Pocos eventos han sido tan dramaticamente complicados de reproducir para actores y directores como el Holocausto. La producción holandesa Mi mejor amiga, Ana Frank agrega una visión diferente de esta tragedia. Basada en el libro Memories of Anne Frank: Reflections of a Childhood Friend (1997), de Alison Leslie Gold, nos cuenta la estrecha amistad de Hannah Goslar (Josephine Arendsen) con Ana Frank (Aiko Mila Beemsterboer) en los años previos a su encarcelamiento en los campos nazis. La película está dirigida por el holandés Ben Sombogaart, cuya película Twin Sisters fue nominada a los Oscar como mejor película extranjera en 2002.

Hannah y Ana son mejores amigas en una Amsterdam en 1942, ocupada por los alemanes y con cierta inocencia nos van mostrando el enorme esfuerzo que hacen por mantenerse unidas y hacer las actividades de cualquier niña de su edad; a pesar de que son testigos de violencia en las calles, de como algunos profesores de su escuela imprevistamente desaparecen, y de que padecen humillaciones como que los militares las huelan y les hagan creer que su ciudad “apesta” por su culpa, o la obligación de usar un uniforme distintivo con la estrella de David amarilla. Las niñas intentan aislarse, frustradamente, de esa realidad que las rodeaba.

De manera muy interesante, no se ve el encierro de Ana Frank, que es lo más conocido de esta historia. Al narrarse desde el punto de vista de su mejor amiga, que no sabe que Ana y su familia están escondidos y se los imagina en otro lado, se evitan los años entre 1942 y 1944. Su estructura se divide en dos partes, usando inteligentes flashbacks entre estas dos etapas muy diferentes en sus vidas y del mundo; yendo y viniendo desde esa normalidad en la que pretendían estar hasta el horror más crudo de su presente.

Esas idas y venidas se van contando a través de situaciones durísimas que sirven de memoria colectiva histórica pero a la vez conmovedoras: cómo el papá de Ana, Otto Frank (Stefan de Walle) hacía lo imposible para aislarlas de lo que pasaba, la recreación de lo que fue el infierno de los campos de concentración nazis, la lucha de los judíos por comer y sobrevivir a las enfermedades, la tortura física y emocional y la protección de Hannah a su hermana Gabi de solo 5 años. Resulta un poco difícil hablar de “resiliencia” frente a tal monstruosidad pero es también lo que la película nos deja; como el recuerdo constante de su amistad con Ana le daba un poco de respiro y esperanza a Hannah en su reclusión.

La película muestra otra perspectiva de cómo era Ana Frank; la de su amiga, y eso resulta de lo más atractivo. Se la muestra como a una niña de 13 años a veces caprichosa, atrevida, más inteligente que la media, en su despertar sexual y con los típicos problemas de la preadolescencia. Eso humaniza más aún la figura de Ana, mostrándonos momentos de su vida para muchos desconocidos pero sin olvidarnos de que fue víctima del peor espanto de la guerra.

Esta película desgarradora pero brutalmente hermosa y entrañable, que mezcla la tristeza y alegría, nos muestra lo más aterrador y lo más hermoso a la vez. Es la mirada de dos de niñas que se enfrentan desde su inocencia a algo tan horrendo como la guerra y el exterminio, pero con la nostalgia constante de su amistad y su pasada felicidad.

Dato: Hannah Golsar tiene 93 años y vive en Jerusalén occidental.

Mi amiga Ana Frank, de Ben Sombogaart. 103 minutos. En Netflix.