En mayo de 2007 el periodista argentino Fabián Ortelli incluyó una pequeña nota en la sección de nuevos talentos de la edición argentina de Rolling Stone. En letras mayúsculas de color negro dentro de un recuadro amarillo, escribió: “Él mató a un policía motorizado”. La bajada, con letras blancas sobre fondo negro, anunciaba: “De La Plata al Espacio: los tuercas del indie se perfilan como la gran banda nueva del año”. En la foto que acompañaba al texto, sacada medio al vuelo, aunque oportuna y muy gráfica, Santiago Motorizado salió con los ojos cerrados, Niño Elefante (guitarra) con una careta de gorila, Doctora Muerte (batería) guardaba las manos en los bolsillos y Pantro Puto (guitarra) se escondía en el fondo con cara de pariente obligado en un cumpleaños.
Para esos días, ya habían lanzado su primer LP homónimo de punk incendiario y meloso y dos discos EP memorables: Navidad de reserva y Un millón de euros. En “Navidad de los santos” ya se puede escuchar el germen de una oscuridad, al principio algo inesperada; el pulso vivo de Joy Division en el bajo y la batería, como una niebla que los iba a acompañar en toda su carrera sónica.
En 2016 llegaron a la tapa de la revista porteña y el periodista Juan Morris le preguntó a Santiago por la melancolía de sus canciones: “Es una especie de sufrimiento leve, es un lugar donde uno puede descansar un poco”, contestó sobre el sello de la música de Él Mató, un sonido emparentado con una especie escondida, la de los derrotados o marginales, con el remanso y la noche de La Plata, sin el apuro por el que se conoce a Buenos Aires.
Con el correr de los discos y los años, la banda siguió profundizando en su estilo hasta volverlo menos ruidoso y más lento. Mientras tanto, viajaron por el mundo y actuaron en prestigiosos festivales compartiendo cartel con artistas como Los Mirlos y Os Mutantes. En el Primavera Sound su música es presentada como “The psycho-sweet rock of the Argentines (el rock psicodélico-dulce de los argentinos)”. Su gira pospandemia los trae a Montevideo y luego los llevará por Asunción, Bogotá, Barcelona, París, Madrid, Huancayo y Los Ángeles, ciudad en la que compartirán cartel con Arctic Monkeys, Stereolab y Kim Gordon.
“Me encanta Stereolab”, cuenta Santiago desde su apartamento en Capital Federal, con la misma amabilidad y simpleza de siempre. Le pregunto si conoció a Kim Gordon y recuerda que sus compañeros de banda estuvieron con ella y con el resto de Sonic Youth cuando vinieron a tocar al Teatro de Verano, en 2011, en el barcito que está en una esquina (La Ronda): “Los chicos la saludaron y le regalaron un disco”, cuenta, próximo a pisar las mismas tablas.
–A mí a veces me dan ganas de saludar a alguno de los músicos que admiro, o darle un regalo, pero me da un poco de vergüenza. Además, como no sé hablar inglés le escapo a la situación. Hace poco estuvo Lee Ranaldo; vino con el documental Sonic Youth. NYC and Beyond y uno de los programadores del festival estaba empecinado en presentarnos. Yo justo salía de ver la película, pasó cerca Ranaldo, y apareció este muñeco: “Vení que se tienen que conocer ustedes dos”. Bueno, fuimos. El tipo le decía: “Este es un músico muy importante acá en Argentina” y yo: “No, la verdad que no, tan importante no soy pero...”. Todo esto en castellano, además. Intercambiamos unas palabras y se fue. Me encantaría tener una cena con Lee Ranaldo y charlar. Pero yo no sé hablar inglés y él no sabe español, así que me quedo con sus canciones y su música y ya está. Es suficiente.
¿Cuándo empezaste tu carrera paralela como solista?
Eso arrancó en 2009. Como solista recorrí un montón de provincias argentinas, pero me faltan algunas. Y también toqué afuera. Hice un gira por España, en Uruguay toqué varias veces; este verano estuve tocando en la costa uruguaya; toqué en Perú, en Guatemala y estoy esperando una invitación para tocar en México. Al principio era yo con la guitarra, después fui armando una banda y se puso más divertido. Lo disfruto mucho. Y sobre todo en esta última etapa en que estoy presentando las canciones que compuse para la serie Okupas. [En Unas vacaciones raras, el último disco de El Mató se puede encontrar algunas de ellas y reversiones de viejas canciones].
¿Cuáles son las plazas más fuertes de la banda?
Pronto se va a anunciar una fecha en Mendoza, que es un lugar donde nos tratan con mucho cariño, pero sobre todo en San Juan, que está al lado –y espero que esto no lo lea ningún mendocino porque hay pica entre ellos– el público estaba muy encendido la última vez que fuimos. Ese recuerdo me quedó; debe haber sido en 2019 y eso para nosotros es lo mejor, estar tocando y que la gente esté bien arriba. Pero por suerte suele pasar siempre. Es algo que agradecemos y queremos cumplir con todos.
