“Si pudiera regresar a una década, volvería a los 80. De niño, en los 80, me parecían horribles. Ahora, cuando escucho discos de ese momento me da una especie de nostalgia, de que en esa época todo funcionaba. Había un balance muy bueno entre las industrias y las tecnologías. Después se fue todo al carajo. Musicalmente me quedo con los 70, pero todas las décadas tienen lo suyo”, dice Francisco Fattoruso cuando le propongo el juego de quedarse en un tiempo.
Desde hace cuatro años vive con sus dos hijas y su esposa en Sherman Oaks, un barrio de Los Ángeles, en Estados Unidos. Cuando sale a la calle lo que más se escucha es trap, hip hop y música mexicana. “Siento que tiene una energía muy fea y que sus artistas hablan siempre de lo mismo”, dice sobre el ritmo de moda. “Sin embargo, cuando estuve en Uruguay me mostraron a Wos”, el rapero argentino, “y es 20 veces mejor que la música de acá”.
Cuando puede, Francisco y su familia van a la playa o a uno de sus lugares preferidos, la montaña Big Bear, que le recuerda a El señor de los anillos.
“Siempre estoy buscando música”, dice. “Ahora volví a escuchar el Mister Lucky, de John Lee Hooker, que es impresionante; el nuevo de Foo Fighters está genial; y si no, cosas viejas de John Coltrane, Miles Davis, Weather Report, que sigo descubriendo. También, música clásica más moderna, de comienzos de 1900, como la de Charles Ives. Me gusta la música folk de acá, el bluegrass, y siempre escucho discos de mi infancia metalera: de Pantera, Cannibal Corpse, Sepultura”.
Épocas, su nuevo disco, abre con una versión de “Muchacha ojos de papel”, de Luis Alberto Spinetta, y si bien luego no viene un homenaje a Iron Maiden o a Nirvana –otras de sus bandas favoritas–, el comienzo del long play remite a un momento trascendente de su vida y su carrera artística, también vinculado al universo del heavy metal.
Francisco tuvo su grupo de metal funk, Cleptodonte, y un ejemplar de su disco debut (editado por Dakar Music en 1999) fue a parar a las manos Spinetta, a manera de regalo, luego de uno de los shows del argentino en Montevideo. Esa noche supo que la banda de Dante (Illya Kuryaki and the Valderramas), el hijo de Luis Alberto Spinetta, buscaba un nuevo bajista, y luego de una primera instancia de audición, comenzó a girar por el mundo con los Kuryaki, primero junto a Dante, y luego también con Matías Rada en guitarras”. Un Spinetta, un Rada y un Fattoruso: “Era muy emocionante vernos a los tres hijos tocando juntos”, recuerda.
Antes, a mediados de los 90, escuchaba junto a un amigo un programa de música uruguaya en el que descubrió a los místicos NN Ópera de Rafael Funfu dos Santos: “Yo era súper fan de la banda. Me acuerdo de que grabamos en la radio una canción de ellos en casete, después los empezamos a seguir en sus shows. Nos hicimos amigos de ellos y una o dos veces toqué como suplente del bajista, y estuvo genial”.
A partir de esas primeras experiencias, un poco de atrevido –y mientras acompañaba a su padre con el Trío Fattoruso–, Francisco continuó un camino de experimentación musical por los más diversos géneros junto a artistas como Fito Páez, Liliana Herrero, Milton Nascimento, Reggie Hines y, más recientemente, Ivan Lins y Janelle Monáe, con quien llegó a ensayar diez horas seguidas, incluidos pasos de baile, para lograr la perfección de sus shows. A la par desarrolló una interesante carrera como solista en la que se destacan discos como Khronos y Music Adventures.
Estamos de acuerdo en que hace tiempo que del rock más pesado no salen grandes discos, como Master of Puppets, de Metallica, o Master of Reality, de Black Sabbath, pero Francisco cree que es un fenómeno que excede al género: “Lo siento como más general. La composición en sí no la estoy viendo, y tampoco a grandes estrellas. Pienso mucho en eso. Siempre son abuelos. Ya debería haber aparecido un grupo que jubilara a Metallica, por ejemplo. Creo que tiene que ver con lo loco que está el mundo desde hace tiempo. Antiguamente las bandas se juntaban y se quedaban meses tocando en una casa, y después iban y presentaban su material. Y si estaba buenísimo era porque antes habían tocado un montón. Pero hoy en día es imposible. Todo el mundo tiene que trabajar en más de un lugar. Si sos músico tenés que dar clases y tocar con cuatro bandas diferentes, y eso limita la posibilidad de llegar a ese nivel”.
