En un pequeño bar de Villa Dolores suena “Around the world”, de Daft Punk, y Jaime Clara golpea su café con una cuchara. “¿Cómo sabés que eso está grabando?”, me pregunta, preocupado por que todo salga bien, pero en mi celular no se pueden ver las curvas de los sonidos más fuertes y los más suaves, sino sólo unos números que indican el paso del tiempo.
Le pido que confíe en mí, aunque me hace dudar, por lo que vuelvo a mirar la grabadora, y pienso que podría tener algo de razón.
Jaime está mucho más despierto que yo, y desde más temprano. Hoy, como lo hace de lunes a viernes, amaneció a las “3.57 AM” y ya tomó otro café. Estuvo en la radio Sarandí y volverá, luego de esta entrevista, a su intensa agenda de periodista que lleva prácticamente toda su vida, con programas de radio, televisión, notas de prensa, posteos en su blog, llamadas telefónicas, dudas obsesivas y lecturas infinitas.
Jaime además dibuja caricaturas, escribe poesía y también publicó La terrible presión de la nada (un libro de cuentos editado en 2015). “Esa cosa que no podemos dejar de hacer”, dirá sobre su oficio de periodista, mientras hablamos del libro que trae entre manos este mediodía: “Es el último de Santiago Roncagliolo” (Y líbranos del mal, 2021). “Este tipo fue el que hizo el libro del amante uruguayo de Federico García Lorca. Su teoría es que García Lorca está enterrado en Salto. Lo voy a volver a entrevistar y quiero pelearlo un poco. El tipo se mandó aquel libro y nadie le creyó la historia. Para mí también es todo un invento. Llamé a la Intendencia de Salto y tampoco se animan mucho a confirmar o descartar nada. Era lo más fácil: agarrar el monumento, donde está el del tipo este, y levantarlo. Igual que fijarse el ADN de Gardel. Lo más fácil para descubrir la verdad es hacer un ADN, pero no, dejá las cosas como están que rinden más, parece”.
La moza le trae, casi tal como pidió, una botella de agua, pero hay un problema. “Sin gas, por favor”, corrige, educado pero sin restarle importancia al asunto, y la mujer vuelve al mostrador para solucionar la confusión.
Jaime habla de una entrevista para su programa Sábados Sarandí, que está cumpliendo 20 años al aire en el 690 del dial de AM. “Es lo mío”, dice, sintética y drásticamente, para expresar, en un descanso de sus modos más diplomáticos, que su magazine cultural del fin de semana es el más importante de sus momentos, entre todas las aventuras y los proyectos a los que les pone y les ha puesto su voz y sus conocimientos, sin preocuparse demasiado por marcar territorio. Es habitual verlo surfear las olas de programas de tevé y radio en medio de algún vendaval empresarial o humano, y luego, seguir de largo hacia el que viene. Pero Sábados Sarandí es la excepción.
Ese día se levanta a las “2.22 AM”. Desayuna tres huevos duros y se va para la radio. “Llego alrededor de las 3.45, casi junto con los diarios. Ahí empiezo a ver los portales de noticias, y desde hace mucho tiempo me di cuenta de que tengo que redactar el informativo [desde las 7.00 a las 9.00 también hace Informativo Sarandí]. Son diez carillas que supone la lectura de una hora, con sus respectivos audios. Hablo con el operador para coordinar ese material y también promociono el programa en las redes sociales. Todo ese trabajo me lleva hasta las 5.30”.
A las 6.00 comienza Sábados Sarandí con una primera parte de actualidad informativa y una segunda, a partir de las nueve y hasta la una, por la que a lo largo de 20 años han desfilado las más nuevas y las más encumbradas figuras de la literatura, la música, el teatro, el cine y la ciencia.
Se trata de un clásico de la radiofonía uruguaya, con un cierto halo glamoroso hecho de constancia y curaduría metódica. Su conductor es además un gran oyente de radio, y sus seguidores más fieles lo acompañan con el orgullo propio de quienes se sienten parte de algo importante y distinguido. No son pocos los escritores que anhelan conseguir una entrevista para que sus libros cuenten con ese aval implícito que les da que su título y nombre sean pronunciados por la boca del célebre periodista cultural, como la escucha atenta, uno imagina, de un jurado de señoras y señores, en casas prolijamente decoradas, rodeados de muebles antiguos y aromas de productos de calidad. Jaime dice que también lo siguen muchos jóvenes, del mundo del teatro y la música, y que su audiencia permanece fresca y vital.
