Al contrario del señor Villari, aunque no con menos dificultades por su inversa condición, Rodrigo Elizalde supo que su destino era el de un personaje del arte. Su nombre de espectáculo se escribe Eliz y también Eliz4lde. Para llegar a su casa hay que recorrer los pasillos de un balneario sin playa, con forma de laberinto, distribuido en solares y con árboles derrotados por la temperatura y la sequía.
La primera pista alentadora es un almacén cercano; la segunda resulta la definitiva: “Ah, el hijo de Laura, la morocha: seguís hasta la casa de dos pisos y doblás a la izquierda”, aclara un vecino del barrio Nuevo Carlomagno, que baja por el pedregullo, a la vuelta del hogar del músico cuyo tema “Maldita pasta” sigue acumulando a diario videos-reacción en Youtube, donde se acercan a los dos millones los asombrados y, sobre todo, confundidos por el crudo realismo de esta pieza de ficción.
Aunque lo vamos a saber más tarde, Rodrigo viene en viaje de apuro por la ruta, después de un ensayo en el estudio de su colega, el productor y guitarrista Pedro Alemany, con quien trabaja en nuevo material.
A la una y media del mediodía, un declarado amigo se guarda del sofocante calor sentado afuera junto a otro vecino, con el torso desnudo y la espalda apoyada en los bloques de una casa al final de esa cuadra sin salida. Cuando le preguntamos por Eliz, se levanta de un salto: “Ah, el artista, vengan por acá”, nos dice, y lo seguimos por el pasillo de entrada a la vivienda.
“¿Cómo andan, muchachos? Siéntanse como en su casa”, nos recibe Rodrigo, amable, recién bajado de su vehículo y acompañado por Elevin, su amiga y socia en este viaje, y por sus perros.
“Hasta los cinco años viví en Vista Linda, un barrio cerca de acá. Después pasé por muchos lugares, pero donde viví más fue en Flor de Maroñas y en Villa García, en el barrio El Monarca”, relata. “Ahí fue donde empecé a cantar con otros compañeros. Me acuerdo de que tenía una cuenta de Youtube donde subíamos videos con todos los gurises. Nos juntábamos en una plaza, hacíamos letras y las tirábamos entre todos. Así empezó todo. Después pasaron algunos problemas, me vine para acá, seguí en la mía solo y empecé a grabar mis canciones”.
“Yo no hago las letras, las letras me hacen a mí”, dice en su canción “Pronto pa’ la rutina”, y después: “Yo tengo apuro pero calma, calma que todavía estoy confiando en mi alma”.
En sus canales de Youtube y Tik Tok, Eliz demuestra su habilidad para los versos y el manejo del ritmo, fiel a un estilo hardcore de bases sin melodía sobre las que rapea entre improvisación y sus papeles, para contar sobre su vida, su barrio y los anhelos de un joven de 19 años tratando de abrirse camino junto con sus colegas de generación.
En el episodio 9 de Música urbana, el ciclo de TV Ciudad dedicado a las principales figuras de esta camada de artistas vinculados al rap, el reggaeton y otros ritmos parientes, dos franjas de viejo formato televisivo contienen las broncas y las esperanzas de Rodrigo, de 13 años, que rapea: “Mi madre se iba por días y yo sin saber nada; esta es mi historia, iba de lado de lado con mi abuela”. También menciona a su hermana, sus prácticas de fútbol y sus avances en ese deporte, la cárcel, las drogas, el alcohol, los reencuentros con su madre y la presencia permanente de Marcelo, su padre.
“Falleció cuando yo tenía seis años. Por lo que tengo recuerdo, conmigo fue un buen padre y muy luchador. Le gustaba mucho la música y era DJ; pienso que lo de la música me salió de él”, cuenta.
Laura, su madre, llega al rato. Habla poco, algo menos que su hijo, que al principio mide cada palabra, o las guarda para los momentos de freestyle y futuras canciones. “Esa vez, ni siquiera se me pasó por la cabeza que estaba rapeando; salió, estábamos ahí, a ver qué sale, y empecé a cantar”, comenta sobre aquel momento que hoy se resignifica mucho más allá de lo premonitorio.
“Prefiero mantenerme frío, intento no emocionarme demasiado y seguir concentrado en la música”, explica al hablar sobre su gran exposición y las posibilidades a la vista. Más tarde, fuera de su casa y más suelto, dirá: “Los pibitos que estamos haciendo rap acá nos conocemos todos”. Surge el nombre de su colega Jotapé, y evoca Buenos Aires en las formas de autopistas de Hollywood, recién descubiertas en un reciente viaje a la capital porteña, donde recorrió de paseo y grabó con artistas argentinos como Lolo OG, Mei Crazy y Rodrii Ortiz.
