¿Qué es el artegio? Según el diccionario de argot mexicano se trata de la especialidad a la que se dedica un ladrón, como el timo, el robo de carteras, el robo de casas, etcétera: “Se puede decir que, aunque un conejo tenga un artegio, y otro, otro, de todas maneras si se ven en la cárcel, ps quihúbole, quihúbole, ¿no?”. Bucear ya en la definición del título de este documental, Los ladrones viejos: las leyendas del artegio, nos abre la puerta a un mundo irrepetible, con personajes inolvidables, ladrones capaces de robar a presidentes de la República no una sino dos veces y con una serie de códigos que hoy han quedado atrás.
El cineasta y documentalista Everardo González nos abre la puerta a verdaderas leyendas del robo en la Ciudad de México, míticos criminales de las décadas de 1960, 1970 y 1980 que hoy nos cuentan su propia historia, en casi todos los casos desde las cárceles donde purgan sus condenas.
Personajes como El Fantomas, El Carrizos, El Burrero, El Xochi y El Chacón irán desgranando el arte de robar en la capital mexicana durante décadas mientras describen el submundo que integraron y que hoy parece escapado de la ficción.
Policías y ladrones
Aunque los escuchemos narrar decenas de delitos (que incluyen, cuando la cosa se pone más espesa en prisión, asesinatos) es muy difícil no empatizar con estos narradores ancianos, que hablan del robo como un arte y que describen ciertos códigos –que podríamos llamar de caballeros o, por lo pronto, dignos de ladrones de guante blanco– que les permitieron ser verdaderas leyendas vivas en la crónica roja mexicana.
La historia de Ciudad de México –rescatada a partir de un maravilloso trabajo de archivo que ya es por sí mismo razón suficiente para ver este documental– va pasando frente a nuestros ojos a medida que estos ladrones narran asaltos a joyerías, casas particulares o bancos, en los que casi nunca lastimaban a nadie y preferían ser detenidos antes que terminar involucrados en un tiroteo.
Aparecen asimismo su relación con policías bastante más dispuestos a mirar para otro lado (son entrevistados también un par de agentes de la ley ya retirados y se recuerda mucho la figura de uno bastante oscuro, conocido como Drácula) y sus vínculos con políticos que terminaban empleándolos para tareas específicas.
Nuestros protagonistas se dividen en categorías: zorreros, espaderos y carteristas. A medida que la narración avanza, uno comienza a disfrutar, como en los relatos clásicos de Robin Hood (aunque aquí nunca se dará a los pobres lo robado a los ricos, salvo que entendamos que los pobres son los propios ladrones), del ingenio, la picardía y la astucia con que protagonizan los distintos delitos.
De entre todos los narradores, es Efraín Alcaraz Montes de Oca alias El Carrizos, quien lleva la voz cantante. Suyas son las mejores anécdotas, como la de haber robado nada menos que a dos presidentes: a Luis Echeverría Álvarez en 1972 (por accidente, dado que robó una casa sin saber de quién era) y a José López Portillo (ahora sí, ya a sabiendas). Sus anécdotas, su tono y su innegable carisma lo van transformando en el personaje central del documental.
González hace mucho más que jugar al relato del “ladrón bueno” y da vuelta todos los lugares comunes del retrato social al presentar seres dignos en su propia miseria y encierro, personajes que pueden contar su historia por haber permanecido fieles a sus códigos. Los ladrones viejos es un magnífico documental que presenta una verdadera cara escondida del mundo criminal mexicano, sepultada hoy por tanta noticia de violencia salvaje o del mundo del narco.
Los ladrones viejos, de Everardo González. En Netflix.