Francisco nació en Las Vegas y vivió en Brasil. Cuando venía de vacaciones a Uruguay se quedaba en la casa de su abuela, donde siempre sonaba –“y sigue sonando”– Carlos Gardel. Parte de aquellos recuerdos lo motivaron a incluir en este nuevo disco una versión de “Volver”, el clásico del cantante y compositor de origen francés y el poeta argentino Alfredo Lepera: “Nunca había tocado ningún tema de Gardel, y forma gran parte de mi vida. Siempre me gustó mucho su música y desde hace tiempo tenía la idea de hacer una versión de alguno de sus temas. “Volver” la sabía en mi cabeza, pero la tuve que aprender en el bajo. A pesar de su aparente simpleza, es una composición increíble. Creo que parte de su riqueza se perdió en las grabaciones de la época, que se hacían de un modo muy precario, y por eso el sonido no tiene gran definición. Se escucha muy bien la voz, pero todo lo demás es como una nube, y eso hace que no se aprecie la armonía ni los diferentes matices que tiene la canción”.
Otra de mis preferidas de Épocas es el track número tres: una versión de “Mother Nature’s son”, de Lennon y McCartney: “Empecé a conectarme con The Beatles a partir de los 12 años, cuando me mudé a Uruguay, y en realidad me acompañaron siempre. Son gran parte de mi vida. Primero escuchaba sus primeros discos, pero de más grande me metí de lleno en su obra”.
De repente, se me ocurre preguntarle a su colega uruguayo cuáles son las virtudes de Paul, como bajista: “Son muchas. Primero que nada, hace sonar al instrumento de forma increíble. Siempre toca para que la música en conjunto camine. Y además fue uno de los pioneros en tocar melodías con las líneas de bajo. Paul hacía mucho eso en las canciones de The Beatles, y es genial. Sus virtudes son miles”.
Los bajos de Francisco
“Quería hacer un disco en el que un bajo fretless tocara todas las melodías. Y después, cuando empecé a hacer algunas versiones, se me ocurrió hacer un disco con canciones de otros compositores. Elegí algunas de las que más me gustan y que marcaron mi vida en algún momento”, dice sobre la idea original de su quinto trabajo discográfico.
Para los fanáticos y aficionados a este instrumento, le pregunto por manías y un bajo favorito: “Toco con diferentes bajos, dependiendo del proyecto. Sigo teniendo mi primer bajo Fender, que me regaló mi hermano. Para la mayoría de los conciertos llevo bajos modernos, pero cuando voy a grabar uso bajos viejos, Fender y Gibson. Sobre todo cuando tengo que hacer canciones pop, rock, me gusta grabar con bajos viejos”.
¿Por qué? “Hay un asunto que tiene que ver, supongo, con una mezcla de cómo los hacían en ese momento y lo viejo que fue quedando todo. Por ejemplo, las bobinas de los micrófonos tienen cobre. Y el que se usaba antes tenía una aleación mucho más pura, que hoy en día no existe. El cobre de un micrófono nuevo no es de la misma calidad que uno de comienzos de los años 60. Hay algunas compañías que consiguen ese cobre viejo y te los cobran más caros. Y la madera en el bajo, cuanto más tiempo pase se va curando, y el bajo suena mejor. En la batería pasa lo mismo. Eso lo aprendí con un músico que ha preparado y afinado baterías para grandes discos. En un libro que leí de él dice que los cascos de las baterías viejas suenan mejor, que quedan un poquito más ajustados con el tiempo y tienen menos armónicos molestos. En los bajos pasa algo parecido. Los Fender jazz bass eran hechos a mano en los 60 y comienzos de las 70, y después los empezaron a hacer con máquinas. Los viejos no son muy prácticos. Con Illya Kuryaki usé un jazz bass de los 70, y en un momento tuve que dejarlo en casa y llevar uno moderno porque me estaba matando la espalda. Hay notas que no suenan parejas, pero el sonido es imbatible”.