El programa comenzó un 8 de diciembre de 2001. El periodista y conductor ya había tenido una columna cultural unos años atrás en la radio, y cuando se dio cuenta de que los sábados de mañana sólo había música le propuso a la gerencia hacer un programa en vivo desde las seis de la mañana. Le dijeron que no le iban a pagar ningún dinero extra, pero le dieron libertad. “Cuando te gusta mucho lo que hacés, no medís”, cuenta. “Nunca pensé que el programa iba a estar donde está ubicado ahora. Para la radio también ha sido importante. Creo que es un sello de distinción. No por calidad, sino porque creo que cuida a la vieja guardia de Sarandí”.
Tuve la oportunidad de visitarla mientras hacías el programa y uno se da cuenta de que la radio es prácticamente como tu casa.
Yo crecí escuchando Sarandí. Siempre le cuento a María Luisa Galarregui que de chico tenía columnas de historia, que llegué a preparar exámenes de Historia con otro columnista de historia, y me acuerdo de que después de que lo salvé llamé a la radio para agradecerle a ese señor. Forma parte de las radios con las que me crie. Y fijate que mi segunda experiencia radial fue en 1983. Fuimos el segundo equipo, después de Rubén Castillo, que hizo el verano de Sarandí. Cuando se va Rubén, María del Carmen Núñez, que era profesora mía del Instituto de Filosofía, Ciencias y Letras [hoy Universidad Católica], nos convoca a cinco alumnos para hacer Veraneando en Sarandí. Ahí pude conocer a la flor y la nata de la radio: Julio Villegas, Lil Bettina Chouhy, Jorge Arellano, Néber Araújo, Jorge Traverso. Y generé un vínculo muy fuerte con Sarandí.
¿Tenés tus momentos de ocio?
Trato de tenerlos. Las vacaciones suelen ser momentos de ocio. Te hago una confesión íntima, pero como escribí una columna sobre eso lo puedo decir: leo en el baño. Es un rito de toda la vida. Y trato de leer algo antes de dormir. En este momento, por ocio, tengo para leer el libro de Emmanuel Carrère Yoga. En vacaciones me lleva tres días, y ahora voy demasiado lento. Además, yo subrayo los libros. De todas formas, cuando tengo que leer por trabajo tampoco es un gran sacrificio, me gusta. A veces te encontrás libros muy pesados. El otro día me llegó un libro de 900 páginas, muy jurídico, académico, y le dije al tipo: “No lo leí todo, le puedo asegurar. Le agradezco el índice tan detallado, porque me permitió elegir las partes que yo quería”. Y creo que la nota que hicimos salió buena.
Para alguien tan metido en los libros, el arte y el periodismo, ¿cómo se mantiene el equilibrio entre todas esas actividades y los compromisos más personales o sociales? Recientemente dejaste el programa diario Al pan pan.
Eso me cuesta más. Por eso el cambio de vida tenía que ver con eso también. Teniendo un día tan compartimentado me costaba generar espacios para las cosas más mías. El tema del dibujo lo tengo prácticamente solucionado. De día dibujo todo el tiempo en la tablet, o a primerísima hora de la madrugada.
¿Y te ves obligado a relegar algo de tu vida?
Yo creo que lo fundamental es tener una pareja que entienda lo que hacés. No en vano tengo tres matrimonios. Con mi esposa [Alva Sueiras] venimos de mundos diferentes pero hemos generado cosas juntos, como el blog Delicatessen. Ella además se metió en el mundo del periodismo y la comunicación con sus columnas en la radio [Carve], y yo me metí en un mundo ajeno para mí, que es el de la gastronomía. Entonces, integramos nuestros mundos a un proyecto en común y nuestras 24 horas compartidas tienen que ver con todo eso. Vos sos periodista todo el día; en vacaciones es inevitable pararse en un quiosco a ver los titulares. Que una pareja te entienda eso no es fácil, por más que le pongas la mejor onda. Pero nosotros respetamos mucho los espacios de cada uno, y a los dos nos gusta lo que hace el otro, y reina la armonía. Tal vez algo he relegado la actividad física. Ahora, gracias a mi cambio de vida, estoy pudiendo salir a caminar, aunque esto es muy reciente.
Además de trabajar en el medio, sos un gran consumidor de radio.
