Pasó tanto tiempo (y pasaron tantas cosas) desde el final de la temporada anterior, que la serie más nostálgica de los últimos tiempos desarrolló su propia nostalgia. “¿Se acuerdan de Stranger Things?”. Por suerte, se acabaron los ejercicios de memoria, porque el buque insignia de Netflix regresó cuando la compañía más lo necesitaba.

Después podemos conversar acerca de si es buena estrategia largar todos los episodios juntos, o al menos la mitad de ellos. Ahora es momento de regresar a Hawkins, Indiana, donde los años 80 no son solamente el presente: son una forma de vida.

Te lo resumo sin ronquera

Si todavía no vieron la creación de Matt y Ross Duffer, no se preocupen. Además de cientos de videos de Youtube que sirven para ponerse al día, pueden confiar en mi resumen, que les llevará menos tiempo y (a diferencia de los creadores de esos videos) no estoy enamorado del sonido de mi propia voz. Aquí vamos: la historia comenzó en 2016, pero en realidad era 1983 en el pueblito mencionado en el párrafo anterior.

En ese sitio pasan cosas muy extrañas, relacionadas con la presencia de un laboratorio gubernamental. Allí lograron abrir un portal con otra dimensión, conocida como “el otro lado”. Un lugar bastante jodido, lleno de monstruos sanguinarios y muy mal iluminado. Nuestros protagonistas comienzan siendo un grupo de cuatro jovencitos, pero uno de ellos termina del otro lado y el pueblo entero lo toma como una desaparición criminal. Las cosas se complican (o no) con la llegada de una misteriosa chiquilla conocida como Once, que posee poderes mentales.

A lo largo de las temporadas se han sucedido diversos ataques de criaturas que pasan para “este lado” o que ejercen sus influjos desde allá hasta acá. Además de los poderes de Once, el bando de los buenos ha necesitado de mucho trabajo en equipo y de la ayuda de aliados que van y vienen. Aunque, lamentablemente, algunos no vendrán más.

Género: los 80

Stranger Things no solamente está ambientada en los años 80, sino que exuda ochenterismo por los poros. Este fue uno de los primeros ganchos que la convirtieron en un fenómeno de público, tanto entre quienes vivieron esa década como entre quienes la experimentaron a través de las películas y series producidas en esos años. Estos últimos son, sospecho, el principal público objetivo, pese a que los hermanos Duffer nacieron en 1984 (los que somos mayores que ellos tenemos derecho a llorar en este momento).

¿Por qué digo eso? Porque la historia, y su forma de ser contada, evita cualquier intento de realismo y, en realidad, toma las narrativas de aquella década y las utiliza como base para construir algo nuevo. No muestra los 80 de los documentales, sino los de las películas de Steven Spielberg, las novelas de Stephen King y las sagas sobre monstruos que volvían una y otra vez a hacer estragos en algún pueblito. Vamos, que están todas las cartas sobre la mesa.

Los protagonistas, que andan para aquí y para allá en sus bicicletas perfectamente, podrían llevar en el canastito a E.T., el extraterrestre. Pero el “bicho raro” que se encontraron es una humana, aunque sus poderes también son capaces de hacer levitar un vehículo para esquivar a la policía, en una de las escenas más recordadas hasta ahora.

El elenco incluye a sus familias, aunque los padres no suelen jugar un papel importante. Aquí la inspiración podrían ser los personajes de Peanuts, que en su versión animada escuchaban todos los diálogos de los adultos como un monótono “wa wa wa wa”. Los grandes no entienden, no quieren creer en criaturas que parecen salidas de las partidas de rol que el cuarteto inicial disfruta cada semana. Los adolescentes, en cambio, están a medio camino, además de ser muy útiles cuando los protagonistas necesitan que los lleven en automóvil de aquí para allá.

