El director y productor británico David Yates, luego de una extensa carrera como creador para la BBC, saltó a la fama por dirigir Harry Potter y la Orden del Fénix (2007) y fue responsable de otras cuatro películas de la saga del mago adolescente. Caracterizado por un estilo hiperrealista de cámara en mano, es común encontrar en sus películas y series el abordaje de temas como la corrupción institucional, el racismo y la trata de personas (Sex Traffic, 2004).

Ahora Yates redobla el desafío y se pone al hombro el drama criminal El negocio del dolor que, uniéndose a las brillantes Dopesick (2021) y Painkiller (2023), desnuda el turbio y millonario negocio de la industria farmacéutica y el mercado legal de opioides en Estados Unidos.

Inspirada en un caso real y basada en el multipremiado libro The Hard Sell: Crime and Punishment at an Opioid Startup del periodista de The New York Times Evan Hughes, Pain Hustlers narra, con ritmo vertiginoso y astutos diálogos, como la startup Insys Therapeutics (aquí ficcionada como Zanna) y su excéntrico fundador John Kapoor (aquí el doctor Jack Neel, interpretado por el icónico Andy García) fueron acusados de conspiración para extorsionar y ser responsables de contribuir en miles de muertes por sobredosis de opiáceos.

La atrapante historia incluye testimonios de exempleados de Zanna, una empresa a punto de quebrar que, a fuerza de corrupción y manipulación, se convirtió en pocos meses en un gigante farmacéutico. El centro está en el ascenso de Liza Drake (la increíble Emily Blunt), una madre soltera en la ruina económica que trabaja en un club de striptease y que, a través de un raro golpe del destino, conoce a Pete Brenner (Chris Evans), un enérgico alto ejecutivo de Zanna en busca de una solución mágica para aumentar las ventas.

Liza, quien lucha por mantenerse a flote junto a su hija Phoebe (Chloe Coleman), es una mujer inteligente y decidida pero abrumada que, de un día para otro, se transforma en representante comercial de Zanna, haciéndole ganar millones pero entrando en un camino éticamente cuestionable. Varias voces en off relatan cómo Pete y Liza sobornaron y presionaron a médicos para que recetaran su medicamento estrella contra el dolor, el Lonafen, una forma sintética del fentanilo. El ficticio Lonafen, inspirado en el medicamento real Subsys, es un aerosol oral altamente adictivo ofrecido inicialmente a pacientes con cáncer y que es hasta 100 veces más potente que la morfina.

La ágil primera parte muestra mediante intensos fotogramas congelados y buenos primeros planos, al mejor estilo Adam McKay, la construcción del imperio que lucra con el dolor para luego virar a una potente trama criminal en la que Liza cuestionará su propia moral y la del sistema. El negocio del dolor narra con ingenio y vehemencia las oscuras prácticas de las ventas farmacéuticas que impulsaron la epidemia de opioides, la codicia y los excesos de la subida, las consecuencias del derrumbe, la negligencia de los médicos, la banalización de la salud y la mercantilización del sufrimiento.

Cierto grado de acertada sátira ayuda al tratamiento de un tema complejo: la planificación casi criminal con la que se ha movido parte de la industria farmacéutica.

El negocio del dolor. 122 minutos. En Netflix.