Casi todos los deportes tienen elementos heroicos, pero mientras que la mayoría exige sacrificios afectivos o provoca lesiones corporales, el automovilismo pone en riesgo la propia vida de quienes lo practican. Ayrton Senna no fue el único gran piloto que murió en una pista de carreras, pero fue el último verdaderamente notable en hacerlo. Y, además de ser un corredor excepcional y carismático que conquistó fans en todo el mundo, fue un ídolo nacional en su propia tierra, Brasil.

Por todo eso, Senna es un mito que será continuamente revisitado. Uno de los más notables documentales sobre deportistas le está dedicado: el multipremiado Senna (2010), de Asif Kapadia, es una proeza narrativa y archivística de la que resulta imposible salir ileso emocionalmente. La oposición del piloto a las arbitrariedades de las autoridades de la Federación Internacional de Automovilismo que lo discriminaban por no ser europeo, sus rivalidades deportivas, su faceta mística y, por supuesto, su trágico final son pintados de manera tan informada como ágil en la obra del director británico, disponible en Netflix.

Por su parte, Senna, la serie brasileña de igual nombre que estrenó la plataforma hace unos días, aborda esos aspectos de la vida del piloto a través de la ficcionalización. Desde el vamos, entonces, hay una tensión entre la fidelidad a los detalles de una biografía y una carrera deportiva que son ampliamente conocidas por millones de interesados, y la exigencia de mostrar algo nuevo a partir de la imaginación. Los aportes son más notorios en el plano de las relaciones afectivas del piloto, especialmente con su familia y sus parejas.

El actor Gabriel Leone encarna correctamente a un Senna dedicado por completo a su vocación, que cuenta con el apoyo de su pudiente familia de clase alta pero que debe competir en tierras lejanas, donde ya no es un privilegiado. Su ascenso en las distintas categorías del automovilismo europeo está perlado de episodios amorosos. Uno de ellos, el de su romance con la mediática Xuxa, es un buen ejemplo del esfuerzo que pusieron los directores Vicente Amorim y Júlia Rezende en reproducir con fidelidad maníaca ciertos episodios icónicos, como la famosa aparición del piloto en el programa infantil de la conductora, que es recreado cuadro a cuadro; no hace falta acudir a Youtube para comprobar la perfección de la tarea –sí para entender lo excepcional del desempeño de Ayrton en los circuitos de carrera–, porque el encuentro televisivo real está incluido tras el cierre del último capítulo.

El aficionado tiene que entender que esta serie tiene mucho de telenovelesco y también debe comprender el costado patriótico del encare, porque si no las objeciones, que pueden llegar a la centena, le van a empañar el disfrute. Deslizo sólo una, de todos modos, que me da pena: en el Gran Premio de Bélgica de 1992, el piloto Éric Comas sufrió un grave accidente y su auto quedó atravesado en la pista; cuando Senna llegó al lugar, advirtió algo extraño, detuvo su coche, se bajó y salió corriendo hacia el rival, porque había advertido que estaba inconsciente y su auto perdía combustible. El brasileño apagó el motor del auto de Comas y le sostuvo la cabeza erguida hasta que llegaron los médicos. Fue un gesto absolutamente inusual, porque desde hacía años los pilotos ya no precisaban asistir a sus compañeros, y Comas siempre declaró que Ayrton le había salvado la vida. El incidente, que muchos fans recordamos con la piel de gallina, es mencionado al pasar en la serie, pero no mostrado.

De todas formas, hay numerosas alusiones para entendidos, y del mismo modo que los tuercas captarán guiñadas sutiles y padecerán omisiones intolerables, también, por ejemplo, podemos pensar que alguien muy religioso seguramente encontrará un poco caricaturescas las alusiones a la fe de Senna, o demasiado atrevidas las referencias a las heridas en sus manos que no terminan de cicatrizar, como las llagas de Cristo.

Mil caras

La serie sigue varias de las reglas del biopic y está organizada en capítulos dispuestos cronológicamente, aunque abundan los flashbacks sobre los primeros años del piloto; los que lo muestran como un niño quizá sean los más flojos, porque salen del tono realista del resto pero sin entrar a fondo en un código de fantasía. El primer capítulo abunda en saltos temporales y puede ser un poco confuso si no se conoce algo de la vida del piloto, pero luego la historia se va ordenando. El último capítulo, dedicado al último Gran Premio, es impactante y, aunque se podría disfrutar como episodio independiente, vale la pena llegar paso a paso hasta él.

Muchas de las escenas de carreras fueron rodadas en nuestro país, en la parte vieja del aeropuerto de Carrasco y en el autódromo de El Pinar, y da gracia escuchar, en el making of de la serie, cómo los productores brasileños describen la fortuna de haber encontrado pistas que se quedaron en el tiempo y les permitieron reconstruir circuitos de hace 30 años. En realidad, la recreación de pistas como la de Mónaco, donde Senna tuvo tantos momentos de gloria, estuvo a cargo de la productora uruguaya Salado Films e implicó un complejo trabajo de escenografía, reproducción artesanal de coches históricos y, luego, muchísima animación digital.

En todo caso, tanto los cultores de la figura de Senna como quienes comienzan a acercársele con esta serie tienen que tener en cuenta que se trata de un mito, en el buen sentido: los mitos son relatos que tienen un núcleo estable y encierran una sabiduría compartida. La historia de Ayrton Senna, tricampeón de Fórmula 1, muerto el 1º de mayo de 1994 en Imola, Italia, posiblemente ya estaba encaminada a ser un mito, y definitivamente lo fue a partir de esa fecha. Por eso vendrán más interpretaciones, con mayor o menor contexto histórico de la situación política de Brasil, con más o menos profundidad sobre técnicas de manejo y especificaciones automovilísticas, tal vez enfocadas en algunos de los que fueron sus rivales –incluyendo no sólo al glacial Alain Prost, sino al joven piloto que lo desequilibró: un tal Michael Schumacher– y con distintas intensidades en el tratamiento del factor espiritual. Todo eso llegará, porque Ayrton Senna, el hombre que dio todo por la máxima gloria hasta el final, es ya un héroe universal.

Senna. Seis capítulos de aproximadamente una hora. En Netflix.