La actividad del colectivo Casiopea se remonta a 2017. Los 16 artistas, investigadores y docentes que lo conforman se proponen, mediante un trabajo signado por la horizontalidad, crear “espectáculos, talleres y espacios para niñas, niños y jóvenes que sostengan contenidos que promuevan el intercambio, la reflexión y el vínculo con las emociones”.

Entre sus trabajos se destaca la Saga Lumínica, una serie de obras de teatro que cuenta “la historia del árbol genealógico desde la dictadura cívico-militar uruguaya hasta el presente” y de la cual La resistencia de las luciérnagas es la segunda entrega, que sigue a Una luz en la ventana.

“La decisión de trabajar sobre esta temática va de la mano con la historia de nuestro colectivo”, cuenta a la diaria Vanessa Cánepa, directora de la puesta. “Hay dos características externas al material artístico que redefinen muchas veces nuestros contenidos. Una es el equipo: la conformación de un colectivo no se dio a priori al decidir que ‘queremos hacer un grupo para crear tal cosa’, sino luego de comenzar a trabajar en lo que creímos que simplemente sería una obra –devenida en saga–, transformándose en un colectivo que va encontrando sus propios mecanismos de construcción desde un lugar horizontal, amoroso, familiar, y donde se apunta a ficcionalizar nuestras propias vivencias. La otra característica es la existencia de mi hijo, León, y su pertenencia al colectivo. A medida que él va creciendo –ahora tiene cinco años–, tanto sus preguntas como las mías van cambiando: las suyas, sobre la vida, las vuelca libremente, y las mías refieren más a cómo responderlas. Por suerte estoy acompañada de 15 personas que me ayudan a contestar. Con el paso de los años se fueron sumando otras madres, con más peques, que fueron aumentando esta demanda”.

Las fechas también influyen en la formulación de preguntas; por ejemplo, se tornan más intensas cuando se acerca el 20 de mayo, por ejemplo. Llama la atención, gratamente, la mirada hacia la historia reciente y la intención de recuperar la memoria sobre lo ocurrido en ese período oscuro.

“La construcción de la memoria es un trabajo diario y que viene muy de la mano con la ficcionalización. Lo que recordamos es una subjetividad trastocada por el paso del tiempo. Y más aún, lo que recordamos de adultos sobre nuestra infancia es además una subjetividad ya no sólo propia, sino también de quienes nos contaron las historias. Es responsabilidad de los adultos contar nuestras memorias como pueblo, como ciudadanas y ciudadanos, como país, a nuestros niños y niñas. Parecería ser que hay temáticas que no pueden ser trabajadas con ellos y ellas porque no pertenecen a su mundo, ¿acaso el mundo no es uno solo? Es realmente desconcertante ser adolescente y transformarse en un adulto siendo una tabla rasa en materia de, justamente, ‘temáticas de adulto’”, apunta Cánepa.

De este modo, esa historia que comenzó con Una luz en la ventana, en la que abordaban la vida de un abuelo llamado Mincho por medio de su biblioteca mágica, derivó en un proyecto mayor al darse cuenta de que el tema excedía la historia –y la generación– del protagonista.

“Nuestro colectivo está conformado por personas de entre 24 y 35 años, todas nacidas en democracia. El trabajo de revisión de nuestras propias infancias y el vínculo de nuestros familiares con la dictadura, mucho más reciente en ese momento, fue removedor: aparecen las implicancias más íntimas en núcleos militantes, exilios y familiares desaparecidos, pero también están las otras historias, aquellas en las que estos asuntos brillan por su ausencia, y en esa ausencia reside una angustia muy profunda. ¿Por qué no me hablaron de esto antes?”, explica la directora.

