El recuerdo nostálgico pega fuerte con las primeras imágenes o con su música. De nuevo es sábado al mediodía y en la televisión está puesto Canal 12. Es la primera mitad de la década de los 90 y están pasando Gladiadores americanos. No es fácil comprender eso que estamos viendo: los reality shows son apenas un temprano concepto y están lejísimos de su posterior popularidad.

Apenas podemos entender que esas personas que corren, hacen pruebas y se parten la cara contra un montón de hombres y mujeres musculosos tienen una mínima conexión con otros programas, como el de los rubios pobladores de los más diversos pueblos alemanes que participaban en competencias ridículas (Telematch) o el de Emilio Aragón riendo mientras participantes españoles de Si lo sé, no vengo trataban de contestar preguntas de cultura general al mismo tiempo que completaban azarosas pruebas físicas.

Pero Gladiadores americanos se distinguía de cualquier cosa que hubiéramos visto antes por su colorido, ridiculez, grotesco y por lo bizarro de las declaraciones de los luchadores a vencer. No lo sabíamos entonces, pero un nuevo formato de televisión –el reality show deportivo competitivo– había nacido.

Hoy Netflix se propone repasar lo que fue aquella génesis, contada por sus propios protagonistas en Músculos y caos: una versión no autorizada de Gladiadores americanos.

Incluso para quienes vimos el programa en su momento esta miniserie documental en cinco episodios es muy rica en contenido “nuevo”. Por ejemplo, los avatares de su episodio piloto y una primera temporada muy modesta –que, me atrevo a creer, nunca circuló en pantallas uruguayas– poco pronostican el éxito posterior y la absoluta consagración del concepto.

¿Cuál era ese concepto? Una serie de competiciones dudosamente deportivas, bastante peligrosas y, por encima de todo, ruidosas, emocionantes y exageradas, en las que personas comunes y de a pie tuvieran que tratar de superar a verdaderas paredes de músculos humanos.

El enfoque del documental, en el primero de sus muchos aciertos, está centrado en los propios gladiadores, quienes cuentan de primera mano que el asunto no iba a ser sencillo para ellos tampoco, puesto que los contratos leoninos, la absoluta falta de seguridad y un abandono total de control médico o cuidado de su salud serían las constantes en el trabajo de estos animales de gimnasio que, de la noche a la mañana, se volvieron estrellas mediáticas.

De manera precisa y muy entretenida, los gladiadores narran el nacimiento, auge y decadencia del producto, con una gran cantidad de anécdotas, datos y personajes que se van rotando en la pantalla y explican, si puede ser explicado, el éxito del programa. Nitro, el mejor de ellos, se muestra desfachatado en todo momento y habla sin reparos de sexo, consumo de esteroides y otros detalles íntimos. Hay risas, lágrimas, y asistimos a la construcción de un formato que sobrevive en programas como American Ninja o Ultimate Beastmaster (también en Netflix), aunque se ha abandonado la figura del rival o antagonista a vencer y sólo queda completar la proeza atlética o deportiva. La miniserie explica este abandono a medida que sus protagonistas describen cómo se volvieron objetos de use y tire.

Ideal para quienes recuerden el programa, pero también muy interesante y entretenida para neófitos, la miniserie da ganas de ponerse a rastrear en Youtube ediciones de estas competencias y revivir los 90 junto a estos luchadores gritones que consumían mucha droga, tenían músculos desorbitadamente desarrollados y exhibían un manejo del show como pocas veces vimos después.

Músculos y caos: una versión no autorizada de Gladiadores americanos. Cinco capítulos de 40 minutos. En Netflix.