Sí, siempre que puedo estoy escuchando algo. Se me están yendo los referentes.
Sí, ha cambiado bastante el panorama.
Creo que está bueno este cimbronazo. Al mundo de la radio le hace bien.
¿Qué te ha significado la compañía de la radio?
Yo soy un bicho de radio. Lo tengo clarísimo. Cuando tenía seis, siete años, mi padre me ponía una radio debajo de la almohada para dormirme. Una Phillip roja con una forma muy fea; le decían “la alpargata”, horrible radio, y gastaba pilas a lo bobo, porque quedaba perdida toda la noche.
Y él comprobó que con eso te dormías.
No sé cómo empezó, pero de hecho hasta hoy, que tengo 56 años, necesito dormirme con la radio prendida. Con palabra y no con música. Prefiero dormirme con los tiradores de cartas del tarot, si no hay nada. Bueno, no hay mucho ahora. No está Luis Carlos Cotelo, a Miguel Cabrera lo perdí, Gustavo de los Santos está hasta las tres de la mañana, aunque ahora reconozco que los podcasts son la perdición. O escuchar radio española, cinco horas para adelante. Listo. La verdad que los podcasts para gente como yo son el sueño del pibe. Y también para los programas de radio. La cantidad de gente que escucha los programas que subimos en la web es impresionante.
Parece que el podcast cambió todo.
Cambió totalmente el paradigma de la escucha. Y tenemos que ser conscientes de eso. Hay cosas que no me gustan mucho. Las cámaras dentro del estudio me parecen terribles. Es un gran golpe a la esencia de la radio, que es compañía e imaginación, es otra cosa. Tenemos una cultura demasiado televisiva de todo. O las radios que retransmiten los informativos de televisión, cuando son productos que están hechos para ser vistos y no escuchados. Yo sigo defendiendo la esencia del medio radio, y por eso también de la radio en vivo. Siempre he tenido la idea de hacer radio en vivo en los feriados, el 1º de mayo, el 25 de diciembre, y todos los fines de semana. Creo que la gente escucha mucha radio si vos le ofrecés. Al principio nadie daba dos mangos por Sábados Sarandí, justicia es decirlo, y se fue consolidando. Le tenés que dar a la gente la posibilidad de que se acostumbre, de que empatice y genere un vínculo con un programa de radio. Eso en general con los medios. Acá me parece que hay demasiada ansiedad: si algo no funciona en tres meses, chau, y no es justo.
¿Cómo le pegó al programa y a vos personalmente todo el corte de las actividades culturales por la pandemia?
Tuvimos que levantar la columna de cine, lamentablemente, y se cortó todo lo vinculado al teatro. Yo soy más teatrero que cinéfilo, y disfrutaba mucho charlando con la gente de teatro. Y bueno, es un golpe grande, y todavía no sabemos cómo se va a levantar la cosa. Es un tema jorobado que involucra muchas cosas: una industria cultural, el laburo de la gente que vive de esto, el manejo del ocio y el entretenimiento. Porque si antes salías al cine y al teatro y ahora ves una maratón de series, cambió todo. ¿Qué va a pasar después de esto? Capaz que perdés mucha gente que se acostumbró a estos nuevos hábitos, se entusiasmó con las series, contrató los servicios de streaming que antes no tenía, se da cuenta de que le sale más barato, y se olvida de lo que se pierde no yendo al teatro o al cine. Creo que todavía no sabemos cómo nos vamos a recuperar de esto. Es una gran incertidumbre. Las consecuencias pueden ser muy jorobadas y nos va a costar acostumbrarnos a lo nuevo.
En estos 20 años tuviste la oportunidad de conversar con un sinfín de artistas y protagonistas de la cultura ¿Qué grandes gustos te pudiste dar?
