Una comedia romántica con monstruos, puede llegar a pensar uno al ver el póster o el tráiler. Y en verdad, algo de eso hay, ya que esta es la historia de Joel (Dylan O’Brien), un joven de veintipocos que, a siete años de ocurrido el apocalipsis, decide que es hora de salir para reencontrarse con Aimee (Jessica Henwick), su amor de la adolescencia, aunque para ello deba recorrer un mundo cubierto por enormes insectos, bichos y sapos, siempre dispuestos a devorarte en un tris tras.
Pero en verdad, Amor y monstruos es, antes que nada, una historia de crecimiento personal, una aventura iniciática juvenil incluso, que no descuida jamás que es también una película de monstruos gigantes a los que reserva mucho cuidado y mimo.
El llamado de la aventura
Un meteorito gigante se dirigía a la Tierra y, a la mejor usanza del cine estadounidense, se soluciona la amenaza con una buena carga de misiles nucleares. El problema es que los restos radiactivos de ese impacto volvieron al planeta, ocasionando mutaciones en todos los animales de sangre fría, lo que provocó su crecimiento a niveles desmedidos (por no hablar de su apetito). Siete años después, lo que queda de la humanidad sobrevive a la vieja manera del Fallout –legendario videojuego de Interplay–, escondida en búnkers y silos subterráneos, tratando de subsistir con lo poco que queda y, obviamente, no asomando ni la nariz a la superficie cooptada por los hambrientos bichos gigantes.
Pero Joel no encuentra su lugar en el mundo –ni en el búnker–, y salir a encontrarse con Aimee, tras un viaje de siete días y 85 millas, es la única opción que le queda. Es así que, armado con su ballesta, que no sabe disparar, y con cero habilidades de supervivencia, emprende el viaje.
No contaremos aquí los detalles de ese viaje, ya que gran parte del disfrute de la película dirigida por Michael Matthews –y escrita por Brian Duffield y Matthew Robinson– reside en el descubrimiento que tanto los espectadores como Joel van haciendo de este mundo. Pero de que es un viaje entretenido no cabe duda.
La película apuesta a un balance medido y funcional entre la aventura –con su punta de horror: no en vano los monstruos son horribles– y la comedia, y es en este segundo género que el protagonista se destaca.
O’Brien saltó a la fama (relativa, es cierto) por su papel protagónico en una de esas tantas sagas intercambiables de Young Adult Fiction, en su caso la incomprensible Correr o morir. Poco podía indicar su actuación allí tal grado de versatilidad para la comedia. Su Joel, inocente, emprendedor y, en definitiva, por completo querible, da muchas esperanzas para el futuro del actor, siempre y cuando continúe encontrando en su camino guiones tan efectivos como este.
Si bien no es el único que sobresale, le toca cargar con el peso de la narración de la película (y lo hace sin problema). También Henwick tiene su parte (aunque no aparezca hasta muy avanzada la historia) y hay dos secundarios maravillosos a cargo de la niña Arianna Greenblatt y del incombustible Michael Rooker, acaso en la contracara de aquel otro sobreviviente del apocalipsis que supo interpretar largo rato, el desagradable Merle de The Walking Dead. Ah, y hay un perro que se roba todas y cada una de las escenas en que aparece.
Sin inventar la pólvora pero apostando sobre todo a un relato dinámico, entretenido y muy divertido, Amor y monstruos es una muy buena opción de película de fin de semana, muy bien hecha y con un corazón auténtico puesto en lo que cuenta. Una aventura que vale la pena ver.
Love and Monsters. Dirigida por Michael Matthews. En Netflix.