Al primer golpe de oído, lo que se destaca del nuevo disco de La Tabaré –ya el decimoquinto– es lo bien que suena, claro y potente, con las guitarras al frente. Tabaré Rivero, el líder eterno del grupo, dice que se debe a la producción de Alejandro Ferradás y a la mezcla y la masterización a cargo de Álvaro Mono Reyes. Sea como fuere, el flamante álbum se grabó entre junio y diciembre de 2022 y se titula Urutopías. Los dos primeros cortes de difusión del disco, “¡A renacer!” y “La euforia”, tienen ese impulso apurado y rebelde que remite a lo mejor del primer disco del grupo, Sigue siendo rocanrol (1987), o al segundo, Rocanrol del arrabal (1989).

Por supuesto, más de tres décadas después de todo aquello, Rivero subraya que a la hora de grabar un disco casi todo cambió para mejor: los equipos, los instrumentos, la técnica de los músicos y el estudio. Pero lo que, a su juicio, no cambió para mejor es “lo que quieren decir algunos músicos de rock en sus textos”. Rivero, a sus 66 años, sigue desparramando la misma intensidad para conversar que cuando empezó: en su boca tiene una metralleta de palabras y vacía el cargador al reflexionar sobre el antes y el después del rock:

–Hace tiempo vengo diciendo que el rock que antes me representaba y que era mi bandera dejó de serlo hace ya mucho tiempo, porque la música en general se ha confundido mucho. Nos ha ganado el arte comercial. En una época estaba bien distinguido que el rock no se iba a meter dentro de esos parámetros de hacer música para ganar dinero o fama, pero hoy es una cosa de lo más normal e incluso está bien vista. Te quieren hacer creer que es normal que una banda invite a cantar a músicos de un género absolutamente pesero, mercenario y comercial. Eso lo discutiré toda mi vida y levantaré la bandera de que el rock tenía como única ventaja con respecto a los otros ritmos que resistía; ahora, cuando el rock se rinde, ya pasa a ser una estupidez igual que todos los otros sonidos que andan por la vuelta. No tiene ninguna característica, excepto que lo podés bailar un poco más rápido.

De todos modos, a Rivero tampoco le gusta decir que sigue sacando discos de rock como si fuera un héroe que no se rinde, porque le da “un poco de vergüenza” ponerlo en esos términos. El músico subraya que simplemente hace lo que puede y trata de seguir fiel a sus ideas. “Que no quiere decir que sea siempre un tipo para tomarme como ejemplo, pero musicalmente soy honesto”, acota, y le gusta insistir con que se toma el pelo a sí mismo, al igual que al rock, porque supo ser “un rockero empedernido”. “No tengo más remedio que burlarme un poco de mí. Pero creo que todavía, por suerte, hay un dejo de creatividad en todo esto”, subraya.

Esperanza y nihilismo

El disco se llama Urutopías –explica Rivero– porque la utopía es esa meta a la que nunca se llega, como decía Eduardo Galeano, y eso se plasma en la canción “La meta”, justamente, que dice “Hoy por hoy siempre hay que correr, / hoy fue hoy y ya es ayer. / La meta nunca está en ningún lugar”. Pero el músico subraya que está bueno pensar en la utopía uruguaya: “Que dentro de poco vamos a salir y después nos volvemos a hundir, así ha sucedido con este cambio de gobierno y la vuelta de los militares al poder”, en referencia a Cabildo Abierto.

Así y todo, Rivero dice que siempre hay que tener en la mente la utopía de que “vamos a volver a levantar cabeza, a convertir este mundo pesero y matemático, donde lo único que importa es la guita, en un mundo de abrazos, solidaridad, paz y amor”. “Son conceptos hippies, obviamente, absurdos y demodé, pero hay que pedir lo imposible, como decían en el Mayo Francés, para lograr algo, por lo menos”, subraya.

Por eso la canción “La urugutopía” es la que casi cierra el disco –luego hay un epílogo–, un llamado a bailar y a que “rompan los revólveres, tiren las navajas, basta de boxeo”, que “la vida no son leyes ni ocho horas de laburo”. “¡Que el recreo no termine nunca! / Cuelguen la ametralladora y sus uniformes, / ¡rompan filas! / ¡Vamos a bailar!”.

Esperanza pero también un poco de nihilismo, que está en los genes de Rivero, al punto de que debe hacer fuerza para ponerse un poco positivo, porque tiene hijos y cree en el futuro. Subraya que no le gusta ver a la juventud estupidizada ni “gente tirada en los rincones”. “Tengo que ponerme optimista de alguna manera, o rendirme, dejar todo e irme a vivir a la mitad del campo, abajo de un árbol, que también lo pensé, pero soy cobarde y no me animo”, acota.