¿Tienen su propio bus?
Alquilamos un micro de gira que ya viene con camas y todo preparado.
¿Hay cosas que te llevás siempre?
Siempre viajo con la computadora, con un libro y con la ropa. Nada más.
¿Cómo es tu relación con lectura?
Ahora estoy con un libro que ya leí pero que me gusta repasar. Se llama Please Kill Me [La historia oral del punk sin censura, de Legs McNeil y Gillian McCain]. Está escrito como un relato coral. Son todas respuestas, básicamente, de los protagonistas de aquellos años. Arranca con Velvet Underground, pasa por los Stooges, Iggy Pop, los New York Dolls, y después se mete en la escena de los Ramones, Sex Pistols, Television. Me encantan los libros de música y de historia y me gusta contrastar esos testimonios con el mundo actual. A veces me gusta, y a veces me deprime un poco pero sobre me fascina –en este libro que te comento está bien retratado– cuán rápido pasaban las novedades musicales en esos años. Una banda aparecía y contestaba con algo totalmente nuevo a la otra, o de repente surgía otra escena musical. Y este libro habla solamente de la cultura punk, pero si ampliás un poco la mira en ese momento estaban sucediendo miles de cosas a la vez con una intensidad y una velocidad que tenían que ver con una urgencia por lo artístico, por la novedad artística. Y todo en un mundo donde se mezclaba la industria musical, que no es la misma que la de ahora, con los artistas. Era una industria más desprolija en un punto, pero los tipos estaban más atentos a esta cosa de ir cazando bandas, porque si se te escapaba una, firmaba con otra compañía y te perdías la gran novedad del momento. Era un mundo muy diferente del actual, donde se vivía un contacto con la experiencia, con el día a día, con la calle, con el contexto, con lo real, muy potente. Ahora todo eso está mezclado con lo virtual. Yo no vivo en una cueva, y también utilizo algunas herramientas virtuales, pero soy consciente de que también me deprime porque me aleja de la experiencia, que es lo más valioso que nos podemos llevar de esta breve y extraña vida.
¿Cómo fue tu conexión con el heavy metal?
Siempre fue muy de costado. Yo era muy fan del punk. Acá estaba la revista Madhouse, que era de cultura punk y heavy, entonces de ahí me interesaba todo lo que era punk pero todo lo heavy lo tenía a mano. Yo era más de la cosa ramonera, de esa canción más directa, más cruda, más pop. Después sí, en los 90, con el primer disco de Nirvana, que era bastante heavy, y después, cuando apareció el álbum negro de Metallica. A los 12 años tenía un casete de 90 minutos y en un lado tenía el disco de Metallica y del otro el Nevermind de Nirvana; creo que la última canción se cortaba. Y me daba cuenta, con mis amigos heavies más duros, que había llegado esa etapa más pop, entre comillas, de Metallica, donde bajan un poco el pulso y se meten en una cosa más melódica, que es lo que a mí me emociona más.
¿Al punk llegaste por las bandas argentinas? Tienen raíces muy fuertes con el género.
Sí, creo que lo primero que me llegó fue Attaque 77, cuando irrumpen con el hit “Hacelo por mí” [1990]. Eso me atrapó, y a partir de ahí descubrí a los Ramones y de dónde venía todo. Un poco después aparece 2 Minutos y me parte la cabeza, a mí y a todo el mundo, porque toma toda esa cosa melódica y ramonera del punk pero le agrega una lírica totalmente novedosa; hablan de la calle, de lo marginal, del trabajador, de la periferia, de todo. Attaque venía con una cosa más romántica, aunque también tiene canciones de la cárcel, pero no tanto. 2 Minutos rompe todo con temazos y eso me pegó muy fuerte. Y ahí aparece una nueva ola punk con esas bandas. También estaban Mal Momento y Flema, y en La Plata, nuestra ciudad, teníamos a Embajada Boliviana. Nos hicimos muy fans de esa banda con mis amigos. Tengo el recuerdo de ir a comprar el primer demo, editado en casete. Lo vendía el papá de unos de los chicos de la banda que trabajaba en una concesionaria de autos. Había que ir hasta ahí, preguntar por el vendedor, “Hola, vengo a buscar el casete de Embajada Boliviana”, y el chabón te lo vendía. Me acuerdo de volver a casa, ponerlo en el radiograbador y que me explotara la cabeza. Sucedía algo en ese casete, tenía canciones increíbles con una emoción y hechas con una pasión real, grabadas muy mal. Era como un ensayo, todo hecho con recursos mínimos, con muchas desprolijidades incluso en la ejecución. Me parecía increíble, me daba cuenta de que estaba escuchando algo súper crudo y sucio, pero a la vez estaba entendiendo que no importaba eso y que sí importaba todo lo que me generaba; la emoción y la conexión que sentía en el cerebro. Esa experiencia me motivó a decir “bueno, esto es genial, está hecho por pibes de mi ciudad, se juntaron y grabaron esto así nomás, y están generando un milagro”. Y ahí me atreví a pensar que yo también podía tener una banda y tal vez, algún día, emocionar a alguien. Ese fue un momento de educación muy importante, que tiene que ver con el punk en general.
