“Luz negra era un ejercicio sobre la comedia romántica, siempre muy influida por lo cinematográfico; Rescate a la dama con tutú era más un thriller psicológico, que retrataba el amor desde un lado oscuro; y Para siempre la nada es un drama romántico con tintes eróticos”, observa Fernanda Muslera sobre tres de sus obras y un tópico que retoma en el estreno de este sábado en la sala menor del teatro Stella.
Para siempre la nada es su segunda experiencia de dirección y el cuarto texto que subirá a escena. Esta vez la trama se centra en una actriz y un actor que ensayan una obra de teatro sobre la pasión secreta entre Édouard Manet y Berthe Morisot, ambos pintores franceses del siglo XIX.
“Es un tema recurrente el amor en mí, pero desde distintas vertientes, y siempre me interesó esta idea del amor romántico, porque yo misma soy una persona bastante romántica. Desde niña me gustaron mucho ciertas historias y, de hecho, hay referencias en esta obra, como Madame Bovary, Orgullo y prejuicio, Mujercitas, todo ese tipo de libros pero también de películas. Y es un género que consumí mucho –Los puentes de Madison, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, El ocaso de un amor– y que también aparece desde la dimensión audiovisual en la obra”.
Muslera, que en 2018 publicó Sin maquillaje. Historias de la Comedia Nacional en el siglo XXI (Penguin Random House) y en 2022 presentó el libro Roberto Jones (Planeta), declara tener una necesidad de reflexionar sobre los vínculos de antes y los actuales: “Siento que soy de una generación bisagra, de dos formas de ser mujer. Esa idea del amor romántico hoy puede estar totalmente deconstruida o hasta ser demodé, y hablar de ese tipo de amor es casi tan demodé como la palabra ‘demodé’. Sin embargo, tiene una gran influencia en nuestra vida a diario”.
El germen de la pieza fue acceder al libro El arte de la rivalidad: “Narraba la rivalidad entre Manet y Degas, y en una parte contaba este lazo con Morisot. Yo no había escuchado hablar de ella, si bien había ido hace muchos años a París y al museo D’Orsay. Me llamó la atención la historia y empecé a hacer un trabajo casi periodístico sobre ellos, porque había muy poca información en español. Hay, por ejemplo, un libro sobre correspondencia de Berthe Morisot. Me fui obsesionando con esta historia –no puedo creer que Hollywood no haya hecho una película–, porque es un amor prohibido, digamos, en el que Manet pinta 12 cuadros, ella posa para él, y en esos cuadros se nota esa energía, esa conexión tan fuerte que no se puede concretar, al punto de que ella se termina casando con el hermano de él, Eugene. Manet ya estaba casado, y estamos hablando de 1870 en Francia, una sociedad muy restrictiva en la que las mujeres tenían muchas limitaciones. En realidad, lo que se esperaba de ella, dentro de lo que era la alta burguesía, era que tuviera un buen matrimonio. Además, él había tenido un hijo con una holandesa que había sido su profesora de piano, y hay dudas sobre si ese hijo no era de su padre. Además de toda esa situación oscura, no existía el divorcio, distintas cosas que hacían imposible que estuvieran juntos de una manera legítima, sin convertirse en parias sociales”, cuenta Muslera.
Otro libro que marca como una influencia en esta escritura fue Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. “Esa cosa de cómo el amor es también la construcción de un imaginario, así como el arte lo es. Y en la etapa del enamoramiento, cómo uno proyecta sobre el otro: uno piensa que sabe todo, y a la vez no sabe nada y hay una cualidad casi mística. Todo eso me ha nutrido y me dan ganas de investigar”, agrega.
Doble desunión
Como se consignó, hay una obra dentro de la obra, ya que los personajes de este espectáculo son Paula y Renzo; ellos están ensayando una pieza que se llama Ramo de violetas. Hay un recurso metateatral, lo que lleva a pensar sobre el arte de la representación. “Paula es a la vez la dramaturga y directora de esa obra, y convoca a Renzo un poco inspirada en lo que siente (porque habían hecho una obra antes). Entonces hay como un juego de espejos también en el que ese arrojo involuntario que siente uno hacia el otro se traslada”, precisa Muslera.
En cuanto al montaje, decidió tener un pianista en vivo, Agustín Texeira (quien se lució previamente en Devenir Felisberto), que junto a la escenografía, el vestuario y recursos como cartas lacradas y bailes de salón, conduce a una atmósfera de época mediante una selección musical de la directora basada en compositores como Frédéric Chopin, Piotr Chaikovski, Erik Satie, aparte de un par compuestos por el propio pianista.
“La obra es muy íntima”, asegura Muslera. “Quiero que el público sienta esa cosa tan fuerte que pasa entre los personajes y que los lleve a eso que nos pasa de lo que pudo ser y no fue. Pero también tiene su erotismo, y quiero que sea como un viaje en el tiempo. Pongo el ejemplo de Medianoche en París (Woody Allen, 2011), porque capaz que soy medio anacrónica también y sueño con mundos pasados. Me encantaría haber visto cómo era París durante el surgimiento del impresionismo”.
La autora dice que por esa misma atmósfera siempre concibió esta obra para un recinto chico, y la sala 2 del Stella resultó ideal. Allí instaló una pantalla símil cuadro donde aparecen distintas pinturas y fragmentos audiovisuales a propósito de esa imaginería romántica.
Una convicción atraviesa esta pieza, la más concentrada que hizo hasta ahora: cómo la ficción moldea a la vez la realidad. “Es algo que me interesa investigar, porque creo que estamos construidos de varias ficciones”, dice Muslera, que suele partir de una inspiración audiovisual para construir su dramaturgia y que por primera vez aborda personajes reales. Más allá del desencuentro pasional, la autora adelanta: “No siento que sea una obra opresiva, sino que tiene algo de vaporoso, de elegancia, de lo que imaginamos que era ese tiempo”.
Para siempre la nada, con texto y dirección de Fernanda Muslera, hasta el 27 de agosto en el teatro Stella D’Italia (Mercedes y Tristán Narvaja) los sábados a las 20.30 y los domingos a las 18.30. Actúan Patricia Porzio y Sebastián Serantes. Entradas en Redtickets y en la boletería de la sala a $ 550. Comunidad la diaria 2x1 con cupo limitado.
Casi muerto
El bailarín, docente y coreógrafo Matías Tchomikián pasó un momento límite y lo sublimó en las tablas. Así nació su solo de danza contemporánea 7 días pensando que moría, que estrenará y, por ahora, tendrá una única presentación, este sábado a las 21.00, en el espacio que fundó hace tres años, Mikado Estudio de Arte y Movimiento (Óscar Gestido 2767), que tiene capacidad para 60 espectadores.
“Basado en una experiencia personal, esta pieza toma una anécdota como punto de partida para introducirse en un viaje más interno y reflexivo sobre la vida, la muerte y las cosas que pasan en el medio, en el que la individualidad se hace más presente que nunca”, interpela este egresado de la Escuela Nacional de Danza y exintegrante de la compañía de Martín Inthamoussú.
Las entradas se pueden reservar por Whatsapp al 098 818 472.