Es que si hay un músico muy montevideano, ese es Rivero; ya lo decía en el “Poema del descensor”, incluido en el primer disco de la banda: “Soy un producto ciudadano, / tan montevideano que ni barrio tengo. / Yo nací en un ascensor que descendía, / sin patio y sin vereda, / lo lamento. [...] / En un céntrico edificio de ocho pisos, / a través de un tragaluz miré la vida, / y así quedé, nublado para siempre. / Yo nací en un ascensor que descendía”.

Rivero dice que después de determinada edad, el ruido de Montevideo, que tanto le encantaba, dejó de atraerlo por la violencia que se ve: “No por el miedo a que me roben, ese famoso miedo con el que ganó las elecciones la coalición; no tengo miedo a que me roben, sino que veo tanta incomodidad y tanta tristeza que la gente anda nerviosa y con ganas de agarrarse a trompadas con cualquiera, y creo que no lo hacen porque tienen miedo a caer presos, pero no porque les falten ganas... En la utopía está tratar de que la gente vuelva a vivir pensando en la paz”.

Otro dios y el viejo Satán

El disco está estructurado como una opereta rock, con 19 escenas divididas en dos actos –40 minutos en total–, un formato que ya es un clásico para La Tabaré, y Rivero aclara que eso fue una idea suya, pero todos los arreglos musicales del disco son de los músicos. “Quiero que quede claro que si las canciones son lindas es porque los músicos tocaron bien. Siempre me olvido de hablar de los músicos, y está mal, porque son la parte fundamental de la banda. Yo traigo las ideas y ellos las convierten en algo agradable o desagradable, pero generalmente tratamos de que sea agradable”, acota.

La Tabaré tuvo infinitas formaciones, siempre con Rivero a la cabeza, que es el único que se mantiene desde el comienzo en el grupo. Este disco fue grabado por Leo Lacava (guitarras), Enzo Spadoni (trombón), Marcelo Lacava (batería), Pamela Cattani (voz y kazoo), José Suárez (bajo) y –por supuesto– Rivero (voz).

El cantante subraya que siempre le gustó tratar de hacer obras conceptuales y repasa que el primero fue Rocanrol del arrabal, que si bien no fue conceptual, tiene cierta unidad, no solamente por las canciones que se reenganchan entre sí sino porque hay un hilo en común que guía a los textos, al igual que en Yoganarquía (1997). En Urutopías repitió porque tenía una idea en común desde el primer texto, además, todas las letras fueron escritas casi al mismo tiempo.

Musicalmente, el álbum va pasando por diversos climas y géneros, incluso en una misma canción. Por ejemplo, “La tecnocracia” tiene un cambio de dinámica clásico, bien marcado, de versos calmos y explosión distorsionada, destacándose la coda, con un potente riff blusero que les responde a los versos de Rivero: “El mundo ya se terminó, / somos cobayas de otro dios / en la Big Data mercantil, / y no me gusta...”.

Hay blues directo como “La calentura global”, con Jorge Barral de invitado, exintegrante de la legendaria banda uruguaya Días de Blues que Rivero escuchaba de adolescente. También hay sonidos orquestales, con un enfoque teatral u operístico hecho y derecho, como en “El nuevo orden”, una canción que se interpretó con la Banda Sinfónica de Montevideo cuando Rivero puso en escena la opereta La euforia de los derrotados –escrita junto con Federico Guerra–, en 2021.

En “Catacumbas” se siente un inconfundible aroma al jazz cabaretero de los años 20, un estilo de música que Rivero siempre escuchó porque le gusta mucho –estrictamente, jazz de Nueva Orleans– y nunca lo había interpretado en su banda por la ausencia de instrumentos de viento, según cuenta. Pero ahora, con kazoo y trombón, se dio el gusto de hacerlo.

“En el viejo Satán”, un seudo hard blues arrastrado que también juega con la dinámica y los espacios –de las mejores canciones del disco–, como quien no quiere la cosa, Rivero despliega unos versos que parecen coincidir con algunos hechos que están sobre la mesa política pública en los últimos meses: “No toquemos esos cuernos al viejo Satán, / que el Tío Sam desde el eterno averno baila con él, / cambia dólares por sexo con niños sin pan”. El músico aclara que, evidentemente, la escribió antes de saber sobre el caso del senador blanco Gustavo Penadés, denunciado por varios delitos de explotación sexual de menores, pero ya estaba sonando la Operación Océano.

“Notoriamente, el poder siempre jugueteó con esas orgías. Stanley Kubrick ya lo plantaba en aquella película maravillosa, Ojos bien cerrados [1999], y acá no creo que suceda algo muy diferente. El poder y el dinero juguetean con cosas que después ellos mismos se hacen los santos y prohíben, y está muy bien que sean prohibidas, obviamente, pero ellos desobedecen lo mismo que prohíben”, subraya.