¿Sabés en qué está ahora Embajada Boliviana?
Justo hace poco anunciaron que se separaron. Siempre tuvieron idas y vueltas. Julián, el cantante, es un músico muy inquieto que arrancó por el punk y luego siguió haciendo cosas de otros géneros. Es un gran talento, escritor, compositor; tuve el honor de grabar con él en uno de sus discos solistas. Es un músico que admiro mucho y una persona enamorada de la música. Y no pasa siempre. Se supone que todos los músicos deberían estar a full enamorados de la música, pero no es así. Hay gente que tiene algo más, que tiene el corazón un poco más grande, o no sé, pero que viven para la música y que están todo el tiempo con su mente y su alma atravesados por la poesía y la música. Eso es muy inspirador.
¿Qué se puede contar del show en Montevideo?
Primero, estamos felices de volver después de mucho tiempo. Estuvimos dos años sin tocar con público. Volvimos en diciembre en Buenos Aires; estuvo buenísimo porque vinieron 5.000 personas, nunca había venido tanta gente a ver un show propio, y ese fue el arranque de esta vuelta. Tocamos en Cosquín, en un contexto de festival, fue breve pero intenso. Y estamos motivados con este regreso. Pasó el tiempo, estamos entrando en ritmo y volviendo a conectar con todo lo que significa Él Mató y cada visita que estamos haciendo es luego de dos años. Me emociona volver a Montevideo, que es una ciudad a la que veníamos todos los años, incluso hasta dos veces por año. Anunciamos una fecha en el Sodre que la tuvimos que suspender por la pandemia y el Teatro de Verano parece un lugar ideal para este momento.
¿De qué cuadro sos?
Gimnasia y Esgrima de La Plata. Un equipo muy emparentado con Uruguay.
Por Gregorio Pérez, por ejemplo.
Claro, el Topo [Guillermo] Sanguinetti, un histórico acá, Pablo Bengochea, Hugo Guerra, más acá en el tiempo el Tornado [Sebastián] Alonso, el Turbo [Eduardo] Vargas.
¿Lo seguís fecha a fecha?
Sí, me volvió mucho el amor por el lobo cuando vino [Diego] Maradona. Eso fue un evento increíble, fuera de contexto, irreal. Con su muerte me desconecté mucho. El año pasado no me interesaba nada el fútbol local –el fútbol argentino está muy mal además–, pero ahora me reenganché con el club.
¿En la época de los mellizos Gustavo y Guillermo Barros Schelotto ya lo seguías?
Sí, ahí yo era un adolescente y fue cuando más me enamoré del lobo. Fue nuestra época de gloria total. Si bien no pudo ser campeón, fue protagonista y tuvo grandes equipos en esos años.
Dijiste alguna vez que te identificabas con el estilo de Juan Román Riquelme.
Cuando juego al fútbol me gusta mucho pisar la pelota. Y aprendí ese recurso, obviamente, para correr menos. Tengo mis habilidades con la suela de mi zapatilla, y me gusta el estilo de Riquelme, que pone el culo, que sabe proteger la pelota; esas son mañas que fui aprendiendo para suplir mi falta de velocidad. Hoy, por ejemplo, tengo partido a las ocho. Me divierto mucho. Estamos jugando en cancha de fútbol 5, que te obliga más a pisarla. Vamos a unas canchitas en Costa Salguero, que dan al río. El lunes fuimos a jugar y estaba la luna llena, divino. Y ahí jugamos con varios músicos: Chicho, el bajista de Bestia Bebé, gran jugador, un nueve de los mejores; Kemper, el guitarrista de Las Ligas Menores, otro de los grandes cracks que tenemos; juega Vicentico, que es un gran jugador de fútbol, muy habilidoso, obviamente ya es grande y no tiene las aptitudes físicas de su juventud, pero se las arregla para hacer golazos, es muy bueno con los amagues; también está Lea Lopattin, el guitarrista de Turf; hoy viene Tom, cantante de Bestia Bebé, delantero, calentón, loquito; Fabián Casas, el escritor y poeta de Boedo, te habla y te hace chistes mientras juega para desconcentrarte. Ese es nuestro grupo de entusiastas.
¿Tenés algún gol memorable?
Como la voy pisando, me gusta hacer muchos goles de emboquillada. Ese es mi orgullo.
El Mató a un Policía Motorizado se presenta el miércoles 16 de marzo a las 21.00 en el Teatro de Verano (rambla Wilson, canteras de Parque Rodó). Grupo telonero: Niña Lobo. Entradas en Abitab: platea baja a $ 1.680, platea alta a $ 1.280.