Forma y contenido

“En el camino no fue difícil encontrarnos con algunas problemáticas básicas: no ir hacia lo político partidario, ni hacia lo que está bien o lo que está mal. Ese es un debate súper problemático que además, desde el teatro, no quisiéramos hacer: moralizar. Sin embargo, sí sabemos que hay ciertas cosas que no entran dentro de los márgenes de lo debatible: que existan personas desaparecidas aún al día de hoy no puede ser discutido como un gris. Es un ‘esto no debería pasar’, y punto. Esta saga busca contar una historia que tiene mucho de nuestras raíces, busca incentivar preguntas, propiciar espacios de charlas y encuentros intrafamiliares, busca poder conversar un poco más”, sostiene Cánepa. Uno de los desafíos que se propusieron desde el vamos fue el de no mencionar la palabra “dictadura” ni “militar”; aunque los paralelismos son bastante evidentes, los dejan para que sea el público quien dé sentido.

La directora hace hincapié en cómo contar. “La propuesta estética de la obra es un pilar fundamental en el espectáculo, algo que ya venía siendo trabajado en Una luz. El hecho de trabajar en colectivo desde el momento cero de la creación hace que también las dinámicas que proponen quienes se encargan del diseño –Florencia Guzzo en escenografía y vestuario, María Noel González en iluminación– sean creadoras de narratividad y no simplemente algo que llega para calzar con lo que se viene trabajando”, destaca.

Cuenta que la escenografía es un mapa: “Hay una rosa de los vientos dibujada en el suelo, hay constelaciones, todo codificado para generar un montón de capas que quizás individualmente pasan desapercibidas, pero que en el todo generan cierta profundidad”. “Fue un proceso de casi dos años y un montón de mapas que trazar. La obra habla sobre ello: sobre cartas, mapas, acertijos, sobre lo manuscrito; el mundo cartográfico relacionado con lo que guía, con lo que se sabe dónde está, con lo que necesitamos para avanzar. Crear esta obra significó crear un universo entero, y nos basamos mucho en mapas ficcionales ya creados: la Tierra Media de El señor de los anillos, Macondo de Cien años de soledad, los Siete Territorios de Game of Thrones, Santa María de [Juan Carlos] Onetti, el Mapa del Merodeador de Harry Potter”.

Cánepa subraya el trabajo en la iluminación: “Que esta colección de obras se llame Saga Lumínica no es menor: buscamos la luz hasta en los momentos más terribles, y también muchas veces es la luz la que nos guía. En el caso de Una luz en la ventana, teníamos la magia de las estrellas. Acá, la de las luciérnagas. La iluminación aquí narra, expone, oculta y contiene la magia necesaria para reforzar toda la textura que ofrece el trabajo del resto del equipo”.

Destaca la fantasía como un elemento fundamental de la obra. “Hay viajes en el tiempo, hay seres imaginarios, hay poderes especiales. Y esta magia, en términos prácticos de puesta en escena, se refuerza en los detalles de la escenografía y el vestuario, y en la sutileza y el brillo de la ambientación sonora”, que está a cargo de Leonardo y Alejandro Martínez.

Por último, hace hincapié en la relevancia del texto. “Abogo continuamente por una dramaturgia para las infancias más comprometida. La palabra es muchas veces lo más relegado en el teatro para este público, y yo creo, por el contrario, que las palabras deberían ser más contundentes, dado la enorme cantidad de herramientas que una debería poner en marcha para escribir una historia con esta temática, o con tantas otras, para las infancias. Este texto está pensado también como un mapa, como una serie de indicios, de acertijos; y, fundamental, está dirigido a todo público, no particularmente a niños y niñas. Son las metáforas y las analogías las que facilitan la llegada al público más pequeño; a su vez, se espera que sea el trabajo de los actores y actrices el que lo ‘ablande’ un poco más. Es en esta capa donde trabajamos el cómo y no el qué. Y este cómo, siempre, siempre, siempre, como bandera, debería ser con ternura”.

La resistencia de las luciérnagas (capítulo dos de la Saga Lumínica), de colectivo Casiopea, dirigida por Vanessa Cánepa. Últimas funciones: hoy y mañana a las 17.00 en la sala Verdi. Entradas: $ 300 por Tickantel o en la boletería de la sala (hay 2x1 para Comunidad la diaria). Para coordinar funciones de extensión, coordinar por [email protected].