribe bajo el nombre Cunario”, contaron.
“Venimos indagando desde diversos ámbitos (la palabra hablada y cantada, la poesía, el juego y la investigación teórica) para llevar todo ese universo a un espectáculo artístico que ofrezca experiencias ricas y significativas para bebés y sus familias. La música y la poesía son el hilo con el que vamos uniendo cuentas que abren mundos, escenarios de juego para intervenir y disfrutar”, agregaron. De esa investigación que une esta orilla del Río de la Plata con las montañas mendocinas donde los sorprendió y retuvo la pandemia el año pasado surgió el espectáculo que van a presentar hoy en PyG, en el que se proponen unir “estos mundos a partir de canciones propias, poesía y experiencias que abarcan todos los sentidos, para jugar, disfrutar e imaginar”.
Cunario: poesía, música y juego para las primeras infancias, de Dragón Dorado. Un concierto para disfrutar en familia con bebés de 0 a 3 años. En PyG (Rambla Presidente Wilson 2133). Sábado 20 a las 15.30 (puntual). Entradas: $ 700 en Redtickets: https://bit.ly/3tlTd5M.