“Hay gente que rapea y ni siquiera lo sabe”, dice en referencia a lo que vive a diario con sus amigos, quienes, como él hace unos años, comienzan a decir en forma de música sin saber muy bien para qué ni por qué, impulsados por la urgencia del momento, su historia en construcción y un reconocible instinto de rescate.
Uno de los orgullos de Eliz es que puede rapear sobre cualquier base con gran astucia. “En realidad, lo que más me gusta es el reggaeton, sobre todo para frontear”, aclara. Además, suma a sus preferencias la plena y el RKT con plena, ritmo en el que destaca lo que están haciendo los uruguayos Letan y Franux BB. “También me gustaría aprender a cantar. Para llegar a cierto nivel de profesionalismo tenés que poder grabar tu propio estribillo cantado y mezclarlo con tus barras”.
Su primer recuerdo conectado con el rap es televisivo: “Me gustaba Dragon Ball-Z. Un español, El Porta, había hecho un tema para la serie. Decía: ‘Yeah, perdonen, Kamehameha. Después del tema del Tetris viene el Dragon Ball Rap’”.
“Maldita pasta”, su tema más escuchado, tiene dos versiones audiovisuales: la original, grabada para un video vertical de Instagram con el micrófono de un teléfono, y la más nueva, con cámara de alta de definición y la presencia de Pona, una vecina del barrio que nos vendrá a saludar al final de la entrevista y dirá que todavía la emociona que Rodrigo salga a decir las cosas que pasan en barrios como el suyo y de las que nadie habla.
“Busqué una pista en Youtube y ahí pensé la letra; la escribí y la memoricé hasta que salió. Es la que hice más rápido, creo que la tuve pronta en dos horas”, cuenta Rodrigo sobre la canción con la que llamó la atención de colegas y amantes de la música en países ubicados mucho más allá de América Latina. En una de las mejores estrofas, el artista dice: “Nadie me pregunta qué me pasa, para mí cada día es una nueva batalla, ya no puedo con esto aunque tire la toalla. Es que a veces estoy bien y a veces mi mente estalla. Yo soy sincero, me desespero, que dentro de esta mierda nada es bueno o verdadero. Yo no quería ser esto, yo quería ser rapero, pero para la gente yo sólo soy un latero”.
“Cuando la gente te ve a través de un video, está viendo una imagen, no lo que en verdad sos”, le dijo al realizador Aldo Garay para su especial en TV Ciudad. Su impulso artístico apela a las herramientas de la música y también a las del cine y el teatro. En otros videos, como “La despedida de un hijo”, Rodrigo se pone en la piel de un personaje que sufre un destino que puede oler de cerca. Asusta y atrae la fidelidad con que logra narrar una historia, hecha con trozos de su vida y su entorno, con la audacia de la inconsciencia de un juego.
Enfocado
Rodrigo trabaja en el puerto de Montevideo en tareas de carga y descarga: “A veces estoy en la zona de contenedores; a veces en el piso armando pedidos. El puerto es como un mundo aparte”, dice. “Estás todo el día ahí adentro. En un momento estuve muy enfocado en meter horas para ganar más. Me levantaba a las cuatro de la mañana para llegar a las seis de la mañana, volvía a casa a las siete de la tarde directo a dormir para estar despierto temprano”.
Rodrigo quiere estar tranquilo, repite. Salir a fumar un porro con sus amigos y no mucho más: “Quiero seguir aprendiendo, pasar bien con la familia y seguir progresando con la música para que en 2024 me pueda quedar y seguir de largo. No quiero sonar un tiempo y desaparecer. Y también quiero que más pibitos de acá puedan hacer su música, y que nuestra escena explote como pasó en Chile y en Argentina en su momento. Hay que pensar en alto, man. No te podés quedar en la chiquita”.
“Los de mi edad, los que están para encarar, lo que todos queremos es plata”, dice sobre la juventud uruguaya. “A veces me pongo a pensar que en cinco años ya no voy a tener 19. Tal vez todavía no voy a ser un hombre, pero tampoco un gurí, ¿me entendés? A los 25 me gustaría tener mi casa y estar tranquilo y tener lo mío. Pienso que todos los pibitos tenemos esa ambición. Después, claro, está la calle, con un montón de cosas que te pueden jugar en contra. A mí también me pasa; estoy haciendo música, pero a veces agarro para la calle y estoy re en otra, pero trato de seguir enfocado en mi carrera”.
Sobre aquellos que pronostican los peores augurios para la juventud uruguaya y denuncian que le escapa al trabajo y al esfuerzo, Rodrigo vuelve a traer a cuento el más importante trazo de la existencia: “Uno es joven y quiere salir a disfrutar la vida. No quiere esperar a tener 40 años para empezar a ver cómo es. Hay que disfrutar ahora, porque los años pasan. Yo, dentro de 20 años, no le voy poder decir a mi hijo: ‘No, no salgas’, porque yo también lo hice”.