Cada vez que se intenta trasplantar la narrativa superheroica clásica a algún sitio fuera de Estados Unidos, los resultados no suelen ser los mejores. Hay algo tan de ellos en las historias de vengadores que saltan azoteas y acechan en callejones, que las traducciones más o menos literales fracasan incluso en tierras donde esas mismas historietas o películas tienen buena recepción.

Algo parecido ocurría con la comedia de situación o sitcom (palabra ajena pero paladeable), ese género del que hemos consumido series durante décadas. Las adaptaciones realizadas en la región que se ceñían a los guiones originales y su ritmo quedaban en el olvido. Guillermo Francella tuvo que hacer de otro de sus Guillermos Francella para que Casados con hijos trascendiera y explotara.

La principal dificultad, a mi torpe entender, está en las actuaciones y el timing. En una sitcom no hay lugar para la improvisación, y casi no lo hay para ese pseudotartamudeo que caracterizó durante años a las ficciones de Adrián Suar. Los diálogos deben caer como golpes certeros, deben dar en el blanco, y el editor debe saber cuál es el momento exacto para pasar a otra cosa. En español, no había encontrado un exponente tan ajustado y tan gracioso de ese tipo de humor (ajustado y gracioso) hasta ver la serie argentina División Palermo, que acaba de estrenarse en Netflix.

Su premisa es sencilla: en un esfuerzo por mejorar la imagen de la Policía, crean una fuerza paralela sin poder pero con mucho gancho en cuestiones de marketing: sus integrantes son elegidos por pertenecer a alguna minoría o grupo históricamente discriminado. Entre ellos hay un inmigrante boliviano, un ciego, una persona de talla baja, una mujer trans y otra en silla de ruedas. La serie hace muchísimo humor con ellos, pero el mérito está en que el guion deja mal parados a aquellos que se burlan, mientras que ellos tienen características más allá de la razón por la que fueron elegidos (al ciego, por ejemplo, sólo le interesa la plata).

Nuestro protagonista es Felipe (Santiago Korovsky, creador de la serie), un tipo miedoso, carente de iniciativa y de pasión, que llega a esta guardia urbana buscando un cambio en su vida. Allí conoce a Sofía (Pilar Gamboa), quien está harta de que la tilden de campeona debido a su silla de ruedas, y queda prendado de ella. Como el resto de sus compañeros, quedan bajo las órdenes del pánfilo Miguel (Daniel Hendler).

Todo parece indicar que será un trabajo sencillo. La idea es que realicen tareas llamativas, de esas que luego salen en los noticieros y ayudan a mejorar la popularidad de la ministra de Seguridad. Sin embargo, un hecho muy violento que ocurre en los primeros minutos de la temporada los dejará envueltos en una trama violenta, que no tiene nada que envidiarles a ficciones policiales serias del país vecino.

Durante ocho episodios veremos cómo avanza la investigación clandestina del caso original mientras se intercalan misiones mediáticas, desde ser entrevistados por un periodista amarillista hasta compartir horas de trabajo con policías de verdad, que se burlan de ellos todo el tiempo y que los odian desde que se enteraron de cuánto van a cobrar.

El elenco es un relojito, algo fundamental para el tipo de humor que el guion intenta (y logra). A diferencia de sitcoms tradicionales, aquí hay un registro actoral más variado, que va desde un tono más clásico que aportan el mencionado Hendler y Alan Sabbagh, pasando por exponentes afinadísimos como Martín Garabal en el papel de policía desagradable o el siempre perturbador Carlos Belloso, hasta llegar a algunos roles naturalistas, como la recepcionista Betty (que no para de clavar parlamentos en el ángulo).

Una referencia de División Palermo podría ser Brooklyn Nine-Nine, por la ambientación policial, pero la serie no se limita a eso, sino que parece claro que Korovsky se nutrió de comedias corales para la construcción de esta serie, cuyo humor por momentos recuerda a las películas de los hermanos Farrelly, aunque sin llegar a tal nivel de desfachatez. Otro parecido más tangencial, pero que citaré porque le tengo especial cariño, es a la cuarta entrega de Locademia de Policía, cuya trama giraba alrededor de nuevos reclutas que debían hacerse cargo de la acción.

Hay muy poca cosa que se pueda reprochar de la serie. El carácter episódico lleva a que algunos personajes dejen de aparecer por un tiempo, y hay alguna escena puntual que no tiene la efectividad del resto, pero de inmediato es seguida por alguna con momentos de buen humor. Con valores de producción impecables, un texto recontra efectivo y suficientes momentos para el recuerdo, se presta para una maratón y hasta (quién te dice) para verla un par de veces.

División Palermo. Ocho episodios de entre 25 y 30 minutos. En Netflix.