El ochenterismo también está presente en otros aspectos de la trama, incluso alguno que puede chirriar. Como ocurre en muchas ficciones (¡pero más!), los jóvenes llegan a conclusiones en forma acelerada. Hacen saltos lógicos que al mismísimo Sherlock Holmes le parecerían una exageración. Se miran a los ojos y se transfieren información a velocidades más altas que si utilizaran módems de la actualidad.

Y hablando de módems, cuando tienen que utilizar los conocimientos de hackeo de una aliada, lo que vemos es todavía más inocente que lo que hacía Matthew Broderick en Juegos de guerra (John Badham, 1983). No hay esfuerzos por aggionar la forma torpe en que una niña puede ingresar a una computadora secreta. Tampoco hay un velo de cinismo que perfectamente podrían haberle inyectado, viendo tantas inocentadas con una mirada adulta, y quizás sea por esta última razón por la que regreso a Hawkins cada vez que cae una nueva tanda de episodios.

Volumen 4

En la más reciente aventura de la banda de revoltosos, estos ya se han enfrentado a medio zoológico del “otro lado” e incluso a los soviéticos, porque recordemos que la Guerra Fría les brindó a los guionistas de Hollywood un antagonista perfecto. Pero los protagonistas también tuvieron que sufrir la llegada de un flagelo a veces peor que un espía extranjero o un bicho sediento de sangre: la adolescencia.

Como ocurriera con otro cuarteto que parecía inseparable, la llegada de una muchacha puso de manifiesto las rajaduras que existían entre ellos (lo digo así para que no piensen que estoy echándole la culpa a Yoko Ono). A esto hay que sumarle mudanzas, otros golpes de la vida y una cantidad impresionante de estrés postraumático. Por suerte, en los nueve meses transcurridos desde los eventos de la temporada anterior, para los actores pasaron varios años. Así que al menos pueden enfrentar los peligros con cuerpos más largos y voces más gruesas.

Un gran mérito de los Duffer y compañía es encontrar frescura en una premisa que sigue siendo la misma. El pueblo, la invasión interdimensional, los poderes fluctuantes de Once y todo lo malo que pueda pasarle al sheriff Hopper. Con un elenco que sigue creciendo (siempre muy bien elegido) y las relaciones establecidas entre los más veteranos, cada temporada construye sobre la anterior con mucha efectividad.

En esta oportunidad, la amenaza tiene una forma más humana, lo que remite a hombres monstruosos como Jason de la saga Viernes 13, Freddy Krueger de Pesadilla o Michael Myers de Halloween. Desde el otro lado llega alguien que parece alimentarse de los traumas de algunos residentes de Hawkins y los va atrapando en su red hasta terminar con sus vidas. A propósito, siendo una de las temporadas más violentas y con imágenes fuertes, al menos en esta primera mitad tiene un conteo de cadáveres bastante bajo. Quizás por eso llame la atención la alarma pública que se desata en el pueblo, siendo un lugar en el que todos los años la población se reduce en un par de decenas, como mínimo.

Ahora que mencionamos la alarma, un elemento que explota es el denominado Satanic panic, ese miedito que muchos pastores yanquis agitaban en los años 80 sobre la posibilidad de que los hijos de los feligreses (que seguramente no iban con ellos los domingos porque tenían mejores cosas que hacer) estuvieran adorando al Diablo, ya sea en sacrificios rituales o jugando Dungeons & Dragons (ambas actividades asustaban parejo).

El guion no se olvida de ningún personaje, pero tiene muy en cuenta a aquellos que venían funcionando, como la dupla formada por Steve y Dustin. El primero tuvo un arco de redención con el que HBO podría haber hecho su propia serie, mientras que el segundo sigue representando al botija hiperactivo que bordea el hartazgo y que está a dos novias de convertirse en Corey Feldman.

Max, la jovencita que sacudió al elenco en la segunda temporada, tiene su momento de destaque por las razones incorrectas, mientras que Once experimenta un complejo flashback que nos da muchas respuestas acerca de lo ocurrido en el laboratorio misterioso. Del lado de los adultos, el maravilloso Murray tiene aventuras junto a Joyce, mientras que Hopper sigue siendo la bolsa de arena de medio mundo (esta vez, el otro medio).

