Luego del éxito vertiginoso de Joker, el enorme Joaquin Phoenix decidió virar con una película reflexiva: aquí interpreta a Johnny; un documentalista y periodista radial de Nueva York que trabaja en un ambicioso proyecto que lo lleva de ciudad en ciudad para investigar sobre las vidas de cientos de jóvenes y niños: qué los motiva, qué los asusta, cómo ven el futuro, qué debería cambiar y qué podrían haber hecho los adultos para mejorar el mundo.

C’mon C’mon es una íntima pieza de arte en blanco y negro, filmada con una conmovedora calidez por el reconocido director de fotografía irlandés Robbie Ryan (The Favourite) y decorada con una brillante banda sonora de los hermanos Bryce y Aaron Dessner. Cuenta con la dirección y guion del escritor y diseñador gráfico Mike Mills (nominado al Oscar en 2016 a Mejor guion original por 20th Century Women), un especialista en historias sobre la familia (cómo se derrumban y cómo vuelven a unirse).

Volvamos a Johnny. En medio de su intenso recorrido, soltero, sin hijos y dedicado full time al trabajo, debe alterar sus planes cuando su hermana Viv (Gaby Hoffmann), colapsada y recientemente separada, le pide ayuda para poder atender a su exesposo Paul (Scoot McNairy), quien sufre una enfermedad mental. Johnny acepta cuidar unos días a Jesse, su sobrino de nueve años (Woody Norman, tan natural que no se siente que está actuando), lo que desemboca en una experiencia reveladora para ambos.

A pesar de trabajar con niños, Johnny nunca cuidó a uno. Jesse es brillantemente inteligente, dulce e imaginativo, pero le cuesta aceptar límites y por momentos es extremadamente molesto. Malcriado e inmaduro, pone a prueba la paciencia de Johnny, un profesional acostumbrado al lenguaje infantil pero que se encuentra sobrepasado y sin saber cómo actuar, abrumado por el comportamiento de un sobrino a quien intenta comprender y ayudar y que resulta capaz de mover todas sus estructuras y sacarlo de su eje.

La película muestra a Jesse como alguien digno de tiempo y atención, es decir, lo que merecen todos los niños y niñas. Johnny escucha y aprende de él; sus pensamientos, preocupaciones y sueños no son subestimados. El director coloca a los niños en igualdad de condiciones con los adultos; sostenido por la noción de que todos están idénticamente perdidos en el mundo que los rodea. Parece haber una equivalencia entre sus confusiones: Jesse y Johnny son pares al momento de expresar sus incertidumbres y miedos más hondos.

Hay también reflexiones sobre la tarea de ser padres (“la maternidad es el chivo expiatorio para nuestros fracasos personales y políticos”, dicen en un momento). Tenemos a la maternidad desbordada de Viv y a la paternidad deseada pero no lograda de Johnny, que ahora en su rol de tío desnuda la alegría, el cansancio y la frustración que significa criar a un niño, y la constante duda de si estará o no siendo feliz.

Para que la película funcione, la química entre Johnny y Jesse debe ser perfecta, y lo es. Son una pareja discretamente cómica con diálogos riquísimos y un vínculo tan pendular como genuino. C’mon C’mon es entrañable, honesta, tiene grandes actuaciones y remonta un drama sobre una familia desmoronada; es intensa y a la vez nos deja una bella sensación de calma.

C’mon, C’mon, de Mike Mills. 108 minutos. En HBO.