Si bien ya lo había entrevistado, que fuera a la radio Hermenegildo Sábat fue grandioso. Yo no tengo el fetiche de los libros autografiados, o de las fotos: me quedo con la satisfacción del momento. Una de las primeras notas que recuerdo fue una charla preciosa con Fernando Cabrera. Yo tengo el disco de pasta original de MonTRESvideo, del 81. Lo llevé a la radio y le hice escuchar la canción que le dedicó a su abuela, “María Elena”, y él hacía como 20 años que no escuchaba esa versión. Y se emocionó ahí, en el estudio. Para mí, que me genera tanta emoción su música, haber podido lograr ese momento fue increíble, y es de lo que más recuerdo. Que Leo Maslíah venga al programa también. Poder entrevistar a la escritora María Dueñas, española, y que recuerde que la primera vez en su vida que tomó mate fue en mi programa... Es una estupidez, pero son de esas bobaditas con las que uno se queda. Cristina Peri Rossi también, me gustaría volver a entrevistarla. Esos grandes nombres, como Mario Benedetti. En 20 años pasó mucha gente, pero hay algo que siempre destaco y es que yo trato de salir de mis gustos personales. Creo que la gente lo ha entendido. Por ejemplo, en el programa estuvo tres o cuatro veces Eduardo Galeano, que resultó ser mucho más oyente del programa que lo que hubiera imaginado. Yo no soy quién para invitar a Galeano y pelearme con él. Y lo menciono como típico ejemplo de personaje exitoso e incómodo para la cultura uruguaya. Mi función no es la de confrontarlo. Si el tipo viene a hablar de un libro, hablemos del libro. Mario Benedetti, por ejemplo, y está grabado, vino a presentar su novela Andamios, en la que él hace una crítica feroz al Mercosur, y me acuerdo de que, entre comillas, discutimos por el Mercosur. Pero lo que te quiero decir es que el protagonista es el invitado, siempre, y a mí no tiene porqué gustarme. Creo que la cultura uruguaya padece los amiguismos y las chacras. Yo he invitado a gente que puede estar en el borde del ambiente cultural, y he recibido mensajes de intelectuales diciendo “¿cómo puede ser que invitaste a fulano?”. Y mi respuesta es “¿por qué no?”. Uno intenta darle al autor o al músico la chance de que cuente sobre lo que escribió o lo que compuso. Cada vez más elegimos por el síndrome del “me gusta”. Todo nuestro entorno está enmarcado en ese territorio. Algo así como “yo me siento cómodo acá porque todos me aplauden”. Y no es así. Siempre pongo este ejemplo: a veces siento que el mundo cultural del semanario Brecha tiene determinadas características, el mundo cultural de la diaria tiene el suyo, hay otros grupos de afinidades artísticas, estéticas, políticas que tienen los suyos, y hay pocos lugares donde esos círculos se juntan. Modestamente, yo quiero ser uno de esos lugares. Entonces, yo no tengo ningún problema de tener pegados en el programa el espacio de la Fundación Benedetti con la columna de Rodolfo Fattoruso, y ninguno de los dos puede tener problema. El oyente sabe que voy a hablar con el afecto con el que hablamos siempre con Mauricio Rosencof y también con Mercedes Vigil. A mí no me gustan todas las obras de teatro que voy a ver, todos los libros que leo no me gustan, pero por el hecho de que no me gusten no le voy a quitar al artista el derecho a mostrarse. Y trato de dar la mayor cantidad de oportunidades. Más allá de que lo logre, creo que hay una concepción periodística del mundo de la cultura que, modestamente, ha distinguido al programa.
¿Y ese perfil lo desarrollaste naturalmente?
Creo que el hecho de ser de San José puede haber tenido que ver. No sé. Además, me siento súper cómodo leyendo Brecha o la diaria. No es que los esté contraponiendo. Lo mismo con El País. No hay mucho para comparar. O con las radios. En la década del 70, del 80, antes de estar en los medios, yo escuchaba la 30 y Sarandí. Tenías En vivo y en directo y a Alfredo Percovich, y el oyente agradecido. Entonces, en ese sentido, yo intento hacer un programa lo más diverso y honesto posible. Si me siento incómodo con alguna cosa la digo, si no sé algo, también lo digo; tengo muy mala memoria para acordarme de nombres, para las películas o las obras de teatro, por ejemplo, por lo que tampoco quiero posar de sabelotodo, porque estoy muy lejos de eso.
¿Quién te metió en el mundo de los libros?
