Un fall guy es un chivo expiatorio. El capitán Jonathan Fall es eso: un marino inexperto al que una organización criminal contrata como encargado de un crucero como fachada para una serie de operaciones ilegales que van desde el tráfico de humanos y animales al contrabando de material nuclear.

Captain Fall no fue ideada como una serie animada por los noruegos Jon Iver Helgaker y Jonas Torgersen (creadores de la parodia Norsemen, también en Netflix), y es fácil deducir que los financistas evitaron producir una live action para disminuir costos (el entorno es cosmopolita y suntuoso, ocurre mucha destrucción), pero hay algo despojado y desolador en el tipo de ilustración elegida (recuerda un poco el estilo del historietista y cineasta Daniel Clowes) que va muy bien con el tono de comedia oscura.

Las subtramas son dos. Por el lado policial, hay un detective que solitariamente trata de investigar la multitud de crímenes que comete la organización propietaria del crucero aprovechando la inmunidad que confiere navegar en aguas internacionales. Puede ser divertido anticiparse al in crescendo delictivo que propone cada capítulo –el barco funciona no sólo como transporte de mercancías ilegales, sino también como “fábrica” de pociones y amuletos prohibidos que requieren las más retorcidas materias primas– y en algunas reseñas se le criticó a la serie el racismo implícito en la elección de algunos “clientes” (caudillos africanos, oligarcas rusos y también de los nuestros), pero una investigación veloz puede revelar que en muchos casos no se trata de exageraciones, sino, por el contrario, de versiones atenuadas de fenómenos tan horrorosos como reales (quien se anime que googlee albinos, suerte, mutilación).

La otra atracción es apostar si el inútil capitán Fall, despreciado y maltratado por su familia, consigue mellar, por lástima o genuino cariño, el afecto del grupo de despiadados metrosexuales asesinos que compone la tripulación del crucero.

Narrativamente, la serie alcanza momentos brillantes cerca de la mitad, cuando, para evitar la monotonía de los engaños a los que es sometido Fall (se lo ha comparado con Truman, del de The Truman Show), que corre paralela a la remontada de crueldad y escala de las operaciones criminales de sus falsos subordinados, comienzan a contarse las historias desde la punta de las víctimas. El capítulo 4, “Droga para las erecciones”, funciona casi como un corto autónomo y tiene la ventaja lateral de liberarnos un poco de la ingenuidad de Fall, aunque no del mix de comicidad y depresión.

Entre ese humor tristón y tres o cuatro chisporroteos críticos se mueve toda la serie. Si vieron Triángulo de la tristeza, del sueco Robert Östlund, podemos apurarnos y concluir que algo pasa entre los escandinavos, los barcos de lujo y la comedia negra con comentario social.

Captain Fall. Diez episodios de 27 minutos. En Netflix.