Jubilado y feliz

Rivero destaca que este disco significó volver a las raíces rockeras de los primeros álbumes del grupo, porque durante un tiempo la pelea que tuvo con el rock lo hizo apartarse del género, como cuando su banda lanzó Sopita de gansos, en 2002 –pleno auge del rock uruguayo–, un disco acústico y con varias canciones de raíces folclóricas, como milongas, y en Cabarute (2008) pasó algo similar. Pero después dijo: “Voy a tratar de hacer un rock a mi manera, combativo pero no transgresor, porque transgredir hoy no tiene sentido porque ya no hay manera de transgredir, pero sí de denunciar y de decir cosas que uno piensa, no simplemente ‘estoy enamorado, me gustás, nena, te extraño, te amo’ y bla bla bla”.

El cantante subraya que hoy la transgresión pasó a ser parte del comercio y recuerda que cuando puso una escena sexual en La ópera de la mala leche, en el teatro Circular, en 1990 y 1991, transgredía “porque el público uruguayo era muy pacato y le costaba ver el sexo en el teatro”, pero ahora la gente “está muy acostumbrada a verlo en cualquier serie, entonces, ya nada transgrede”. “Por ejemplo, [Charles] Bukowski era un transgresor cuando lo leíamos en los años 80, pero hoy no transgrede sino que dice lo que cualquier persona hace o ve comúnmente en el diario vivir. En los años 80 yo decía ‘mierda’, ‘culo’ o cualquier cosa arriba del escenario o en las canciones, y la gente aplaudía o se reía, era todo un festejo, por eso digo que transgredir hoy ya no tiene ningún valor”, insiste.

El disco se presentará oficialmente más adelante, con toda la pompa; mientras, La Tabaré sigue con su gira “barrial y misteriosa”, que este sábado la llevará al Centro Cultural Artesano. Urutopías ya está completo para escuchar en las plataformas digitales y luego se va a editar en vinilo. Rivero subraya que fue lo único que le exigió al sello Bizarro, que se lance en ese formato, y espera que la gente lo escuche como corresponde: primero el lado A y después el lado B.

Los discos giran, igual que la vida. Rivero dice que está “preparadísimo para cuando llegue el final”, aunque espera que le queden 20 años; así que, mientras le dé la cabeza –pero sobre todo las ganas–, seguirá en esto del rock, y reflexiona: “Antes lo pensaba mucho, quería quedar para la posteridad, y ahora me doy cuenta de que la posteridad dura pocos años, a no ser para unos poquísimos privilegiados, y que tampoco sirve para nada”.

Por último, el cantante confiesa que siempre fue de seguir la famosa ley del mínimo esfuerzo, ya que el hedonismo le importa más que el sacrificio por lograr algo que mañana lo convierta en no sé qué, y resalta que fue empleado municipal, por lo que piensa que fue en ese ámbito que desarrolló lo del mínimo esfuerzo. Subraya que ahora, que está jubilado, no extraña para nada la vida en la comuna capitalina: “Desde el primer día en que trabajé soñé con jubilarme, o sea que pasé 30 años pensando ‘qué lindo va a ser cuando tenga 60’, y ahora digo que sí, es lo más lindo que me pasó en la vida, estoy más feliz que nunca. Hay que nacer jubilado”.

La Tabaré se presenta este sábado a las 21.00 en el Centro Cultural Artesano (Aparicio Saravia y Monterroso), con entradas por Tickantel a $ 500.


Javier Zubillaga canta a Brassens

Este sábado a las 21.00 en el Centro Cultural Terminal Goes, Zubillaga y sus Francotiradores homenajean al cantautor Georges Brassens, autor de “La mala reputación” y “Guarda el gorila”, entre otros clásicos de la chanson française. Entradas a $ 450 en Tickantel y 2x1 para Comunidad la diaria.

The Supersónicos y Nicolás Molina

El rochense Nicolás Molina, premiado con el Graffiti a mejor Disco de Rock Alternativo en 2020, se une a The Supersónicos, que sigue presentando su homenaje al pionero de la surf cumbia Braian Wilson Ferreira. Sábado a las 21.30 en Sociedad Urbana Villa Dólares (Alejo Rossell y Rius 1483). Entradas a $ 350 anticipadas y $ 400 en puerta.

No Te Va Gustar en función doble

La banda de Emiliano Brancciari empezó una serie de shows en La Trastienda (Fernández Crespo y Paysandú) y quedan las funciones de sábado y domingo a las 21.00. Entradas a $ 1.885 y $ 2.285 en Abitab.

Pimpinela en el Antel Arena

Los argentinos Joaquín y Lucía Galán llegan a Montevideo con su gira 40º aniversario el domingo a las 21.00. Desde $ 1.800 a $ 4.500 en Tickantel, Abitab y Red Pagos.