En un cuento que escribí digo que hay una tía, mi tía Edna, que tenía en su biblioteca todo el boom latinoamericano, y me acuerdo de estar allí muy metido. Además, en mi casa, con mis dos padres maestros, siempre había libros. Eran la cosa más normal del mundo. No hace mucho, mi madre estaba ordenando cosas y apareció un libro que es el primero que me regalaron y que tiene mucho que ver con esto que hablamos del periodismo. Se llama Observa e investiga en la ciudad, un libro de la editorial Kapelusz. Yo tenía nueve años. Siempre se me estimuló esa tarea periodística. Es más, mi penitencia no era cortarme la televisión, era no ir a la radio. Porque yo me pasaba todo el día en la radio de San José [CW 41 Broadcasting San José, 1360 AM]. Nada más que mirando. Después terminé trabajando ahí, y me terminaron echando a los 15 años por pasar “música aberrante y tendenciosa”. Con Wilson Ramírez teníamos un programa en el que poníamos mucha música instrumental y canto popular. Era la época de la dictadura, y había un jefe de policía que no dejaba ni festejar los cumpleaños por el tema de las reuniones.
¿En esos primeros años eras percibido como un niño con intereses diferentes?
Nunca fui muy de la pelota. De las pocas veces que lo hacía, era golero. Pero tenía una vida social normal.
¿Eras muy estudioso?
No, media tabla. Lo que sí pasaba era al revés: yo pretendía que mi grupo de amigos compartiera mi gusto por la radio. Cuando me vine a Montevideo, a mi barrita del liceo la llevé a San José para que conociera la radio. Y después a mis compañeros les pedía que le hicieran notas a gente famosa que venía a Montevideo y yo las pasaba en la radio. O sea, los traía para mi redil; no era que yo me impidiera ningún tipo de vínculo social, todo lo contrario. Siempre les quise transmitir a todos que este era el mejor de los mundos posibles, como lo era para mí.
¿Qué te ha llamado la atención de la literatura uruguaya de los últimos diez, 15 años?
Ahí te preguntaría a vos. Siento que en los últimos 20 años hay, por lo menos, dos generaciones. Creo que hay fenómenos muy interesantes, como el del portuñol de Fabián Severo, que me parece muy original. Carolina Bello, que empezó en un blog, juntó sus textos en su primer libro, y después editó Urquiza. Carolina me parece una mujer muy interesante. Después, los escritores que empezaron a hacer ficción sobre la dictadura y el tiempo posterior es otro fenómeno que me llamó la atención. El primero que recuerdo es Omar Prego con unas novelas policiales muy buenas. Me da la sensación de que la ficción uruguaya se tomó su tiempo para la historia reciente, y ha sido lo suficientemente inteligente como para no hacer una cosa muy maniquea. Luego hay una vieja guardia que yo admiro y quiero mucho, que formó parte de los primeros entrevistados de Sábados Sarandí: Milton Fornaro, Hiber Conteris, Hugo Fontana, Hugo Burel. Son los pilares fundacionales de la historia del programa, que le dieron una base sólida para todos los que vinieron después. Y otra cosa que no quiero dejar pasar es que en el programa trato de darle el mayor espacio posible a la poesía, que es, junto con la dramaturgia, la cenicienta de las librerías. Eso es casi una declaración de principios.
Jugando a quiénes fueron o son los grandes escritores uruguayos, ¿cuáles son los tuyos?
Paco Espínola y Milton Fornaro.
Argumente.
Paco es el gran cuentista, y es maragato. Y con Milton Fornaro me pasó de conocer muy de cerca el proceso de creación de una de sus novelas, y fui testigo del rigor y la obsesión por contar una historia. A la hora de elegir voy con Milton, pero soy profundamente injusto con una docena de nombres más. Su última novela, La madriguera, me parece perfecta. Pero, por ejemplo, la novela de Hugo Fontana sobre Emir Rodríguez Monegal [Los nombres propios] es estupenda. A Hugo también lo conozco muchísimo y me consta lo que labura.
¿La escucha, durante tantas horas de programa, cómo se sostiene?
Me concentro mucho dibujando. Las caricaturas que hago a veces con lapiceras son hechas durante una entrevista. Si quiero hacer este dibujo [nos muestra la imagen en su teléfono celular] ahora, mientras te esperaba, no me sale. Este nivel de concentración para dibujar lo consigo cuando estoy escuchando con mucha atención a alguien. Eso por un lado. Pero por otro lado, me acostumbré a que mientras estoy haciendo una entrevista puedo chatear con la telefonista para saber si llegó el próximo invitado, y que a veces puede que no venga, entonces le tengo que escribir a alguien más, en ese momento. He generado esos dos niveles: estar atento a lo que me están diciendo y arreglar lo que haya que arreglar o producir. El productor siempre debe tener resuelto el próximo bloque.