Aunque se ha vuelto ya un lugar común quejarse por la calidad actual de los productos en Netflix, cierto es que con algo de paciencia y buena voluntad se sigue encontrando material de primera para disfrutar en la plataforma. Es el caso de esta segunda temporada de la serie Atracadores, creada por Hamid Hlioua y Julian Leclercq, nacida en particulares circunstancias y que se ha desarrollado con una eficacia y una contundencia que ya quisieran para sí producciones más famosas y renombradas.

El punto de partida es una película para televisión que comparte título (y que también puede verse en Netflix), estrenada en 2015. Allí el director y guionista Leclercq desarrollaba la historia de un equipo de ladrones profesionales extremadamente efectivos que, por azares del destino, terminaban siendo chantajeados por un grupo de despiadados narcos para ejecutar un robo suicida. La película, en cierto modo una reinterpretación del violento polar francés a lo Jean-Paul Melville o Henri Verneuil en términos y códigos modernos, le permitía a Leclercq jugar con todos los elementos para realizar un relato contundente, seco y directo.

No fue un éxito de crítica ni de taquilla, pero sirvió para instalar al realizador dentro de las producciones firmes de la propia plataforma. Así, en años siguientes, fue un nombre con estrenos regulares, como Guerra en el aserradero o Centinela. La serie que nos ocupa hoy es una reinvención de su mejor trabajo, en formato más extenso, desarrollado, pausado y violento.

Atracadores retoma la idea del equipo profesional de asaltantes y mantiene a su vez a su principal actor protagónico –Sami Bouajila, simplemente excelente–, pero los traslada de la París original a Bélgica (más precisamente, a Amberes). En esta ocasión los narcotraficantes están en guerra por el control del puerto, en la que terminará envuelto el equipo de Yanis (Bouajila) pero también su sobrina y sus amigos, en particular Liana (Tracy Gotoas).

Ahora, en esta segunda temporada de reciente estreno, la situación ha pasado de castaño oscuro y al conflicto se suma un cartel narco sudamericano (curiosamente venezolano, quizá no la elección más verosímil) encabezado por Almeida (nada menos que el enorme Joaquín de Almeida, un villano de antología), quien quiere aprovechar el caos generado en este ecosistema durante la primera temporada y quedarse con todo el negocio.

Así, los atracadores, siempre en fuga pero ahora asociados con parte de los narcos que pierden el negocio, se jugarán todas las cartas en una brutal batalla por la supervivencia. Brutal es la palabra clave de esta serie, continuamente impredecible, salvaje y violenta. No conviene encariñarse con ningún personaje, porque a Leclercq y su coguionista Hlioua no les tiembla la mano a la hora de hacerlos pasar muy mal (y a nosotros, los espectadores, al mismo tiempo). Su propuesta para esta segunda tanda de episodios (seis, al igual que la primera temporada) es peligro y acción permanente, donde todos los personajes –sin importar bando– se arriesgan, se enfrentan y, si no toca la carta afortunada, se mueren.

La propia estructura de la serie abraza feliz las reglas del mejor folletín, cerrando cada episodio con un cliffhanger, lo que impulsa a un visionado adictivo. El vértigo logrado recupera incluso el nivel de aquella película original, demostrando que Leclercq maneja a la perfección las reglas de este universo violento de asaltantes, policías (que tienen más incidencia en esta temporada) y narcotraficantes.

Con su tercera temporada todavía por confirmar, es de todos modos una excelente idea –si uno disfruta el género policial, en particular el crudo polar francés– sumergirse en estas dos temporadas y película de Atracadores y darse una panzada de crímenes, tiros y honor entre ladrones.

Atracadores. Seis episodios de 50 minutos. En Netflix.