¿Qué se precisa para un slasher? Empecemos por un grupo de personajes a los que conviene tener en una locación aislada, apartada y, de preferencia, también incomunicada.
Estos personajes tienen que cumplir asimismo con ciertas características: entre ellos no debe faltar el horrible al que todos le deseamos la peor de las suertes, algún gracioso de simpatía variable, alguien más o menos decente y la final girl de turno, que sabemos que se las va a ingeniar para llegar hasta el cierre del relato.
Luego, necesitamos al asesino que podrá o no tener alguna apariencia característica –que, por lo pronto, le oculte el rostro y dispare dudas sobre su identidad durante un rato– y sí o sí una redomada eficiencia a la hora de eliminar víctimas con elementos cortantes –bien puede ocurrir que traiga los propios como ir improvisando con todo aquello que encuentre a su paso–. Justamente, el nombre del subgénero, slasher, deviene de las heridas con arma blanca, por lo que la cuota de gore debería estar muy presente, así como una buena tanda de muertes horribles.
En su momento de auge –los 80– también la cuota de sexo y desnudos era alta, pero lo cierto es que con las diferentes actualizaciones del subgénero esta característica ha ido desapareciendo o, por lo menos, no es imprescindible.
Con todo lo anterior, uno puede armar su propio slasher para entretener al respetable público, aunque incluso utilizando todos y cada uno de estos elementos no es seguro que se llegue a buen puerto. Falta siempre la mano propia del realizador, el aporte o punto diferente que logre que el slasher en cuestión cumpla realmente con el objetivo deseado. Y aquí, en La conferencia, ese plus extra, esa distinción, es la fría mirada nórdica al asunto y un celebrado humor negro para narrarlo.
Cuidado con Adeom
Nuestros protagonistas son un grupo de empleados municipales que participarán en una suerte de campamento con actividades al aire libre, que supuestamente busca que se conozcan mejor y aprendan a trabajar juntos de una manera más orgánica. Es, también, una especie de recompensa para este equipo –o parte de él– puesto que son quienes acaban de dar luz verde a un proyecto de urbanización en la zona, que abarca parte del bosque cercano.
Fuertes rumores de corrupción han rodeado al proyecto inmobiliario –una poderosa cadena de supermercados estaría detrás de la urbanización– y las discusiones violentas llegaron a la propia oficina, por lo que la realización de esta conferencia y mezcla de clínica y spa es lo que la jefa del departamento (Eva Melander) considera conveniente para todo el equipo.
Este equipo se compone, entre otros, por Jonas (Adam Lundgren), el tiburón corporativo que hizo en gran medida el negocio; Kaj (Christoffer Nordenrot), el gracioso de la oficina y mano derecha del anterior; Amir (Amed Bozan), el contador y eje moral; y Lina (Katia Winter), quien se opuso a la urbanización hasta que una crisis nerviosa la sacó del medio.
Ellos y el resto de la oficina viajarán hasta un complejo de cabañas y turismo aventura bastante alejado de la civilización –y, dato no menor, que se benefició también de la urbanización–, donde sus anfitriones les tienen preparado todo tipo de actividades. Claro, no tarda en meter cuchara el asesino enmascarado –aquí con una cabezota blanca de muñeco que se antoja muy poco práctica– y pronto los cadáveres se irán acumulando.
Estamos, como lo planteamos al principio, ante un slasher tradicional que no sólo emula a otros clásicos sino también a producciones más recientes del género. Después de todo, hemos tenido muertes en campamentos desde la saga de Martes 13, pasando por la de Sleepaway Camp hasta llegar a la más próxima Severance, en la que también un retiro corporativo salía bastante mal. Aquí, todo eso está sazonado con un tremendo y satírico humor negro.
Prácticamente todos los personajes –incluso los “buenos”- son impresentables y la mirada hacia ellos es distante, fría y cruel (de todos modos, divertida). Los diferentes destinos que irán encontrando son algo esperado por el público –ante personajes poco queribles, nada como el morbo de verlos encontrar su final de manera horrible– y aquí la película cumplirá con las expectativas. El gore no es disparatado –al contrario, está bastante contenido– y no hay nada de sexo (recordemos que es Netflix su espacio de origen y exhibición), pero eso no le juega en contra al entretenimiento. Además, el quién vive/quién muere es bastante indescifrable en lo previo, lo que siempre es de agradecer en películas de este subgénero.
Acaso el slasher ochentoso haya encontrado nueva vida en los países nórdicos. Allí están la saga Fritt Vilt y La conferencia para probarlo. Por lo pronto, el resultado es divertido, funciona y da ganas de más.
La conferencia (Konferensen). Dirigida por Patrik Eklund. 100 minutos. En Netflix.