En cuanto a las incorporaciones, tenemos a un rolero con pocas intenciones de terminar el liceo llamado Eddie, y una mezcla de Paolo el Roquero y el amigo del último Peter Parker, llamado Argyle. Ninguno de los dos enciende la escena con su presencia, pero tampoco es que desentonen.

Maratón de uno

Un elemento que debe ser mencionado es el de la extensión de los episodios. Los siete que componen esta primera entrega tienen entre 63 y 99 minutos, y los que faltan sumarán cuatro horas entre los dos. En conversación con Deadline, los hermanos que llevan adelante la serie hablaron al respecto y dijeron que a esta temporada la llaman “la temporada Game of Thrones”, tanto por su extensión en minutos como por lo ambiciosa.

“Joyce y la familia Byers se fueron al final de la temporada 3 y están en California”, explicó Matt. “Siempre quisimos que la serie tuviera esa estética suburbana al estilo de E.T., que finalmente pudimos hacer este año en el desierto. Después tenemos a Hopper en Rusia, y por supuesto hay un grupo que permanece en Hawkins. Así que tenemos tres historias, que están conectadas y entretejidas entre sí, pero con tonos muy diferentes”.

También se refirieron al hecho de que, finalmente, los espectadores tendrán respuestas acerca de algunos de los misterios que acechan al pueblito de marras. “Cuando hicimos la temporada 1, Netflix se pasaba preguntando ‘¿Pueden explicarnos la mitología?’. Así que escribimos un documento de 20 páginas que hablaba de todo, explicando lo que sucedía y exactamente lo que era ‘el otro lado’. Y con cada temporada solamente vamos pelando las capas de esa cebolla, por decirlo de alguna manera. En esta temporada queríamos meternos de lleno y dar algunas respuestas. Pero para hacerlo bien necesitábamos tiempo, así que se volvió más y más grande”, explicó Ross.

Fue así que quedaron atrás los episodios de poco más de media hora, y llegaron a pedirle a la plataforma que les aprobara un noveno episodio (el de dos horas y media), algo que Netflix hizo de inmediato. “Hay una razón por la que nos tomamos tanto tiempo. Tiene una suerte de cualidad épica, y seguro que da una sensación diferente”.

El tema pegadizo

Entre tantos elementos nostálgicos que entran en juego en forma directa o reconvertida, se encuentra un tema musical. Una canción que aparece primero acompañando la acción y luego se vuelve fundamental para uno de los personajes. Se trata de la ochenterísima “Running Up That Hill”, de Kate Bush.

Como menciona Vanity Fair, esta pieza “capaz de trascender el tiempo y el espacio” termina convirtiéndose en el sonido de la salvación (“literalmente”) y en uno de los puntos más altos de la cuarta temporada.

Nora Felder, supervisora musical de la serie desde el comienzo, fue quien tomó el guion y buscó la canción perfecta, que sonara como la preferida para un adolescente en 1986, además de resonar con lo que le ocurría en episodios anteriores. “Cuando la encontré, de inmediato sentí una oleada de emoción. Cuanto más marinaba la canción en mi conciencia, más me daba cuenta de que era algo que podía ser especial”. Felder todavía tiene el CD original de Hounds of Love, quinto álbum de Kate Bush, comprado en aquellos años.

A los Duffer les gustó la idea, pero faltaba la aprobación de Bush, a quien enviaron una descripción de la escena y de cómo sería utilizado el tema. Obtuvieron el sí de inmediato.

Lo que vino a continuación fue que luego del estreno de los episodios, el 27 de mayo, “Running Up That Hill” llegó al número uno en los rankings digitales, algo que enorgulleció a Felder. “Siempre sentí que esta canción era atemporal. Si fuera lanzada hoy, nadie podría pensar que suene ‘anticuada’ de ninguna manera”.

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